Tavertet, un secreto entre riscos
El pueblo barcelonés y su entorno sorprenden con un paisaje de postal protagonizado por acantilados, pantanos y saltos de agua
Conviene madrugar para apreciar en toda su dimensión la espectacularidad del emplazamiento del pueblo de Tavertet (Barcelona). Un mar de nubes llena el valle que crean los riscos de la sierra de Les Guilleries y esconde los pantanos de Sau y de Susqueda. A medida que avanza la mañana, las brumas se van disipando y emerge imponente el circo rocoso presidido por esta villa de piedra, a 900 metros de altitud y en la que residen apenas 48 almas.
Situado a unos 30 kilómetros de Vic, y a unos 100 de Barcelona y de Girona, Tavertet está enclavado en la pequeña subcomarca del Collsacabra, entre Osona y La Garrotxa. En el siglo XVIII fue territorio de bandoleros, dicen que el popular Joan de Serrallonga deambulaba por estas tierras y se ocultaba en las numerosas y características cuevas de la zona. El pueblo se mantuvo incomunicado por carretera hasta la década de los sesenta del siglo pasado, cuando se construyó la vía que salva 13 kilómetros de curvas pronunciadas y hoy sigue siendo su único acceso para vehículos. Quizás su aspecto actual, pulcro y ordenado, con un urbanismo homogéneo, es fruto de su privilegiada y aislada ubicación. Se conservan unas 40 casas originales de los siglos XVII y XVIII, la mayoría con nombres de oficios, que se distribuyen por las tres calles históricas de la villa, calles de Dalt, de Baix y del Mig —con lógica geográfica—, a las que se suman las calles de les Fonts, del Castell y la de Sau, esta última con un trazado en paralelo a los riscos que procura una vista excepcional de Les Guilleries y el pantano del mismo nombre. Muy cerca queda el mirador, ideal para dejar vagar la vista mientras a uno le envuelve un silencio profundo. Ahí se entiende por qué el filósofo Raimon Panikkar (1918-2010) eligió este lugar para pasar los últimos años.
Su origen es remoto; la iglesia románica, dedicada a Sant Cristòfol, ya estaba documentada en 1070 y conserva una bellísima talla gótica de alabastro de Santa María. Convertido de forma tardía en un municipio de interés turístico —su núcleo urbano es bien de interés cultural—, hasta hace un par de décadas las ovejas paseaban por sus calles y se podían comprar grandes panes redondos que duraban tiernos varios días y cocas de pan con azúcar que vendían a metros y sabían a gloria. Hoy queda muy poco comercio, ha sido sustituido por varios alojamientos rurales y unos pocos restaurantes en los que sirven deliciosa cocina local. Algunos de ellos se han abierto para hacer realidad un sueño, como L’Horta (931 03 50 05), con una carta atrevida y moderna; Can Baumes (938 56 52 07) y otros, como el histórico Can Miquel (938 56 50 83), que apuesta por platos tradicionales como el pato con peras o la butifarra con judías blancas, para seguir una tradición familiar.
Las mejores rutas para caminar
Todo el término de Tavertet se caracteriza por una orografía empinada y tortuosa. Sus valles, estrechos y profundos, y sus riscos, esbeltos y altivos, se suceden sin interrupción en todas las direcciones. Debido a esta geografía tan particular, los pequeños riachuelos que se forman en época de lluvias descienden formando espectaculares saltos de agua. En todo este conglomerado de rocas y bosque hay enclaves donde el agua forma cascadas singulares de belleza sobrecogedora, aunque algunas de ellas solo fluyen en algunas épocas del año (con las lluvias y el deshielo), como el salto del Molí-Bernat, situado a apenas tres kilómetros del pueblo; o los saltos del Avenc o de la Cua de Cavall, creados por dos pequeño arroyos y con una caída de unos 100 metros de altura.
Una de las rutas más recomendables es seguir el sendero Tavertet-Puig de la Força, con unas vistas impresionantes a lo largo de 3,3 kilómetros. También la que lleva a la ermita románica de Sant Corneli, situada en la cima de un pequeño monte, y la de Sant Bartomeu Sesgorgues y Sant Miquel de Sorerols, considerado uno de los más bellos ejemplos románicos de la comarca de Osona.
Dispersas por el territorio se hallan espléndidas masías históricas; la de L’Avenc, situada en el camino entre el pueblo y Rupit, es una de las más notables de la comarca. Data del siglo XIII y a principios del XVI se le añadió un casal gótico-renacentista. Hoy es un bellísimo hotel cuya estancia merece el viaje, y al que se llega tras recorrer unos tres kilómetros por una pequeña carretera sin asfaltar que parte de Tavertet. L’Avenc tiene una bonita historia reciente protagonizada por los hermanos Matthew y Belinda Parris y el marido de esta, Joaquim Abey, quienes en los noventa descubrieron durante una excursión esta casa señorial en ruinas y decidieron comprarla para convertirla en un alojamiento rural y de bienestar que funciona con criterios sostenibles y que se ha propuesto como misión enaltecer su entorno y cuidarlo con ahínco. Dispone de unas 20 habitaciones, estudios, cuatro casitas rurales, la masía histórica con varias estancias y una piscina interior. Enfrente se abren impresionantes acantilados que son un mirador al embalse de Sau desde el que se observa el mayestático vuelo de las rapaces. Belinda cuenta orgullosa que en los últimos años se han visto por la zona distintas especies de buitres, nuevas flores y mariposas que han regresado. En L’Avenc generan el 50% de la energía eléctrica que consumen y además gestionan un área de 300 hectáreas junto a la Fundació Catalunya-La Pedrera por donde se pueden realizar varias rutas a pie.
De vuelta a Tavertet, tomamos la carretera y en el primer recodo, con el sol ya ocultándose, dejamos atrás la silueta de los tejados de este pueblo de postal que bien merece estar en una de esas listas de los pueblos más bonitos de España.
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