Por el salvaje Círculo de Diamante
Desde Akureyri hasta Húsavík, una ruta circular por el agreste norte de Islandia repleta de atractivos naturales y alejada del turismo
Islandia funciona como sinónimo de indómito. Es uno de los cinco países con menos densidad de población del mundo; en una superficie mayor que la de Portugal viven aproximadamente las mismas personas que en Bilbao (unas 360.000). Un Estado en el que el 10% de su territorio es hielo y con más de 130 volcanes, 30 de ellos activos. Aquí la ruta turística habitual pasa por su capital, Reikiavik, y el llamado Círculo de Oro, que reúne el parque nacional de Thingvellir, la cascada de Gullfoss y el valle de Haukadalur con sus espectaculares géiseres. Sin embargo, al norte, rozando el Círculo Polar Ártico, se encuentra el llamado Círculo de Diamante, más salvaje y menos concurrido, al que conviene dedicar un par de días de verano y así poder deleitarse con una muestra de todo lo que contiene la isla: cascadas, campos de lava, baños termales, grutas, cañones y volcanes. En definitiva, una naturaleza insólita.
Akureyri, la capital del norte
Para llegar a la maravilla natural de Akureyri hay dos opciones desde Reikiavik: conducir unas seis horas a través de la Ring Road, la carretera principal del país, o tomar un vuelo de apenas media hora. La llamada capital del norte bien merece un pausado paseo por sus pintorescas calles, buscar alguno de sus semáforos con la luz en forma de corazón y visitar Akureyrarkirkja, el principal templo luterano de la ciudad, diseñado por Guðjón Samúelsson, el mismo que proyectó Hallgrímskirkja, la catedral de Reikiavik. Akureyri sirve también como base para recorrer la vecina y agreste isla de Grímsey, de apenas cinco kilómetros y menos de 100 habitantes, sobre la que cruza el Círculo Polar Ártico.
Tras Akureyri, a unos 30 kilómetros, la primera parada del Círculo de Diamante es Godafoss o cascada de los dioses. Según el mito, cuando se declaró oficialmente el cristianismo en Islandia los iconos de los dioses paganos fueron lanzados a este impresionante salto de agua de 12 metros de alto y unos 30 de ancho.
Campos de lava, cráteres y baños termales
La ruta sigue rumbo al este hasta Myvatn o el lago de las moscas enanas, donde las retorcidas formaciones de lava que se levantan en sus orillas y el ascenso a los pseudocráteres de Skútustadir ofrecen una impresionante imagen del cuarto lago más grande del país (su tamaño es de casi 37 kilómetros cuadrados). Una buena idea es rodearlo para alcanzar los llamados Castillos Oscuros de Dimmuborgir, donde los campos y las explosiones de lava han creado un paisaje espectral que parecen las sinuosas ruinas de una imposible ciudad de lava, en las que nuestra imaginación podrá adivinar fácilmente muros y arcos. Aquí, según el folclore islandés, habitan duendes, gnomos y los Yule Lads, los 13 hermanos troles que, además de hacer travesuras, visitan a los niños los 13 días anteriores a Navidad para dejarles pequeños regalos en los zapatos o el alféizar.
De la lava se pasa a las fumarolas, solfataras y calderas de barro caliente de la vecina zona geotermal de Hverir y al cráter Viti con su propio lago, formado hace apenas 50 años y en el que, siguiendo las indicaciones, está permitido el baño. Donde no está permitido ni meter los pies es en Grjótagjá, una preciosa gruta con aguas termales turquesas que los aficionados de Juego de tronos reconocerán de un capítulo de la tercera temporada y de la que, sin duda, Jon Snow e Ygritte guardan un recuerdo muy especial. Para quien se quede con ganas de un baño, nada como acabar el día en Myvatn Nature Baths, una laguna termal que resulta imposible no comparar con la famosa Blue Lagoon, aunque esta es más pequeña, menos turística y más barata (5.700 coronas islandesas; unos 37 euros) que su hermana mayor situada junto a Reikiavik. Una de las maravillas de visitar este lugar al caer la tarde es contemplar desde el agua cómo el atardecer conquista el sorprendente paisaje.
Dettifoss, la cascada más poderosa
Nadie se ha atrevido a contabilizar las cataratas que existen en Islandia. Pero sí se sabe que la más poderosa de Europa, la que mueve mayor volumen de agua, es Dettifoss, con entre 200 y 500 metros cúbicos por segundo que caen desde 44 metros de altura. Aunque impresionan más sus 100 metros de ancho.
Con el atronador sonido de Dettifoss aún reverberando, llega Hljodaklettar, también conocidos como los acantilados de los Susurros, en cuya roca volcánica han ido esculpiéndose formaciones únicas y serpenteantes grutas en las que se cuela el viento produciendo inquietantes sonidos. Existen dos senderos por los que adentrarse en la zona: uno sencillo, de apenas un kilómetro, y otro más exigente que requiere al menos dos horas de caminata.
Si las tortuosas formas de Hljodaklettar llaman la atención, la del cañón de Ásbyrgi, con su impecable silueta de herradura, no pasará inadvertida. La leyenda cuenta que la culpa la tuvo Sleipnir, el caballo volador de ocho patas de Odín que, accidentalmente, pisó la tierra en uno de sus paseos junto al dios nórdico. Los geólogos en cambio afirman que esta forma única se debe a dos catastróficas inundaciones del glaciar Vatnajökull. Lo cierto es que, debido a su peculiar relieve, en su interior crece un precioso bosque de abedules y un pequeño estanque.
En barco por la bahía de Skjálfandi
La última etapa de este Círculo de Diamante se encuentra a 80 kilómetros de Akureyri, el punto de partida del viaje. Se trata de Húsavík, un pequeño pueblo que se coló en la última edición de los Oscar por ser protagonista de una de las canciones nominadas (de la película Eurovision Song Contest: The Story of Fire Saga), y en la gala contaron incluso con una actuación en directo en su puerto. Desde ese mismo lugar parten los barcos que recorren la bahía de Skjálfandi en busca de ballenas, orcas o delfines, uno de los grandes atractivos de este pequeño pueblo pesquero junto con los frailecillos, que llegan a sus costas entre mediados de abril y finales de agosto.
Y antes de abandonar Húsavík conviene honrar, de nuevo, una de las maravillosas tradiciones islandesas: sumergirse en las aguas termales de Geosea, con unas vistas impresionantes a la bahía y a los territorios del Círculo Polar Ártico.
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