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Por las playas de Dakar

La capital de Senegal, punto clave en el tráfico de esclavos, vibra en la actualidad con sus coloridos mercados, playas y chiringuitos

Vista de la isla de Gorée, enclave desde el que partían los esclavos, a media hora en barco de Dakar, en Senegal.
Vista de la isla de Gorée, enclave desde el que partían los esclavos, a media hora en barco de Dakar, en Senegal.

Semejante, tal vez, a la Sudá­frica de Nelson Mandela, pocos países africanos están tan asociados a un nombre propio benefactor como lo están Senegal y, en particular, su capital, Dakar, al de Leopoldo Sédar Senghor (1906-2001). Presidente durante 20 años (1960-1980), poeta e intelectual, gran propagador de la conciencia de la negritud africana, y muchas veces nominado al Premio Nobel de Literatura, su figura planea, de cabo a rabo, sobre la amable y entrópica ciudad ya de entrada y, además, literalmente, pues el aeropuerto lleva su nombre.

La animada y pintoresca capital de Senegal, que cuenta en la actualidad con algo más de un millón de habitantes, es una de las capitales más occidentalizadas del África negra. No solo en las costumbres de sus habitantes, sobre los que predomina, a todas luces, el cuño de la colonización francesa, sino también geográficamente. Por su posición geoestratégica, en la península de Cabo Verde, situada en la articulación exacta del hombro del mapa africano, ha sido secularmente uno de los puertos más importantes del continente. Lo que incluye la memoria aciaga del tráfico de esclavos, en la pequeña isla de Gorée, erigida en la principal lonja y puerta de salida sin retorno a las galeras, rumbo a las plantaciones del otro lado del Atlántico. Es, sin duda, una escala obligada para cualquier visitante de Dakar, una ciudad erróneamente catalogada como de mero tránsito para el viaje a los hermosos y contrastados parajes del país, desde meandros selváticos, a lo largo del río Gambia, a desiertos y playas de ensueño.

javier belloso

8.00 Tejidos y especias

Hay ciudades cuya principal fisonomía urbana es la de los propios viandantes, y Dakar, entre vivos contrastes de color —que hacen gala del “tam-tam esculpido” con que resumió Senghor la sinestesia de los ambientes africanos—, es una de ellas. Todo el cogollo urbano, donde, por calles semiasfaltadas, de pronto las bocinas hacen que los coches parezcan seres orgánicos, está repleto de mercadillos y bazares, como un gran mercado a la intemperie que fuese, además, un monumento al regateo. Así, la vistosa medina (1) nada tiene que ver con una ciudadela al estilo árabe, sino que sus angostos trazos se hacen y deshacen cada día, con la alineación cuadriculada de puestos variopintos en los que prevalecen los tejidos, las especias, las tallas de madera y los humeantes cacharros de comida barata. Más especializados, destacan el mercado de abastos de Kermel (2), que data del siglo XIX, próximo al puerto, con encendidas muestras de mariscos y hortalizas, y el mercado de HLM (3), a un par de kilómetros del Gran Dakar, con vistosísimos tejidos procedentes de diversos puntos africanos. Una idea del fuerte mestizaje de Dakar la da el hecho de que dos de sus monumentos, por igual dignos de visitar, son la gran mezquita de Hassan II (4) y la catedral (5). En el distinguido barrio colonial de Plateau, surcado por una gran arteria de nombre Leopoldo Sédar Senghor, se encuentra el imponente palacio presidencial (6) sobre un promontorio con vistas al mar.

11.00 La Puerta sin Retorno

Si en los últimos tiempos Dakar ha transformado su fisonomía para acoger a un turismo específico, el plan incluye una remodelación aún pendiente de completarse de la isla de Gorée (7). La visita es una de sus principales bazas, junto a la regularización y aumento de los barcos que, desde el puerto de Dakar, salvan la media hora que dista la isla, que cuenta con un pequeño dique en la herradura de la playa. Se recomienda eludir el fin de semana, pues esta área se ha convertido en el lugar idóneo, para propios y foráneos, de un pícnic playero. Una decena de acogedoras cabañas-restaurantes aguardan a pie de chalupa, con pescado y marisco fresco a un precio razonable (unos 12 euros por comensal). Es la fachada amable de una islita hermosa de patear, por empinados caminos de cabras, cuyo tótem más sombrío es la Casa de los Esclavos (8). Patrimonio mundial desde 1978, y repleta de placas de adhesión solidaria de los más diversos países del planeta, la visita a la Maison es sobrecogedora. Su abigarrada disposición de habitaciones, ciegas y pequeñas como zulos, donde podían hacinarse hasta 200 esclavos, es solo el preámbulo de la llamada Puerta sin Retorno, con el acceso directo a la galera y el entonces tétrico horizonte. Hoy es el lugar idóneo para las más selectas performances de la Bienal de Arte de Dakar, la más importante feria del continente.

El Monumento al Renacimiento Africano, en Dakar (Senegal)
El Monumento al Renacimiento Africano, en Dakar (Senegal)SEYLLOU (AFP)

14.00 Descanso playero

Para garantizarse unas horas de relax playero, destaca la aún más pequeña y recoleta isla de Ngor (9), al otro extremo de la ciudad y casi colindante a la bahía. Junto a sus populares y bulliciosos puestos de pescado, frecuentados por la población local, se recomienda, a un extremo de la playa, el hotel restaurante Sunu Makane (10). Situado sobre un espolón, las parrilladas de pescado y gambas pueden ser encargadas a ritmo de chapuzón; y, para pernoctar, cuenta con una pequeña sucesión de habitaciones, muy elementales, bajo cuyas ventanas rompen las olas. Al retorno de Ngor —que, en realidad, debería visitarse en una jornada alternativa a Gorée—, ya en tierra firme, se halla el alargado distrito de los Almadies, salpicado por playas recoletas (recomendable es la que acoge el chiringuito La Mer à Table (11), donde, en efecto, sirven el mar en una mesa) y presidido por el emblemático Pointe des Almadies (12).

18.00 Escultura colosal

En la misma avenida, de vuelta al casco urbano, se encuentra el hiperbólico Monumento al Renacimiento Africano (13), en bronce y de 50 metros de altura, inaugurado en 2010 para subrayar el final de la esclavitud y de las colonizaciones europeas. Erectas sobre una colina del litoral, sus grandilocuentes figuras, imposibles de no ver, ofrecen, en lo alto y desde el interior, maravillosas vistas de la ciudad y el mar. Se construyó en Corea del Norte sobre una idea del arquitecto local Pierre Goudiaby Atepa.

Exposición en el Instituto Francés, en Dakar (Senegal).
Exposición en el Instituto Francés, en Dakar (Senegal).

20.00 El Instituto Francés

Sirve, a la vez, de orientación, como epicentro de Dakar, y de referente cultural, con intensa programación de teatro y cine. El Instituto Francés (14), ajardinado y con un acogedor bar restaurante lleno de colorido y sabor colonial, es la institución de Dakar en la que confluyen todos los caminos. Su amplio y vistoso edificio en la Rue Joseph T. Gomis se apellida —cómo no— Leopoldo Sédar Senghor. Aunque las casas de comidas más selectas se hallan en el litoral de los Almadies, el entorno del Instituto Francés está salpicado de establecimientos a precios asequibles, entre los que destacan el inmediato restaurante Chez Loutcha (15), el hotel Ganalè (16) (38 Rue Amadou Assane Ndiaye) y el curioso pub El Vikingo (17), con música en vivo, en una implosiva mezcolanza de población local y extranjeros residentes y de paso.

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