Diez razones para viajar a Saint Moritz más allá de disfrutar de la nieve
Cuna de las vacaciones de invierno y paradigma del turismo de lujo, la exquisita localidad suiza promete soberbios paisajes alpinos, balnearios míticos, una animada escena cultural, una torre más inclinada que la de Pisa y más de 300 días de sol al año
El tren llegará pronto a Saint Moritz. Antes atraviesa decenas de pueblos de los Alpes suizos, asciende colinas, se oculta en túneles y hace equilibrios en los viaductos. Sus ventanales, enormes, enmarcan un paisaje suizo hasta la caricatura: fluye tan ligero ese río, relucen tan verdes aquellos abetos y blanca aquella cabaña que solo falta que de su fachada a dos aguas asome un cuclillo de madera cantando “cucú”.
El bellísimo trayecto a bordo del ferrocarril rético Albula-Bernina, patrimonio mundial de la Unesco desde 2008, justifica por sí mismo el viaje hasta esta meca del turismo del esquí y el lujo. Uno llega a desear que el viaje en tren no acabe nunca. No es una forma de hablar, lo desea de verdad. Pero el viaje termina: hemos llegado a Saint Moritz y no hay rastro de la nieve que aparece en las postales.
A pocos viajeros se les ocurre visitar Saint Moritz fuera de la temporada de invierno, cuando el color de sus montañas aún no ha adquirido el blanco nuclear que ha hecho mundialmente conocidas sus pistas de esquí. Con más de 300 días de sol al año, solo el 40% de los turistas que cada temporada se desplazan hasta esta localidad del valle de la Engadina lo hace en busca de experiencias deportivas. Sin embargo, encuentran motivos para viajar a este pequeño pueblo de 5.000 habitantes que multiplica su población con las primeras nieves. Si el fascinante viaje a bordo del tren no fuera razón suficiente, aquí tiene otros nueve argumentos que bien valen una visita a Saint Moritz.
Hoteles de cine
Johannes Badrutt, el avispado propietario del legendario Hotel Kulm, tuvo una idea hace más de 150 años: convencer a los huéspedes británicos que se habían alojado allí durante el verano de que regresaran en diciembre a Saint Moritz, con el señuelo de pagarles el viaje si el sol del invierno suizo no les convencía. Cientos de acaudalados viajeros le secundaron y, desde entonces, la localidad acoge algunos de los hoteles más lujosos del mundo, capaces de fascinar a Coco Chanel o a Alfred Hitchcock, que situó la secuencia inicial de El hombre que sabía demasiado (1956) en el Badrutt Palace (construido en 1896 por Caspar Badrutt, hijo del anterior), aunque en realidad se rodó en un estudio en Londres. El Kulm, el primer hotel de la localidad, abrió sus puertas en 1855. Hoy los cerca de 40 establecimientos hoteleros del municipio reciben 300.000 huéspedes al año. La mitad de sus 5.200 camas se encuentran en hoteles de cuatro y cinco estrellas. Aunque no se aloje en ninguno de ellos, cualquier viajero puede disfrutar de un café en una de sus terrazas y de unas vistas que dejan boquiabierto.
SMAFF: un festival de película
Saint Moritz es mundialmente conocido por su Festival de Jazz. Pero el año pasado añadió un nuevo atractivo a su oferta de ocio: el St. Moritz Art Film Festival (SMAFF), un festival de cine dirigido por artistas que este 2023 celebrará su segunda edición del 31 de agosto al 3 de septiembre. Stefano Rabolli, director del certamen, recibió el encargo de diseñar un festival que atrajera a visitantes durante el verano. Así surgió SMAFF, con directores que indagan en lo experimental ―como el cineasta y pintor Julian Schnabel, la directora Sophie Fiennes (hermana del actor Ralph Fiennes) o videoartistas como Diego Marconi― y trabajan en películas no necesariamente comerciales. Si en su primera edición escogió como temática el rostro en el cine (Cara a cara, fue su título), este año exhibirá películas y cortos artísticos inspirados por el lema Convertirse en paisaje. “Saint Moritz es un pueblo precioso en uno de los valles más bonitos de los Alpes. Pero tiene algo de bipolar: cada año pasa de atraer multitudes en invierno a convertirse en un desierto el resto del año. SMAFF quiere atraer no solo a turistas sino a ciudadanos, productores culturales y nuevos públicos en un festival sofisticado, basado en la investigación”, explica Rabolli.
Pícnic al sol
En 1937, Saint Moritz fue la primera localidad en registrar un logotipo como identificador de un municipio: la imagen de un sol radiante que hoy se estampa en numerosas atracciones de Saint Moritz, de igual forma que la manzana roja se ha convertido en símbolo de Nueva York. Ese mismo sol baña casi a diario los cerca de 90 lagos en los que se puede disfrutar de un día campestre en sus alrededores. A una media hora del centro, por ejemplo, el lago Marsch es el paisaje perfecto para organizar un soleado pícnic en otoño e incluso darse un baño en verano, en su pequeña playa de arena rodeada de abetos, o disfrutar al aire libre de la típica tarta de nueces de la Engadina. Se puede acceder a pie, en coche o en bicicleta.
Otro popular lago, el Stazersee, en un claro del bosque entre Saint Moritz y Pontresina, permite disfrutar de las aguas cristalinas de los glaciares de los Alpes de Bernina tras una ruta sencilla de unos 20 minutos caminando desde el lago de Saint Moritz. Un pequeño hotel-restaurante con 100 años de historia espera al caminante como recompensa.
Subir a un helicóptero y otros caprichos
Partamos de un hecho: aquí es más sencillo encontrar una boutique de Dior o Hermès que una farmacia de guardia, en particular en su milla de oro, la Via Serlas, una de las calles más caras del mundo. Como destino vacacional de la jet set internacional permite hasta los lujos más extravagantes. Como volar en helicóptero sobre glaciares, cascadas y lagos de montaña. Un capricho que cuesta desde 150 euros si el trayecto se limita a unos 15 minutos, o hasta 2.500 si el viajero quiere ser trasladado hasta alguno de los restaurantes de lujo ocultos entre las montañas, como el 3303, bautizado así por estar ubicado a esa cota. Sin ir tan lejos, Saint Moritz dispone de otros 130 restaurantes, varios de ellos con estrella Michelin. Otros caprichos en la zona permiten darse un paseo en coche de caballos alrededor del lago o por las cercanías del bosque de Stazerwald.
Deportes más allá del esquí
Sus 350 kilómetros de pistas de esquí cercanas han convertido a Saint Moritz en lugar de peregrinaje habitual para esquiadores de todo el mundo. Sede de los Juegos Olímpicos de invierno de 1928 y de 1948 y de los Mundiales de Esquí Alpino de 2003 y 2017, acogió también el Campeonato Mundial de Polo de 1995. Pero en los últimos años, su montaña local, Corviglia, donde se encuentra la pendiente más inclinada de Suiza, atrae también a los amantes de la bicicleta de montaña y a quienes disfrutan de los paseos a caballo y del senderismo. Los escaladores alpinos tienen un desafío en la Alta Engadina y sus 17 recorridos de escalada con diferentes grados de dificultad. Además, sus lagos animan a practicar vela, remo, windsurf o kitesurf y la pista de hielo artificial Ludains abre todo el año, también en verano, para los patinadores. Y los aficionados al golf encontrarán aquí cuatro campos donde practicar.
Galerías de relumbrón
El mítico galerista y coleccionista Bruno Bischofberger fue el primero en abrir, en 1963, una galería en Saint Moritz, en el mismo lugar que hoy ocupa la de Vito Schnabel, propiedad del hijo del pintor Julian Schnabel, en un edificio de estilo Bauhaus. El magnetismo del valle (y la presencia de reputados galeristas y acaudalados coleccionistas) atrajo hasta allí a artistas como el propio Schnabel, Jean-Michel Basquiat o Andy Warhol, que colgó 10 de sus retratos de Marilyn Monroe en el ático del empresario alemán Gunter Sachs. Entre las galerías que han llevado sus colecciones hasta aquí se encuentra la poderosa y muy suiza Hauser & Wirth, la galería Andrea Caratsch o la de Karsten Greve. Además, en los pueblos de los alrededores pueden encontrarse otras como The Stable, abierta en un antiguo establo que hoy exhibe a prometedores artistas emergentes.
Pequeñas joyas arquitectónicas
La pintoresca arquitectura alpina invita a paseos en un entorno que reserva algunas curiosidades. Pocos saben, por ejemplo, que en Saint Moritz se levanta una torre aún más inclinada que la de Pisa. Es del siglo XII, fue parte de la iglesia de San Mauricio y resultó demolida en 1890 para, tiempo después, levantar una vez más sus 33 metros de altura con una inclinación de 5′5 grados. Otra visita recomendable es el Pabellón Kulm, erigido para los Juegos Olímpicos de Invierno, y que es hoy un edificio protegido, renovado en 2017 por el estudio Foster+Partners para el Campeonato Mundial de esquí. Su restaurante con terraza al sol recibe visitantes todo el año. También lleva la firma de Norman Foster Chesa Futura, un edificio de viviendas particulares con forma de platillo volante y cuya fachada de 250.000 tejas de madera de alerce lanza un guiño de renovación a la tradicional arquitectura alpina.
Un baño en aguas medicinales
Saint Moritz comenzó a cobrar fama como balneario de verano gracias a sus aguas medicinales, descubiertas hace 3.000 años. A 1.800 metros sobre el nivel del mar, la localidad mantiene hoy su oferta en balnearios como el Ovaverva, uno de los símbolos arquitectónicos de la ciudad, con una muy apetecible piscina exterior con vistas a las montañas, toboganes de hasta 90 metros de largo y un reconocido centro de entrenamiento gut training. Otra famosa institución termal es Heilbad, y en el Forum Paracelsus, restaurado recientemente, se puede beber gratis su saludable agua sulfurada. Otros muchos hoteles de cinco estrellas disponen de baños termales de aguas salinas, tratamientos y masajes para sus clientes.
Museos alpinos
En un edificio con vistas al valle de Saint Moritz, el Museo Segantini acoge desde 1908 la más completa e importante colección de Giovanni Segantini (1858-1899), el pintor simbolista renovador de la pintura de paisajes alpinos. Y a un paseo desde allí, el Museo Berry de la Villa Arona, dedicado al pintor suizo Peter Robert Berry (1864-1942), además de mostrar sus óleos, ofrece la oportunidad de conocer la vida cotidiana en los Alpes suizos a principios del siglo XIX, algo que también se muestra en el Museo Engadiner. A pocos kilómetros de Saint Moritz está el Museo Susch, ubicado en un antiguo monasterio del siglo XII en la ciudad del mismo nombre, que alberga una colección de arte conceptual con numerosa presencia de mujeres artistas de Europa Central y del Este.
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