‘Road trip’ por el Priorat
De una bodega modernista al salto de la Reina Mora, en el pueblo de Siurana, recorrido paisajístico y gastronómico por las sierras del Montsant, Prades y Molló
La alta ocupación turística de la Costa Dorada no hace sospechar que apenas unas decenas de kilómetros hacia el interior, a caballo entre las comarcas del Baix Camp y el Priorat, existen unos valles poco poblados, de belleza casi primigenia. La agitada historia de estas tierras se mezcla con un marcado carácter rural, en el que los agricultores han aprovechado cada espacio de terreno cultivable en estas tierras escarpadas y especialmente agrestes.
Esta ruta que propone descubrir los paisajes y pueblos de ensueño a la sombra de las sierras del Montsant, Prades y Molló, invita al sosiego y a viajar despacio. No solo para disfrutar de la belleza del entorno, también por las sinuosas carreteras secundarias por las que se transita, con muchas curvas y pronunciados cambios de rasante.
El recorrido comienza en Riudecanyes, pueblo del Baix Camp, en las estribaciones de la sierra de Pradell y l’Argentera. Cerca de aquí está el castillo-monasterio de Sant Miquel d'Escornalbou. Aunque reformado, el conjunto monumental resulta interesante por el entorno y la iglesia románica de Sant Miquel. La excursión al castillo puede hacerse a pie (hora y media de subida), aunque es exigente: hacia el final de la ruta la carretera llega a tener pendientes del 18% de desnivel. El premio en la cima es mayúsculo: vistas espectaculares que abarcan las comarcas del Alt y el Baix Camp, además del Tarragonès, con el telón de fondo del azul mediterráneo. Más amable y para todos los públicos es el itinerario que bordea el pequeño pantano de Riudecanyes y que permite cruzar a pie la presa.
A continuación la ruta enfila hacia Porrera y el paisaje cambia al entrar en el Priorat. Los colores ganan intensidad, ocres y verdes resultan más ásperos como si evocasen un mundo perdido. Los núcleos de población yacen aislados y ocultos en los valles, la sensación de aislamiento se incrementa. Las casas de Porrera se apelotonan entre el rio Cortiella y las laderas de las montañas, donde se sitúan la iglesia de Sant Joan Evangelista (siglo XVIII) y la ermita de Sant Antoni Abat (siglo XVII). Hay que descubrir, recorriendo sus calles, los múltiples relojes de sol que aún conservan las fachadas de sus edificios, especialmente el Reloj de Tarde, vertical e inclinado, en la plaza de la Guineu, así como el cuadrante vertical inclinado, de grandes dimensiones, situado en la calle Pau Casals.
Durante el trayecto hacia Poboleda, siguiente parada, el viajero notará que en los rincones más soleados, entre olivos y almendros, los campos se llenan de viñas. No en vano, aquí se encuentran dos de las denominaciones de origen más afamadas de Cataluña, Priorat y Montsant. Visitar una bodega resulta casi obligado y Poboleda es un buen sitio para ello, a lo que añadir otros alicientes como la iglesia neoclásica de Sant Pere, la llamada catedral del Priorat por sus grandes dimensiones, y el Molí dels Frares, antiguo molino del siglo XVIII al que se llega paseando junto al río Siurana. Después, se puede probar una de las mejores propuestas gastronómicas de la zona, la cocina creativa del restaurante Brots (Carrer Nou 45, Poboleda; +34 977 82 73 28).
Claustro desnudo bajo el Montsant
Desde Poboleda, dos carreteras secundarias (T-702 y TV-7022) conducen hasta la Cartuja de Escaladei, probablemente, el complejo monumental más importante del Priorat y cuyos dominios dieron nombre a la comarca. A los pies de la imponente sierra del Montsant, su soledad y el estado de semiruina resultan sobrecogedores; arcos desnudos sobre un escarpado fondo rocoso. Fundada en el siglo XII, la cartuja prosperó hasta el siglo XVIII, llegando a contar con tres claustros, pero tras la desamortización de 1835 quedó abandonada. Conserva el portal barroco, la iglesia y una celda reconstruida que permite hacerse una idea de cómo vivían los monjes cartujos.
El recorrido prosigue hasta Cornudella de Montsant, el municipio más poblado de la comarca y campamento base de los muchos escaladores que visitan la zona. También es el lugar perfecto para comprar productos típicos, como aceite, miel o frutos secos. Con permiso de sus edificios más representativos, la iglesia renacentista de Santa María, de Pere Blai, y la modernista Cooperativa Agrícola (Comte de Rius 2; +34 977 82 10 31), de César Martinell (1919), a este pueblo se viene, sobre todo, a comer. Por ejemplo, en los conocidos restaurantes Fonda El Recó y Can Pep (conviene reservar en ambos), que sirven generosas raciones de platos tradicionales catalanes. En el primero, canelones y pies de cerdo; en el segundo paella y carnes a la brasa. Otra opción aconsejable es La Serra, con platos sencillos y sabrosos, como la escudella o el pollo a la cerveza.
El salto de la Reina Mora
Desde Cornudella las opciones se multiplican –kayak en el pantano de Siurana; el pueblo casi deshabitado de Albarca; senderismo por el parque natural del Montsant– antes de enfilar el espectacular final de la ruta, la pedanía de Siurana. Esta localidad, reducto de escaladores provenientes de todo mundo y encaramada en lo alto de un risco que domina buena parte del Priorat y las sierras circundantes, fue plaza fuerte de los sarracenos hasta mediados del siglo XII (se conservan los restos del castillo árabe) y conquistada después por Ramón Berenguer IV. Ya en la época cristiana se construyó la sobria iglesia de Santa María, edificio románico de los siglos XII y XIII.
Uno de los lugares más visitados en Siurana es el salto de la Reina Mora, una sima de vértigo que se abre a los pies del pueblo y por la que, según la leyenda, se precipitaron Abdelazia, hija del señor de Siurana, y su caballo cuando llegaron las tropas cristianas. No menos famoso es el Camino antiguo de Siurana, ruta circular que permite bordear en unas tres horas y media el promontorio sobre el que se sitúa la villa. Se puede rematar la jornada con una soberbia puesta de sol y cenar en el sofisticado restaurante Els Tallers. Entre las ráfagas de viento quizás oigamos los suspiros de Abdelazia, la reina mora.
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