Diez rutas ciclistas en España para celebrar el Día Mundial de la Bici
Desde los parajes desérticos del Cabo de Gata a los pinares sorianos o de la sierra de Guadarrama. Caminos, senderos y carreteras para pedalear contemplando espléndidos paisajes
Buen tiempo, ansias de libertad y grandes espacios naturales que explorar… es hora de sacar la bicicleta y celebrar su Día Mundial, este 3 de junio, recorriendo caminos, senderos y carreteras mientras contemplamos el paisaje. Con motivo de la efeméride, establecida por Naciones Unidas en abril de 2018, proponemos 10 rutas ciclistas a tener en cuenta para quienes planeen descubrir España sobre dos ruedas. Desde los acantilados y parajes desérticos del Cabo de Gata hasta los tranquilos caminos junto al agua del Canal de Castilla o del Bidasoa, pasando por rutas históricas como la del Camino de Santiago o grandiosos parajes de montaña que necesitarán de nuestro aliento para coronarlos.
1. Entre desiertos y acantilados: el Cabo de Gata
Playas y escenarios de película, vertiginosos acantilados y un paisaje volcánico a orillas del Mediterráneo: el viaje en bici por el Cabo de Gata (Almería) recorre uno de los lugares más originales de la Península. Un recorrido circular desde San Miguel de Cabo de Gata que transcurre pegado a la costa hasta llegar a Las Negras, para volver por caminos interiores hasta culminar en San José y la playa de los Genoveses. La ruta es perfecta para hacerla en mountain bike y en cualquier momento del año, aunque es recomendable evitarla durane el verano, que en estas latitudes llega a ser sofocante. En tres o cuatro días se pueden recorrer unos 100 kilómetros, la mayor parte por caminos y pistas, en medio de un desierto en el que la bicicleta se convierte en la aliada perfecta para explorar viejos caminos entre formaciones volcánicas y pueblos blancos.
Se puede comenzar en San Miguel, a unos 25 kilómetros de la ciudad de Almería, y desde allí entrar en el parque natural de Cabo de Gata-Níjar y su albufera. En sus salinas descansan muchas aves migratorias, entre ellas bandadas de esbeltos flamencos. El camino nos llevará junto a la carretera, contemplando el faro del Cabo de Gata y una serie de ensenadas, islotes, agujas y precipicios, entre los que se esconden playas desiertas. Se puede hacer un alto en pueblos como San José, Rodalquilar (localidad famosa por sus antiguas minas de oro) o la vecina Las Negras, un pueblo de pescadores reconvertido en uno de los puntos turísticos de la zona.
El camino de vuelta nos llevará por el interior entre cortijos de leyenda, como el del Fraile, escenario de películas del oeste como El bueno, el feo y el malo (1966), que inspiró también a Federico García Lorca para escribir sus Bodas de sangre (1931), y una caldera volcánica, la de Majada Redonda, para salir de nuevo a la costa por playas también muy cinematográficas como la del Mónsul. Presidida por un espectacular tómbolo negro conocido como La Peineta, allí se rodó, por ejemplo, la escena de Indiana Jones y la última cruzada (1989) en la que Sean Connery ahuyenta a los pájaros con un paraguas abierto.
2. Arrozales y flamencos en el delta del Ebro
El delta del Ebro (Tarragona), con su horizonte totalmente llano, es un terrero perfecto para hacer cicloturismo de forma tranquila, entre arrozales, lagunas salpicadas por bandadas de pájaros, barcas de pesca y playas casi desiertas. Prácticamente todo el trayecto se recorre junto al agua, por los antiguos caminos de sirga y canales de riego convertidos en carriles para bicis que animan a pedalear y a contemplar la avifauna mientras se disfruta de la tranquilidad del entorno. Este es un viaje tranquilo por un paisaje que evoluciona continuamente y que se va construyendo con los sedimentos que el río transporta. Es uno de esos ejemplos de convivencia y precario equilibrio entre tradición y desarrollo: el mar y la tierra se funden y crean un ecosistema delicado que precisa un respetuoso cuidado por parte el hombre.
La ruta puede empezar en el pueblo de l’Ampolla, bordeando la costa por la Laguna de Les Olles, un buen escaparate para la observación de flamencos, garzas imperiales y ánades reales, aguiluchos y martín pescadores. De aquí parten diversos caminos señalizados para recorrer la zona de dunas y arrozales. Podemos acercarnos al faro del Fangar, todo un icono de la región, y proseguir el pedaleo bordeando la costa por la playa de La Marquesa hasta Riumar, donde llega el momento de remontar el río por el bicicarril del Camino Natural del Ebro (GR 99) y llegar a Deltebre. Este puede ser un buen final de etapa, antes de cruzar el río por el moderno puente de Lo Pasador y tomar allí un camino de sirga que lleva por el margen derecho del río de nuevo hacia la costa, a la zona protegida de la Illa de Buda y la solitaria playa de l’Alfayada. Allí podemos volver por otro camino interior que permite descubrir lugares como l’Encanyissada —la mayor laguna del delta— o la Casa de Fusta —hoy centro de información del parque—, antes de regresar por Amposta.
El delta tiene algunos atractivos añadidos al mero pedaleo entre paisajes apacibles: el magnífico arroz local en los restaurantes de la zona, la observación de avifauna (en sus puestos de observación, como por ejemplo los de El Garxal o en las diferentes lagunas), las artes de pesca tradicionales o las barracas del delta, que hoy se pueden encontrar en el centro de interpretación de Sant Jaume d’Enveja. El recorrido se puede hacer en dos o tres días, durante todo el año, en una bicicleta híbrida o una de montaña. Y una ventaja es que hay estaciones de Renfe en L’Ampolla y en l’Aldea-Amposta-Tortosa, que permiten al viajero acercarse cómodamente en tren al inicio de su aventura sobre dos ruedas.
3. Rumbo a Santiago por el Camino Primitivo
Todos los caminos llevan a Santiago, pero el ramal más antiguo es el que venía de la corte de Oviedo. Desde la capital asturiana hasta Melide (Lugo), el Camino ha recuperado este trayecto que se puede hacer a pie o en bicicleta entre valles y montañas verdes, bosques casi siempre húmedos y aldeas que nos hablan de historia y tradición. Este fue el mismo camino que el rey astur Alfonso II el Casto hizo en el siglo IX para visitar la tumba del apóstol.
Es una ruta para hacer en primavera y otoño y al principio o final del verano, en una mountain bike o una bicicleta tipo gravel, para uso mixto en asfalto y caminos de tierra. Conviene reservarse unos cinco o seis días para completar las etapas (273 kilómetros) y un día mas si se quiere llegar hasta Santiago de Compostela. La ruta es preciosa de principio a fin, incluyendo el recorrido por olvidadas corredoiras entre hórreos y bosques. Durante buena parte del recorrido se puede seguir la señalización oficial, aunque en algunos sectores es difícil localizarla, así que conviene estar atento.
La gran ventaja del Camino Primitivo es que está poco transitado en comparación con otros ramales y permite descubrir zonas de Asturias y Lugo rurales y solitarias, lejos del ajetreo del popular Camino Francés. El viaje en bicicleta puede arrancar de Oviedo hacia el Oeste, para enlazar con el camino que serpentea a orillas del río Nalón. Pasaremos por Grado pero poco después volveremos a enlazar con senderos bucólicos junto a arroyos y antiguos molinos. Cruzando el Narcea espera el monasterio del Salvador, una joya del románico abandonada que puede ser un alto antes de llegar a Salas. Después se sigue hacia Tineo para enlazar con la llamada Ruta de los Hospitales, una variante remota y salvaje que une Borres, en el concejo asturiano de Tineo, y el puerto del Palo a través de las montañas. La etapa más importante es la que nos llevará desde Pola de Allande a Fonsagrada, parando, por ejemplo, en Grandas de Salime y en su interesante museo etnográfico.
Se atraviesan los parajes gallegos hasta llegar a Lugo, con sus murallas romanas y una catedral fantástica. Y de aquí todavía quedará regresar por la ruta jacobea y descender hasta el río Furelos y Melide, donde el Camino Primitivo converge con el Camino Francés. Desde allí sólo quedan 55 kilómetros para llegar a Santiago.
4. Los caminos de agua del Bidasoa
El Bidasoa es el río que separa España y Francia pero también puede ser un hilo conductor para recorrer los paisajes desde el Cantábrico hasta el valle del Baztán. Evitando el invierno, cualquier época es buena para recorrer en bicicleta sus caminos entre caseríos y bosques. Una ruta de entre dos y cuatro días lleva, por ejemplo, a la casa de Pío Baroja en Vera de Bidasoa, a los caminos que se adentran en los hayedos oscuros del parque natural del Señorío de Bértiz, a contemplar las traineras, visitar el museo-astillero de la fundación Albaola en Pasajes o al faro de cabo de Higuer para contemplar una panorámica emocionante.
Si partimos de Irún, nos adentramos siguiendo el curso del agua hasta la elegante villa de Vera de Bidasoa, con una larga historia fronteriza. Más adelante el río pasa a llamarse Baztán y la vía verde termina. Pero se puede seguir adelante pedaleando por carreteras locales para llegar al parque natural del Señorío de Bértiz, un húmedo hayedo surcado por riachuelos y cascadas, con bordas y caseríos. Son carreteras solitarias por las que es cómodo circular. Girando hacia el Norte en Legasa se pasa por Berrizaun y el embalse de Endara, antes de coronar el Aritxulegui y volver hacia Irún. Allí enfilaremos un tramo final por la costa desde el faro del Cabo de Higuer, pasando por la bahía natural de Pasajes (allí podemos tener una maravillosa foto de sus traineras con los remeros coordinados por puro deporte). En el museo-astillero Albaloa están construyendo un barco del siglo XVI con las mismas herramientas y técnicas de la época y se puede visitar. Y, al final, unos pintxos en el casco viejo de San Sebastián nos repondrán del esfuerzo.
5. Un viaje al interior junto al Canal de Castilla
El Canal de Castilla fue la más importante obra de ingeniería hidráulica de la España del siglo XVIII, un ambicioso proyecto para hacer navegable el interior de la Península y abaratar los costes de transporte del cereal castellano desde Segovia hasta los puertos del Cantábrico. Se inspiraba en los eficaces canales franceses, pero aquí se tardó casi 100 años en concluir tan solo una parte del proyecto, el tramo que conectaba Valladolid y Medina de Rioseco con Alar del Rey (Palencia), y apenas estuvo dos décadas en funcionamiento, hasta que el ferrocarril dejó obsoleto el transporte en barcazas. Después quedó solo como canal para el regadío hasta que el turismo vino a salvarlo como vía verde completamente llana, y por tanto perfecta para recorrer en bicicleta, pedaleando entre bosques de ribera, campos de cultivo, antiguas fábricas de harina y esclusas. Es un camino óptimo para hacer en tres o cuatro jornadas de primavera, a principios de verano o en otoño, evitando el invierno y los duros rigores del verano castellano.
El punto de salida puede ser Alar del Rey, cuya dársena fue en otros tiempos muy activa, pero que hoy sirve para que los caminantes y los cicloturistas se pongan en marcha por aquellos caminos de sirga por los que en otro tiempo había mulas que tiraban de las barcazas. El canal cruza el Pisuerga y sigue adelante pasando por el Centro de Interpretación del Canal, que explica cómo funcionaba el sistema de esclusas. A lo largo de la ruta, entre acequias, charcas y choperas, se pasa por lugares interesantes como el Batán del Rey, una antigua fábrica de cueros, el acueducto de Abades o Frómista, cruce con el Camino de Santiago y espectacular parada para ver la esclusa cuádruple y su iglesia románica del siglo XI.
En Calahorra de Ribas se cruza por el río Carrión, que es donde termina el Ramal Norte. Pero el camino sigue por el llamado Ramal de Campos hacia la esclusa de El Serón, donde se bifurca: a la izquierda, el Ramal Sur se dirige a Palencia y Valladolid, pasando por Dueñas y su interesante monasterio. El otro ramal, el de Campos, sigue por Becerril o por el astillero de Villaumbrales, en el que se armaban y reparaban las embarcaciones (casi 400) que a finales del siglo XIX surcaron las aguas del canal y hoy se ha convertido en museo. Entre páramos infinitos llegamos al puente de Fuentes de Nava, camino de Medina de Rioseco, cuya dársena fue el puerto más importante del Canal de Castilla. La llaman la Ciudad de los Almirantes y tiene un magnífico conjunto artístico que nos habla de su pasado como poderoso centro mercantil.
Por el sendero GR26 podemos seguir atravesando los Montes Torozos camino de Valladolid, y parando en lugares que presumen de no haber sido jamás conquistados, como Montealegre de Campos, donde Charlton Heston protagonizó El Cid (1961). Desde Valladolid existe la posibilidad de completar el recorrido de forma casi circular siguiendo hacia el Norte, dirección Palencia, por el Ramal Sur del Canal de Castilla, en paralelo a la autovía, y de camino ver la única esclusa que conserva las compuertas originales y está en uso. En este trayecto se atraviesa también la ruta del vino de Cigales con sus bodegas. Y desde Dueñas hasta Palencia cerramos el viaje por un canal que recobra durante unos kilómetros su aspecto bucólico original.
6. Descubriendo la sierra de Guadarrama sobre dos ruedas
Por su proximidad a Madrid, los caminos de Guadarrama son de los más transitados por senderistas y ciclistas, pero dar la vuelta completa sobre dos ruedas a la sierra madrileña son ya palabras mayores. Hay cañadas reales, caminos que se adentran entre inmensos pinares, monasterios, palacios con aires versallescos y jardines rococó, calzadas romanas y muchas sorpresas paisajísticas. Toda una aventura de casi 200 kilómetros que se puede planificar para ir completando en etapas o en una ruta de dos a cuatro días. El circuito tiene sus desniveles y puertos, pero no supone una gran complicación para los ciclistas con experiencia. Se puede hacer en buena parte por caminos, pistas y senderos y solo en algunos tramos es preciso salir al asfalto.
La sierra de Guadarrama divide la meseta castellana y ha sido siempre lugar de paso de comerciantes, cortesanos, peregrinos y ejércitos. Hoy la cruzan modernas autopistas y líneas de tren, pero afortunadamente aún quedan pistas forestales y caminos carreteros para pedalear. Un buen lugar para comenzar puede ser la estación de cercanías de Cercedilla, en la falda sur, desde donde nos dirigiremos a la otra cara de la sierra, ascendiendo el Puerto de la Fuenfría por una popular pista llamada la Carretera de la República, que nunca llegó a completarse. Son zigzags en ascenso, entre pinos, y descubriendo a ratos los restos de la vieja calzada romana que iba a Segovia. Desde lo alto de Fuenfría, el descenso sigue un tramo de esta calzada para enlazar con la pista forestal que lleva a Valsaín a la sombra de sus famosos pinares. El palacio de la Granja es otro de los puntos clave del recorrido, entreviendo desde la bicicleta sus monumentales jardines reales y sus dependencias versallescas. Seguimos en tierras segovianas por la Cañada Soriana Occidental hasta llegar al embalse del Pirón y desde aquí comienza de nuevo la ruta de montaña para volver a cruzar la sierra por el puerto de Navafría y comenzar el descenso hacia el madrileño Valle del Lozoya. Lozoya, Lozoyuela, Pinilla del Valle, Rascafría y su monasterio de El Paular… un paseo delicioso junto al río antes de volver a remontar el puerto de la Morcuera en un último esfuerzo. Desde Miraflores de la Sierra, bordeando el parque regional de la Cuenca Alta del Manzanares, iremos al embalse de Santillana, Manzanares el Real y concluiremos el circuito circular enlazando caminos y senderos por Mataelpino y Navacerrada. Hay que evitar en lo posible la carretera, que aquí está particularmente transitada, para volver por fin a Cercedilla, donde espera el tren de cercanías para volver a Madrid.
7. Ruta de Don Quijote, entre molinos y recuerdos cervantinos
Los caminos de la Mancha animan a buscar gigantes entre los molinos de viento o a descubrir viñedos y campos de cereales siguiendo las huellas de Don Quijote. Pedalear por estas llanuras castellanas ayuda a comprobar que hay mucho que ver en zonas poco frecuentadas por los turistas como son estas del interior peninsular. Conviene evitar las calurosas semanas centrales del verano pero la primavera y el otoño son estaciones idóneas para recorrer estas llanuras y lomas en cuatro o cinco días. Es también una buena ruta para iniciarse en el cicloturismo, parando en lugares tan simbólicos como los molinos de viento del Campo de Criptana, la cueva prisión de Argamasilla —en la que estuvo preso Miguel de Cervantes—, el remanso húmedo de las Tablas de Daimiel (parque nacional) o los flamencos de la laguna de Peñahueca, que aprovechan su enorme salinidad para encontrar su lugar en el mundo.
La región señalizó hace unos años sus caminos y senderos para promover el cicloturismo y el senderismo. Acondicionó caminos y pistas y las señalizó en diez itinerarios bajo la marca Ruta de Don Quijote. Hoy queda poco de aquello pero se puede hacer un itinerario circular que recuerde sus andanzas. Comenzaremos en el toledano pueblo de Miguel Esteban, que se reivindica como cuna del hidalgo, muy cerca de El Toboso, un pueblo que esconde entre sus casas encaladas el Museo Cervantino. Es la patria de Dulcinea, que también tiene, por supuesto, su correspondiente casa museo, un caserón de labranza del siglo XVI. Desde allí llega el momento de enfrentarse a los famosos molinos de Campo de Criptana. Infanto, Burleta y Sardinero, que así se llaman, conservan la maquinaria original del siglo XVI y se pueden visitar. Continuamos pedaleando hacia el Sur, camino de Argamasilla de Alba, en un tramo bastante rectilíneo a través de una extensa y despoblada comarca agrícola. Después toca otro tramo plano, lleno de referencias cervantinas y que lleva sin esfuerzo hasta Manzanares, Daimiel y las magníficas Tablas, uno de los humedales más ricos de la Península. Es obligatorio bajarse de la bicicleta para recorrer sus diferentes circuitos peatonales que conectan los islotes con pasarelas de madera.
La ruta sigue por Villarubia de los Ojos, Puerto Lápice y, por fin, Consuegra, donde hay que buscar carreteras solitarias para volver al punto de partida, entre almendros y viñedos, donde nos puede sorprender algún paraje solitario como la laguna de Peñahueca, un lugar húmedo donde paran en invierno muchas aves migratorias. Por su alta salinidad, su lámina de agua refleja el cielo y crea un efecto casi de oasis. En verano, se seca y su tierra se agrieta formando formas poligonales, pero la vida sigue muy activa en este entorno supersalino.
8. Por las sierras de Cazorla y Segura, cuna de grandes ríos
Este parque es el mayor espacio natural protegido de la Península y allí están las fuentes de los dos grandes ríos del Sur: el Guadalquivir y el Segura. Las sierras de Cazorla y Segura son un lugar increíble, con muchas carreteras locales y pistas de tierra, que aparece en el mapa como una isla serrana rodeada por el mar de olivares de Jaén. En las sierras, los ríos han modelado un paisaje de gargantas, cañones y cuevas, pero el agua es el hilo conductor durante todo el camino.
Cazorla es el pueblo del que pueden partir todas las rutas, tanto a pie como en bici. Antes, conviene darse una vuelta por su casco antiguo, a los pies del impresionante castillo de la Yedra. Subiendo hacia La Iruela nos desviaremos por un camino asfaltado hacia El Chorro y el nacimiento del Guadalquivir. Aquí termina el asfalto y empiezan las pistas forestales y también las espectaculares vistas sobre el pueblo de Cazorla. Una vez en el interior del parque se puede seguir pedaleando por una pista que va descubriendo miradores naturales, despeñaderos y vistas a los pinares. De vez en cuando se cruzan los corzos o se ven en lo alto a las cabras montesas y a los buitres leonados sobre los acantilados. Al final del camino encontramos el nacimiento del Guadalquivir, entre un bosque de pinos laricios. Allí, comienza su camino hacia el Atlántico y nuestras ruedas pueden seguir el curso del río por una pista forestal panorámica entre bosques y una topografía abrupta con rincones increíbles que nos llevará al final al otro nacimiento, el del Segura.
Esta es otra parte del parque, la del Segura, pero seguimos en zona de pistas hasta que retomemos la carretera de montaña para una larga bajada para circunvalar el embalse del Tranco de Beas y llegar a Coto Ríos, donde la carretera empieza a ganar altura. Después de Arroyo Frío comienza la última ascensión hasta el puerto de Las Palomas, con unos miradores desde los que se contempla la sierra a un lado y los olivares jienenses al otro. Quedan ya muy pocos kilómetros para alcanzar de nuevo Cazorla. La sierra tiene multitud de caminos de tierra para cicloturistas de montaña, y además hay muchos incentivos añadidos al pedaleo, como observar el vuelto del águila real desde algún mirador, dormir en los refugios libres del Icona o probar la gastronomía serrana. Es un circuito perfecto para hacer en primavera y otoño, que se puede completar en tres o cuatro días o hacer simplemente algunos tramos, combinando el asfalto y las pistas y diferentes actividades en la naturaleza.
9. Las Hurdes, Las Batuecas y la sierra de Francia
Los caminos del norte de Cáceres no son fáciles. Pedalear rodeando Las Hurdes, desde La Alberca hasta la sierra de Gata y atravesando la Peña de Francia, es una aventura para valientes. Los apartados parajes de Cáceres y Salamanca son escarpados, con muchas diferencias de nivel que obligan a los ciclistas a estar en buena forma para adentrarse por caminos siempre muy solitarios. Dos o tres días de ruta en los que se cubre una ruta circular de algo más de 150 kilómetros con más asfalto que caminos o pistas de tierra. El viaje deja, eso sí, un sabor de aventura y de descubrimiento que es difícil encontrar en otras rutas peninsulares. Se trata de una zona relativamente poco conocida, pero que es un verdadero paraíso natural y un lugar excepcional para encontrarse con viejas tradiciones. Sus profundos valles, cada uno orientado en una dirección, y sus altas cumbres han favorecido un microclima propio que garantiza fauna, flora y cultivos muy diversos.
Ya el inicio, el pueblo de La Alberca, resulta un lugar original e interesante: sus balcones sobre columnas de granito y sus casas con vigas de madera guardan tradiciones muy interesantes. Desde allí comienza una buena remontada para llegar a lo alto de la Peña de Francia: las vistas a la llanura castellana hacia el norte y a la sierra de Las Batuecas y las Hurdes al otro lado, son una buena recompensa. De allí parten hacia el Oeste las carreteras y pistas: el Paso de los Lobos, Monsagro, Serradilla del Arrollo… y de allí a Nuñomoral, al otro lado de la sierra y ya en el centro de Las Hurdes. Y seguimos franqueando puertos, como el de Esperabán, y descubriendo caminos locales, como el que lleva a Pinofranqueado, otro de los núcleos simbólicos de Las Hurdes. Y Cerezal y Riomalo de Arriba, todo cuestas arriba y cuestas abajo, antes de alcanzar el parque natural de Las Batuecas. Nos quedamos “en las Batuecas”, es decir, embelesados en esta extraña naturaleza. Y aún nos queda una visita al monasterio del Desierto de San José, antes de coronar el puerto que lleva de nuevo, a través del bosque y en descenso, hacia la Alberca.
10. Ermitas misteriosas y un lago con monstruo en Soria
Este es un camino tranquilo para pedalear entre ruinas milenarias como las de Numancia y joyas medievales, lagunas misteriosas y profundos cañones. El punto de partida puede ser Numancia, a pocos kilómetros de Soria, y la meta está en El Burgo de Osma, ciudad episcopal llena de historia y con un magnífico entorno natural. Pero en el camino se pedalea por la Senda del Duero, se puede contemplar la Laguna Negra y recorrer el sendero del estrecho cañón del río Lobos. Y todo esto en medio de un paisaje solitario con un duro invierno pero con una primavera y un otoño magníficos.
Los pinares de Soria son el hilo conductor de este itinerario que rueda por pistas cómodas y caminos agradables entre bosques y pequeños pueblos hasta llegar a Vinuesa. Desde aquí una pista forestal asciende a la Laguna Negra, un paraje único de origen glaciar, rodeado de pinos, robles, hayas y abedules. Sus aguas reflejan el granito gris y el verde que la rodean y se dice incluso que en sus oscuras profundidades vive un monstruo, como en todo lago profundo que se precie.
Desde la Laguna Negra la pista conduce a Covaleda, entre legendarios pinares. Queda por delante alguna pendiente durísima hasta lo alto del Pico Usera, que nos abre ya el último tramo del camino, pedaleando hacia Hontoria del Pinar y el impresionante cañón del río Lobos, una senda de 25 kilómetros en un desfiladero calizo del que no podremos salir hasta llegar a Ucero. Es una relajante experiencia rodar por este paisaje y bajar de vez en cuando a contemplar algunos de sus puntos más bellos, como la ermita de San Bartolomé, del siglo III, resto de una monasterio templario frente a una inmensa cueva. Al final, El Burgo de Osma, una ciudad que por sí sola merece un viaje.
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