Leyendas de Sefarad en Galicia
Una apasionante ruta por las juderías de Tui (Pontevedra), Ribadavia (Ourense) y Monforte de Lemos (Lugo), entre pazos, bodegas, villas medievales y verdes colinas cubiertas de viñedos
Esto podría parecer un haiku japonés: “Ahuyentad a las raposas / que a las viñas causan daño. / Nuestras viñas ya están en flor”. Pero no, no lo es; es un versículo del Cantar de los cantares, uno de los libros sagrados del judaísmo, y también de la Biblia cristiana. Puede que tan antigua sea la presencia de judíos como de viñas en las dulces colinas gallegas. Dentro de la Red de Juderías de España, que agrupa a 21 poblaciones, tres pertenecen a Galicia: Ribadavia, Monforte de Lemos y, desde el año pasado, Tui. Esta red figura a su vez dentro del Itinerario Europeo del Patrimonio Judío, reconocido por el Consejo de Europa desde 2005 como uno de los Itinerarios Culturales Europeos.
En ese rincón discreto y feraz que es Galicia, las comunidades judías lograron prosperar gracias, entre otras cosas, al comercio de vinos antiguos y prestigiosos, exaltados por clásicos como Lope de Vega, Cervantes o Tirso de Molina. Numerosas iniciativas, como el portal Caminos de Sefarad o la guía temática Viñedos de Sefarad, tratan de rescatar esa memoria.
Tal vez la judería mejor conservada de Galicia sea la de Ribadavia. La pujanza de esa comunidad hebrea está documentada ya en crónicas del siglo XIV, y desde hace más de 30 años, cada verano a finales de agosto —aunque este año aún no hay fechas confirmadas—, la Festa da Istoria celebra dentro de las ruinas del castillo un mestizaje un tanto idílico. El barrio judío de Ribadavia se articulaba en torno a la plaza de la Magdalena, donde pudo estar la sinagoga, pegada a la muralla y la ribera del río Avia. Muchas de las casas aledañas aún conservan bodegas en sus sótanos.
En la plaza Mayor, porticada para resguardar de las inclemencias del tiempo a los mercados semanales, se encuentra la Casa de los Condes. Allí se instaló en 2003 el Museo Sefardí de Galicia (cerrado temporalmente). Diminuto, bienintencionado, pero pidiendo a gritos una ampliación. Enfrente está la casa consistorial y la torre del Campanario o del Reloj, y en la calle de San Martiño, poco más abajo, como amargo contrapunto, está la Casa de la Inquisición; los dominicos, frailes encargados de aquella ominosa Gestapo, levantaron frente al castillo un templo gótico con ínfulas de catedral.
A escasos metros del Museo Sefardí está la casa de las Schindler gallegas, las hermanas Touza. Lola, Julia y Amparo regentaban un puesto de chucherías en la estación de tren, a la que llegaban desde Europa fugitivos judíos enviados por el cónsul portugués en Burdeos Aristides de Sousa preguntando por “la madre”. Esa era la contraseña. Las hermanas Touza los ocultaban en su casa hasta que, de noche y gracias a la complicidad de un par de paisanos, podían pasarlos a Portugal, distante sólo 12 kilómetros; a veces en el taxi de uno de ellos, pero muchas otras veces a pie, a través de la montaña. Salvaron por este procedimiento a medio millar de judíos europeos, si bien el número de personas auxiliadas por el cónsul portugués fue, en total, mucho mayor. Alguien debería filmar también la película de estos “justos entre las naciones”, título que dan los hebreos a quienes salvan vidas de judíos, sin serlo ellos.
Otra mujer animosa, doña Herminia, lleva más de 30 años elaborando en su tahona de la travesía de Porta Nova dulces hebreos, recuperando el sabor, casi olvidado en algunos casos, de especias como la cúrcuma, el jengibre, el cardamomo, el cilantro, semillas de amapola… y, sobre todo, la canela (lo cual recuerda la agridulce película Un toque de canela, sobre el mestizaje culinario, y no solo). Para rematar o acompañar las golosinas de Herminia, nada como el vino tostado de Ribadavia, generoso y potente, del que Eugenio d’Ors, siempre tan enfático, decía que era “la main de fer dans le gant de velours” (una mano de hierro en guante de terciopelo).
Tal vez sea una exageración pensar que los judíos monopolizaban el comercio del histórico vino ribeiro. En la feigresía (parroquia) de Santo André de Campo Redondo, a una legua —o unos cinco kilómetros—de Ribadavia, se abrió hace menos de un año el Museo del Vino de Galicia . Está alojado en una granja del siglo XVIII que perteneció a los frailes de San Martín Pinario, de Santiago. Muchos conventos ricos de la época poseían este tipo de granjas en la campiña, para abastecimiento propio y también como fuente de ingresos. Es un museo sobresaliente, por el propio edificio, que conserva lagar y bodega, y por la forma de mostrar el contenido. En Galicia hay cinco denominaciones de origen: Rías Baixas, Ribeira Sacra, Valdeorras, Monterrei y Ribeiro. La historia de estos vinos es la historia cotidiana y humilde de la región. Pegado al museo, el restaurante Sábrego (también casa rural) es santo y seña para iniciados gastrónomos. Menús sefardíes pueden pedirse en los restaurantes A Comanda (Progreso, 1) y O Birrán (plaza de la Magdalena), ambos en Ribadavia.
Y si esta es la capital del ribeiro, Monforte de Lemos lo es del vino Ribeira Sacra. Esa ribera es una brecha abierta por el río Sil que sirve de frontera entre las provincias de Lugo y Ourense, y cuyo apodo se debe a la abundancia de iglesias, ermitas y monasterios, la mayoría de estilo románico. Para captar la peculiar orografía de ese territorio, nada como acudir al mirador del Duque, a un par de leguas (casi 10 kilómetros) de Monforte y muy bien acondicionado con pasarelas de madera. Contempla los viñedos escalonados en terrazas acopladas a las abruptas pendientes, por donde han de faenar auténticos alpinistas, más que labriegos; solo en Madeira o Suiza existen viñas tan empinadas. Abajo, en apurados muelles, varios catamaranes realizan excursiones por el cañón sagrado.
Monforte es una corrupción de monte forte, por la fortaleza de San Vicente, cuya torre del homenaje, en lo alto del pueblo, sigue campeando como imagen de marca. Junto al torreón, que alberga un minúsculo museo, se explaya a sus anchas un monasterio benedictino del XVII convertido en espléndido parador. Frente a él estuvo el palacio de los condes de Lemos, del que apenas quedan algunos despojos; por cierto, fue al conde de Lemos a quien Cervantes dedicó (interesadamente) su Quijote, la primera parte.
Al descender la colina se topa uno, lo primero, con la muralla y la llamada Porta Nova. Desde esta, siguiendo el adarve hasta la Puerta de Pescaderías, se alarga la calle de la Cruz, antes llamada Falagueira (de fala, habla, mentidero o calle del chismorreo). Allí estuvo la judería y la sinagoga de Monforte. Hay que observar, sin embargo, que para algunos historiadores es impropio aquí hablar de judería, con lo que eso implica de concepto y trazado urbanístico; habría que referirse más bien al barrio judío, o mejor al barrio ocupado en parte por una comunidad hebrea que no debió de sobrepasar la docena de familias. Algo que vale para muchas otras poblaciones gallegas.
Bajando desde la Puerta de Pescaderías por una cuesta muy peripuesta, con arriates de romero postrado y enlosado reciente, se llega al amasijo de casas, galerías, soportales y camelias de la parte baja de la población. Y allí, como un meteorito lanzado desde una galaxia triunfal, está el llamado Escorial gallego; el colegio o Real Seminario de Estudios que concibió (y no pudo culminar) el faraónico cardenal Rodrigo de Castro, un príncipe eclesiástico en la España de Felipe II. Está acabada la inmensa fachada herreriana, también uno de los claustros y la iglesia. En esta, un retablo sin estofar muestra una curiosa y detallista escena de la circuncisión de Jesús. Para los altares de las capillas laterales encargó el cardenal cuadros magníficos, dos de ellos a El Greco. Esas pinturas han sido llevadas a la sacristía, convertida en sucinto museo, y allí lucen junto a cinco tablas renacentistas de Andrea del Sarto, entre otras joyas.
Mucho más amplio es el Museo Sacro (Santa Clara, 26), alojado en el convento de clarisas, con tallas de Alonso Cano o Gregorio Fernández y mucha plata y menaje litúrgico. Cerca del convento, en un antiguo hospital del siglo XVI, se ha instalado el Centro do Viño da Ribeira Sacra, aula de interpretación, más que museo, con tienda de vinos e instalaciones para poder efectuar catas o comer y maridar sabores. El Museo del Ferrocarril de Galicia , en la antigua estación, recuerda que cuando el tren llegó a la población en 1888, esta se convirtió en nudo crucial de comunicaciones entre Galicia y la meseta.
Después de recoger las aguas del Sil y otros feudatarios —Ourense es una de las provincias españolas con más ríos—, el Miño hace de frontera entre España y Portugal conforme se acerca a la ciudad de Tui. Una población, más que fronteriza, mestiza, en el mejor sentido. La capilla del patrón, San Telmo, tiene toda la pinta de iglesia lusitana, con su juego de curvas barrocas y alternancia cromática del granito con el blanco de la cal. Solo un puente sobre el río separa a Tui de la portuguesa Valença do Minho, cuya aguerrida fortaleza sirve (todavía) de inmenso tenderete para mercar toallas y textiles del hogar a los ávidos compradores españoles. Antes, cuando aún existía fielato fronterizo, también florecía el contrabando de café.
Sambenitos en Tui
Tui acaba de incorporarse a la Red de Juderías de España. Como en otras poblaciones gallegas, la comunidad judía nunca fue más allá de unas cuantas familias que, eso sí, tendían a agruparse en un barrio determinado. En Tui se muestra un pequeño solar —junto a la Porta da Pía— como el antiguo mikvéh o baño ritual de la sinagoga, y un cubo de la muralla, conocido como Torre dels Judeus (ahora un hotel singular), pudo haber sido también un reducto de familias judías.
Sin embargo, donde se encuentra el rastro más llamativo de los judíos de Tui es, paradójicamente, en la catedral. Un soberbio templo gótico adosado a la muralla, con más pinta de castillo que de iglesia. Por dentro quedó algo desdibujado tras el terremoto de Lisboa (1755), cuando hubo que apuntalar sus bóvedas y muros con una drástica ortodoncia de contrafuertes. En el claustro, en una esquina bajo ventanales, puede verse grabado un menoráh o candelabro de siete brazos que hizo empotrar algún donante en el siglo XIII. Y en el Tesoro, además de cálices y objetos litúrgicos fabricados por plateros judíos, pueden verse cinco sambenitos que se encontraron de forma casual en el templo y son piezas únicas en Europa. Los originales están en el Museo Diocesano, en el antiguo palacio episcopal, junto a la catedral. Los sambenitos nada tienen que ver con el fundador de los benedictinos; la palabra es una derivación de saco bendito. Porque eso eran, sacos mal pintados con un aspa (como de tachar), la efigie del penado y la leyenda del castigo; si en esta se decía que el hereje judaizante era “relajado”, eso significaba en realidad que era entregado a las llamas. Muchos huyeron a tiempo (como varios miembros de la familia Coronel, mentada en dichos sacos) y lo que quemaban en su lugar era un muñeco.
También Tui tiene algo que ver con el vino, en este caso con el albariño, amparado en la denominación de origen Rías Baixas. Una bodega de Arousa, Mar de Frades, hizo el ensayo (fallido) de elaborar un vino kosher, es decir, producido según los preceptos del kashrut bajo la supervisión de un rabino. Un gesto de concordia, sin duda, y de reivindicar la memoria histórica. Hay un dicho hebreo —“Tu boca en los cielos”— que expresa el deseo de que tus palabras sean escuchadas por Dios. Ojalá nuestras palabras más frecuentes y actuales fueran haikus de celebración o festivos brindis por la concordia. Con vinos gallegos, por supuesto.
Miño terapéutico
En Ribadavia, a unos cinco kilómetros del centro urbano, están las Termas Prexigueiro. Tienen, por supuesto, todos los requisitos de un balneario de nivel (hidromasajes, jacuzzis, algas, vinoterapia, aromaterapia…), además de los servicios de restaurante, terraza, etcétera. Pero lo que hace de estas termas una experiencia inolvidable son sus piscinas naturales, entre rocas pulidas, al aire libre, bajo el rumor de las chicharras en los pinos, o de noche bajo la luz de las estrellas. Son aguas sulfurosas, bicarbonatadas y fluoradas, indicadas para tratar afecciones dermatológicas, reumatismos, lumbalgias y otras dolencias. Ourense es la provincia termal por excelencia de España. En la propia capital, la que llaman Ruta Termal del Miño comprende siete instalaciones balnearias en una senda peatonal de cinco kilómetros (algunas en pleno centro urbano, como A Chavasqueira o As Burgas). Galicia en su conjunto tiene catalogadas más de 300 captaciones termales, que no solo atienden a la salud, también al deporte de élite y al turismo en general, convirtiendo a la comunidad gallega en uno de los territorios termales más importantes de Europa.
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