Arte, música y ‘donuts’ en el metro de Nueva York
Mosaicos en andenes, la estación de Calatrava y un museo en una parada en desuso. Una ruta subterránea
Pocas cosas hay más neoyorquinas que su compleja red de metro. Si queremos movernos por la ciudad eficazmente, vamos a necesitar pasar tiempo bajo tierra. Y a diario. Pero también se puede integrar el metro en nuestros planes como una atracción más. Aquí van algunas pistas.
Lou Reed en la calle 86
Dada la cantidad de horas que los neoyorquinos dedican a viajar bajo tierra, la Autoridad Metropolitana del Transporte (MTA) ha dotado el metro de una buena cantidad de obras de arte para el disfrute de todos. Por su calidad, muchas de ellas podrían exhibirse en un museo de arte contemporáneo. Los ejemplos más espectaculares, inaugurados en 2017, se encuentran a lo largo de la línea Q en su recorrido por el Upper East Side, acompañando así desde el subsuelo por la Segunda Avenida a algunos de los principales museos de la cuidad: el Metropolitan y el Guggenheim, entre otros. El mosaico y las baldosas son las principales formas de ornamentar el metro de la urbe estadounidense. Aguzando la vista, veremos con frecuencia elaboradas cenefas que indican el nombre de una estación y que adornan los andenes. Es en la calle 96 donde el descomunal mural de baldosas de Sarah Sze, titulado Blueprint for a Landscape, se convierte en el epítome de esta forma artística. Le siguen muy de cerca los retratos a base de teselas y baldosines concebidos por Chuck Close en la estación de la calle 86: el gran rostro de Lou Reed nos saluda desde el vestíbulo, así como el del propio Chuck Close, elaborado en mosaico. Cada pelo de la barba está compuesto por un fragmento distinto de piedra gris.
Las figuras a escala real del brasileño Vik Muniz (parte de su proyecto Perfect Strangers) aparecen constantemente en los selfies de quienes pasan por la estación de la calle 72. Son personajes anónimos elaborados con teselas, desde una joven doctora hasta un tipo vestido de tigre de peluche que sostiene en la mano la cabeza del disfraz. Por último, Jean Shin homenajea a los viandantes de la Nueva York de los años veinte y cuarenta en Elevated, una serie de dioramas de mosaico y vidrio instaladas en la estación de la calle 63.
Conciertos en Times Square
¿Quién dijo que para comer y beber bien hay que subir a la superficie? En Columbus Circle, al extremo suroeste de Central Park, se encuentra el Turnstyle Underground Market, un pequeño centro comercial y gastronómico donde comprar regalos y probar especialidades. Debajo de la Octava Avenida, entre las calles 57 y 58, en 16 Handles × Mochidoki sirven mochi (pastel de harina de arroz) en su versión helada, con sabor a sésamo, pistacho y otras delicias. Los donuts genuinos, fritos en directo y más bien cercanos a nuestra idea de rosquilla por su pequeño tamaño y su textura, se venden en Doughnuttery. Un espacio dulce al que se puede acceder por siete entradas y sin necesidad de un billete de metro.
Si desde Columbus Circle recorremos dos paradas hacia el sur en la línea 1, aterrizamos en esa sala de conciertos bajo tierra que es la estación de Times Square. Allí se dan cita la mayoría de los músicos que forman parte del programa Music Under New York (MUNY), en el que participan bandas e intérpretes de todos los estilos, siempre de gran nivel.
The Oculus
Más al sur, a la altura de la calle 14, en la estación donde confluyen las líneas L, A, C y E, se aparecen por los rincones unos simpáticos muñequitos y caimanes de bronce creados por el artista Tom Otterness. Algunos de ellos, con sus cabezas en forma de sacos llenos de dólares, advierten a su manera de los peligros del capitalismo y de las dificultades de la vida en una megalópolis como Nueva York.
Si allí mismo tomamos la línea E hasta la estación de World Trade Center, aparecemos en The Oculus, un espacio proyectado por el arquitecto Santiago Calatrava que alberga un centro comercial y un intercambiador de transportes. Por un momento nos parecerá estar dentro del esqueleto de un diplodocus, cuya espina dorsal sería el tragaluz en lo alto. Aunque nos podamos quedar boquiabiertos, algunos nos harán ver que la carestía del proyecto —unos 3.700 millones de dólares— ha causado discrepancias entre los habitantes de la ciudad.
Un museo en Brooklyn
Tras tantas panzadas de metro, qué mejor que comprender su evolución en un museo dedicado a los transportes neoyorquinos: el Transit Museum. Situado bajo tierra en una antigua estación de Brooklyn hoy en desuso, la visita es un plan ideal para familias, pues los niños (y adultos) se pueden montar en reproducciones de autobuses y en vagones de metro de distintas décadas del siglo XX. El museo nos enseña muchas otras cosas; por ejemplo, la labor de los empleados del transporte subterráneo neoyorquino en momentos de crisis para la ciudad, como el 11-S o el huracán Sandy. Como no podía ser de otra manera, tanto a la salida como en su anexo, situado en la estación de Grand Central (en el pasaje del Shuttle), se pueden comprar tazas, camisetas, llaveros, bolsas de tela y otros mil recuerdos del metro y los autobuses neoyorquinos.
Mercedes Cebrián es autora del poemario ‘Malgastar’ (La Bella Varsovia).
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