Unas pizzas en la playa
El actor Fernando Ramallo cree que Sant Pol de Mar es un paraíso a tiro de piedra

Fernando Ramallo es uno de los cuatro protagonistas de Un dios salvaje, la exitosa tragicomedia de la actriz y dramaturga Yasmina Reza llevada al cine por Roman Polanski y ahora en cartel en el teatro Nuevo Apolo de Madrid hasta el 10 de abril. En el relato de su viaje, Ramallo nos hace ver que Sant Pol de Mar, en Barcelona, es un paraíso a tiro de piedra.
¿Qué tiene ese lugar que tanto le atrae?
Es un pueblecito costero del Maresme. Está cerca de Barcelona y me gusta porque hay muy poca gente, incluso en agosto. La vía del tren separa la playa del resto del pueblo, así vas viendo el mar cuando llegas allí en tren. Ves también el restaurante de Carme Ruscalleda desde la vía, a la izquierda, y a todos los cocineros trabajando.
¿Es allí donde come habitualmente?
No, no. Cocinamos en casa, pero me gusta mucho pasar por allí y pensar: “Algún día vendré a este restaurante”, que además tiene un hotel-escuela en el que recibe a estudiantes de hostelería de toda Europa, de China, India… Por la noche vamos a una pizzería muy rica: compramos allí las pizzas y nos las comemos en la playa, donde se reúne todo el pueblo.
Suena a plan tranquilo…
Yo allí busco la calma. Unos amigos se han juntado para alquilar una casa entre todos. A mí me invita una amiga que forma parte del grupo, Lluna Medusa, y voy de vez en cuando. Lo pasamos muy bien, somos muy distintos. Estamos de relax y conversaciones. Viene gente, nos tiramos horas hablando. Ahí el plan es levantarse tarde. Y todos tienen animales: gatos, perros… Somos como una familia.
No parece que salgan mucho de casa…
Es que desde la terraza vemos el mar. No es una arena como la de Cádiz, la zona es más bien tipo acantilado, y el agua es muy transparente y cubre enseguida. Pero por la noche se puede salir a un chiringuito donde se come muy bien y además suelen programar conciertos de reggae y jazz.
¿Y dice que no está masificado un lugar tan idílico?
Viven unas cinco mil personas. Cuando comento por allí que haré publicidad de Sant Pol entre mis amigos de Madrid, los lugareños me dicen: “No, no digas nada, no queremos que lo sepa más gente”.
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