Gran Meliá Palacio de los Duques, descanso entre sábanas sedosas

Madrid despierta con nuevos proyectos hoteleros de altura de un letargo turístico que lo había dejado oscurecido en el mapa europeo. Junto al Teatro Real, en plena Cuesta de Santo Domingo, Meliá ha acometido con una meticulosidad que podría definirse como cuántica la renovación integral del palacete de los duques de Granada de Ega y Villahermosa, una familia de coleccionistas de arte que ejerció el mecenazgo intelectual del siglo XIX en la ciudad. Su pasión por la pintura de Velázquez, uno de cuyos óleos donaron al Museo del Prado, halla reflejo en algunos de sus salones y en las habitaciones. Álvaro Sans, arquitecto oficial de la cadena hotelera, ha sido el orfebre encargado de pulir los diferentes elementos originales, como su fachada isabelina, la escalera central de hierro forjado y madera, el pequeño gabinete del duque y el claustro con bóveda acristalada que hoy sustancia el vestíbulo.

Si el edificio hace vibrar por la sutileza obrada en la restauración, no digamos el refinamiento logrado por la directora de orquesta, Inmaculada Palencia, con todos los integrantes de la plantilla. Su actividad no se siente. Solo se presiente, que es la expresión del lujo hospitalario por antonomasia. Gracias a ellos, Meliá asciende un peldaño en esa escalera al cielo que extienden marcas legendarias como Four Seasons, Mandarin Oriental o Ritz-Carlton.

Mitad vanguardia, mitad tradición, los dormitorios aseguran felices sueños a sus ocupantes, envueltos en sábanas sedosas y aislados de cualquier ruido exterior, ya den a la calle o al patio interior. En todos se ofrecen suaves albornoces y zapatillas de baño, almohadas de pluma de ganso, cosméticos Clarins y cafetera Nespresso. Las 20 suites Red Level, así como el salón vip al que tienen derecho sus huéspedes, hacen de sus servicios el gran lujo del lujo, algo así como un hotel encapsulado dentro de otro hotel.

El resto de las instalaciones invitan a salir del ámbito privado y disfrutar de un baño vaporoso en el Thai Room Wellness. Al atardecer, el ático con piscina y vistas panorámicas sugiere un aperitivo que haga boca para el homenaje gastronómico que los hermanos Torres celebran cada día en el restaurante Dos Cielos, junto a los jardines. El ravioli de foie-gras es insuperable. Y la ternera gallega marinada, para qué decir.