Donde Burgos se pone verde
El parque natural de los Montes Obarenes- San Zadornil invita a un recorrido primaveral que incluye las evocadoras villas medievales de Oña y Frías
El invierno encala de hielos y escarchas las rastrojeras de los campos de girasol en una tierra oxidada por el sol y la sequía, sobre una sucesión de vallejadas cuadriculadas de siembra naciente. Son las faldas de los Montes Obarenes, acompasadas de cultivos y tajadas por las aguas de sus ríos. El éxodo rural de los últimos 50 años ha convertido estos predios burgaleses en una más de las áreas despobladas de la Península, dejando unos montes olvidados que ha reconquistado la naturaleza. Los viejos robledales, encinares y hayedos, antaño sobreexplotados por las necesidades del mundo rural, se encuentran ahora en plena recuperación, con el regreso además de la fauna salvaje que reinaba en el territorio.
Un casi infranqueable anfiteatro montañoso rodea y aísla estos parajes. Una herradura escarpada que guarda en medio uno de los últimos rincones protegidos del paisaje de Burgos, el parque natural de los Montes Obarenes-San Zadornil. Una cuerda de serrijones rotos por desfiladeros y barrancos, con el pico Humión como mayor atalaya, donde se conforman las últimas estribaciones de la cordillera Cantábrica amuralladas sobre las llanas tierras de La Bureba.
Tajos fluviales
Los profundos desfiladeros protagonizan estos feudos burgaleses que guardan en sus pequeños pueblos una parte de la historia de la vieja Castilla. Anticlinales y sinclinales levantan y hunden sus perfiles fracturados en las denominadas sierras de Oña, La Llana, Pancorbo, Arcena y los propios Montes Obarenes. Donde los tajos fluviales cortan el paisaje al paso de las aguas de los ríos Ebro, Oca, Purón y Molinar tallando los más bellos parajes de la comarca. Las nombradas hoces de Sobrón, labradas por el río Ebro, separan la comarca entre los Montes Obarenes y San Zadornil en su caminar ondulante desde las vegas del valle de Tobalina. El desfiladero del río Oca, en las cercanías de Oña, es otra de las angosturas que esconde este paisaje. Y, abriéndose paso desde las tierras vecinas de Álava, el río Purón también excava su propia quebrada en una estrecha garganta que siega en dos la sierra de Arcena. Pero la más nombrada de las tajaduras de este parque natural es el desfiladero de Pancorbo, por el que discurre la vía principal de acceso entre el centro y norte peninsular.
Castillos en serie
El patrimonio histórico y cultural es otro de los valores fundamentales de la comarca. Aquí se sitúan los orígenes de Castilla, cuando en el siglo VIII Alfonso I de Asturias construye una serie de castillos para contener el avance de los musulmanes. De estas viejas fortificaciones aún se conservan las que defendían el paso por el desfiladero de Pancorbo, como las de Tedeja, Santa Marta y Santa Engracia. Pero es sin duda el castillo de Frías, levantado en el extremo de su estilizado caserío, el que se alza como el mejor ejemplo de la arquitectura militar medieval burgalesa.
La situación geográfica y la orografía marcan estos montes como lugar de paso obligado entre los pueblos vascos y castellanos, atesorando una gran riqueza cultural en monasterios emblemáticos como el de San Salvador de Oña y el de Santa María de Obarenes, al igual que en la colegiata de Valpuesta, que fue en sus orígenes una de las primeras sedes episcopales. Las ermitas románicas y rupestres, como la de San Pedro en Tartalés de Cilla, son otras de las muestras de la riqueza cultural e histórica del parque natural de los Montes Obarenes.
La pequeña urbe medieval de Frías reina el valle de Tobalina encaramada sobre un rocoso cerro de toba conocido desde antiguo como la Muela de Frías. El castillo de los Velasco y la iglesia de San Vicente tutelan frente a frente este conjunto histórico artístico, donde su caserío se arracima sobre el cortado rocoso en empinadas y estrechas calles. En todo su derredor las casas cuelgan hacia el abismo formando una hilera de edificaciones asomadas al valle y a su famoso puente medieval sobre el río Ebro.
La arquitectura popular de sus calles es uno de sus mayores atractivos, junto con la visita al castillo y la subida a la torre para otear los Montes Obarenes y el embalse de Sobrón. A muy poca distancia de la ciudad se encuentra el conjunto de la ermita de Tobera, el puente, el humilladero y el paseo del río Molinar, con sus miradores y sus espectaculares saltos de agua.
La Fiesta del Capitán que celebra la ciudad en el mes de junio (el domingo más cercano al 24 de junio) conmemora la rebelión del pueblo contra su señor, el conde de Haro, en 1446.
Poco antes de tributar sus aguas al Ebro, el río Oca se hunde en el estrecho desfiladero de la Horadada, tras dejar en sus orillas el emplazamiento de la villa de Oña, una población vinculada a los orígenes de la vieja Castilla. La historia y el arte de esta villa condal se reflejan en especial en el monasterio de San Salvador, donde la grandiosidad de su iglesia abacial confirma el esplendor religioso de su época medieval convertido en el primer panteón real de Castilla. La capilla mayor, la sillería coral, los panteones de reyes, condes e infantes de Castilla y Navarra, la sacristía y el claustro gótico son sus mejores muestras.
En un recorrido turístico por la villa no hay que perderse la visita guiada al monasterio, el centro de interpretación del Medievo, el Museo de la Resina, el paseo por el desfiladero de La Horadada y la casa del parque natural de los Montes Obarenes y su paseo por los jardines benedictinos.
El Cronicón de Oña es una representación teatral que celebra el pueblo cada mes de agosto (este año, del día 11 al 15) en la iglesia de San Salvador, con la participación de más de 200 vecinos.
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