Telas de colores en Malabo
Laura Martínez. creadora de la firma de complementos peSeta, descubrió Guinea Ecuatorial gracias a unos talleres de diseño de moda
Desde su marca de complementos peSeta, Laura Martínez recupera telas peculiares que reaparecen en bolsos y mochilas. Mientras da los últimos toques a su nuevo local del barrio de las Letras de Madrid (Huertas, 37), nos cuenta su viaje a Guinea Ecuatorial.
¿Eligió usted Malabo para sus vacaciones?
¡Qué va! Guinea no es un país fácil para el turista porque te tienen que invitar oficialmente; necesitas certificado de penales, visado… No puedes hacer fotos por la calle ni hablar de política. Yo fui a dar unos talleres; en ellos diseñábamos complementos con esas telas africanas que a los occidentales nos vuelven locos.
Todo apunta a que allí compró telas.
En efecto, en el mercado central. Las telas se venden en piezas de seis yardas, o sea, cinco metros y medio. Por eso las mujeres se hacen su vestido y aún les sobra para confeccionar un turbante y una camisa para su marido. Incluso hay una tela especial para el 8 de marzo, el Día de la Mujer.
¿Se hizo algún traje?
En Guinea es corriente ir al sastre, así que fui y me hicieron una falda y una blusa con tela local, pero copiando ropa que llevaba.
Sus alumnos le darían pistas valiosas…
Una me recomendó visitar su pueblo, Batete, que está entre el mar y la montaña. Chiquitito y precioso. También me aconsejaron recorrer desde Malabo el resto de la isla de Bioko. En el sur de la isla hay una reserva natural muy bonita. Guinea tiene otra parte continental más grande, pero yo no tuve tiempo de ir.
¿Hubo algo que no esperase ver?
Me llamó mucho la atención Malabo 2, una parte de la capital construida un poco para impresionar, como un escaparate de modernidad. En la autopista hacia el aeropuerto hay 50 mansiones vacías, iluminadas y amuebladas. Y un centro comercial iluminado pero desierto. Todo bastante insólito.
Al no haber apenas turismo, ¿escasean los restaurantes?
Lo bueno es que son para los lugareños. Mi restaurante favorito en Malabo era el Babel. La dueña era una chica guineana que había vivido en Gijón y, como yo soy de allí, fue una sorpresa divertida.
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