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Escapadas

Por la Venecia judía

La animada plaza del Campo del Ghetto Nuovo, sus cinco sinagogas, delicias kosher y más paradas en un paseo por el primer gueto hebreo de la historia

Canal que separa el gueto judío (a la izquierda de la imagen) del resto de Venecia.
Canal que separa el gueto judío (a la izquierda de la imagen) del resto de Venecia.Hercules Milas (ALAMY)

La presencia de la comunidad judía es parte esencial de la historia de Venecia, pues ya en 1516 el Gobierno de la República estableció que los judíos debían instalarse en una isleta junto al canal de Cannaregio, en lo que acabó siendo el primer gueto judío de la historia. En este barrio o sestiere, según la denominación veneciana, había un gran número de fundiciones de hierro, y precisamente de ahí procede el término “gueto”, pues en el dialecto veneciano el verbo fundir se decía getar. Pero gracias al paso del tiempo y a la resiliencia de la comunidad hebrea, hoy la antigua zona de las fundiciones no es un área de aislamiento y exclusión, sino un barrio propicio al intercambio cultural donde viven y trabajan muchos judíos de la ciudad italiana.

cova fdez.

Para comenzar la visita al gueto veneciano hay que dirigirse al animado Ponte delle Guglie (puente de las Agujas), al noroeste de la ciudad. Allí, junto al canal de Cannaregio, se puede observar un discreto arco que nos dará acceso al barrio judío, cuyos edificios son más altos que los del resto de la metrópoli debido al hacinamiento en que debían vivir sus muchos habitantes, más de 6.000 a principios del siglo XVII. Su epicentro se encuentra en la plaza llamada Campo del Ghetto Nuovo, lo cual nos hace ver que existió también un gueto más antiguo, el Ghetto ­Vecchio. En Venecia, la palabra “campo” se refiere a una gran plaza, normalmente animada y salpicada de terrazas y otros lugares de interés, cosa que ocurre también en la que nos ocupa. En ella encontraremos el encantador restaurante Upupa (upupaghettovenezia.com) junto a varias tiendas de artesanía con motivos judíos, muchos de ellos en cristal de Murano, tan característico de la ciudad flotante. Es interesante fijarse también en el discreto letrero pintado en los soportales de la plaza, a la altura del número 2912, que dice Banco Rosso (Banco Rojo) y que nos hará viajar hacia atrás en el tiempo, pues se trata de la huella de uno de los primeros bancos europeos. En las inmediaciones también se hallaban el Banco Verde y el Banco Nero, pero actualmente solo queda el recuerdo del rojo. Estos protobancos funcionaban como casa de empeños y se guiaban por un código de colores para facilitar a sus acreedores recibos por el préstamo realizado, de ahí sus nombres cromáticos. Es cierto que muchos judíos se dedicaban a prestar dinero, algo que nos recuerda Shakespeare en El mercader de Venecia, pero esto se debía principalmente a que tenían vetado ejercer muchas otras profesiones, y también a que la religión católica prohibía a sus fieles dedicarse a esta actividad.

Ambiente en la plaza Campo del Ghetto Nuovo.
Ambiente en la plaza Campo del Ghetto Nuovo.Matthias Scholz (ALAMY)

El museo judío de la ciudad, el MEV (Museo Ebraico di Venezia, que anuncia su reapertura el próximo 15 de enero; museoebraico.it), también tiene su sede en esta misma plaza y es el espacio idóneo para entender la relevancia de su presencia en Venecia. Además de su rica colección de objetos para la liturgia y las festividades judías, visitarlo lleva a conocer las cuatro comunidades judías de la ciudad: los italianos, los askenazíes, los levantinos y los ponentinos, estos últimos llegados directamente de España. La visita incluye acceso a las cinco sinagogas del gueto, algunas de ellas alojadas en el espacio del propio museo. De hecho, las sinagogas —llamadas Tedesca, Canton, Española, Italiana y Levantina— no se distinguen a primera vista de los edificios, ya que algunas de ellas formaban parte de los palazzi y solamente se caracterizaban por sus grandes ventanales y por estar situadas siempre en el piso superior, pues la religión judía impedía que se construyeran otras dependencias sobre los espacios de culto.

Evocadora gastronomía

Pero no todo es memoria en la Venecia judía, y para traer el pasado al presente no hay nada mejor que el poder evocativo de la gastronomía. Por eso al probar los dulces de la pastelería tradicional Giovanni Volpe (calle del Ghetto Vecchio, 1143) enseguida se nos vendrán a la mente los sabores de la Venecia de otros siglos. Ya sea mordisqueando los impade, que traen recuerdos de la repostería sefardí por su relleno de crema de almendra, o los bise de harina sin levadura, con su característica forma de ese.

Interior de la sinagoga española de Venecia (Schola Spagniola).
Interior de la sinagoga española de Venecia (Schola Spagniola).Lois GoBe (Alamy)

Para una comida en serio, el restaurante perfecto es Gam Gam (gamgamkosher.com), que además despliega su terraza a orillas del canal de Cannaregio. Por allí se deja caer todo aquel que quiera mantener sus restricciones alimentarias kosher, pero también quienes buscan conectar con sabores muy venecianos como las sarde in saor —sardinas escabechadas con cebolla, pasas y piñones—, receta que le debe mucho a la cocina que trajeron los judíos sefardíes ponentini de la península Ibérica.

Para seguir con el paseo por las huellas hebreas hay que tomar un vaporetto que lleve a la isla de Lido, pues aquí se encuentra el cementerio judío. El Cimitero Ebraico (Via Cipro, 57) fue muy visitado por Lord Byron durante los años que pasó en la ciudad. Lido es una isla alejada del bullicio monumental, salvo en septiembre, cuando con motivo del festival de cine se llena de visitantes que pululan por lugares icónicos como el antiguo Hotel des Bains, que inspiró la novela de Thomas Mann La muerte en Venecia. Por eso pocos esperan encontrar aquí el camposanto judío, si bien la tradición veneciana es enterrar a los difuntos en las islas que rodean a la principal.

El cementerio judío de Lido data de 1386, fecha en que el Gobierno de la República de Venecia otorgó esta parcela a los miembros de la comunidad hebrea. Tras sufrir diversos avatares, hoy es un vergel cuidado y abierto de nuevo al público. Y ante todo es un lugar para entender los guiños que nos hace la historia, pues al leer los nombres grabados en sus lápidas, además de encontrar los muy italianos Ottolenghi o Dalla Torre en muchas de ellas, nos topamos con los apellidos Pardo y Navarro, de origen claramente sefardí.

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