Y al oeste, Perejil
Excursión desde Ceuta por la costa norteafricana con impresionantes vistas del Estrecho hasta divisar el famoso islote
Una singularidad de Ceuta es que caminando por el centro encuentras un azulejo de la Virgen del Mayor Dolor, y a poca distancia el oratorio de Durga, la esposa del dios Shiva. Pero desde ninguna parte de la ciudad se divisa la isla Perejil. Su vista queda oculta por la Punta Leona, uno de los cabos que la encierran en una bahía situada en Marruecos. La frontera terrestre más rápida para ir a ver Perejil, distante unos siete kilómetros, sería la de Benzú, pedanía ceutí que limita con el pueblo marroquí de Belyounech. Ese paso está cerrado a raíz del conflicto que hubo entre el 11 y el 20 de julio de 2002, cuando se produjo la ocupación marroquí del islote, la respuesta española, y la pax americana conducida por el secretario de Estado norteamericano Colin Powell para cerrar el incidente.
Ir a pie al lugar desde donde se contempla la isla Perejil es una experiencia. Se empieza cruzando el Tarajal (aduana que separa Ceuta de Marruecos) en medio del río de porteadores de mercancías que van por el túnel enrejado con dos carriles, uno de ida y otro de vuelta. Ya en el lado marroquí no faltan taxis que te llevan a Belyounech, enfilando primero la carretera de Tánger, y desviándose a la derecha por una vía secundaria que caracolea por los montes. Sus picos, vistos desde la sierra Bullones de Ceuta, forman el perfil de La Mujer Muerta. De vez en cuando los inmigrantes subsaharianos cazan jabalíes para su sustento en sus manchas de vegetación. Es un paisaje imponente rematado por el Yebel Musa, o Montaña de Moisés, que ofrece desde sus 840 metros de altitud una vista espectacular del estrecho de Gibraltar. Hay allí arriba un morabito y revolotea una leyenda: ese monte sería una de las columnas de Hércules. Cómo no. Esa categoría de pilar se adjudicó también al monte Hacho de Ceuta, donde se puso un monumento conocido como Los Pies de Franco, sus huellas en cemento armado.
Guía
Información
Oficina de Turismo de Ceuta (http://www.ceuta.si/)
Las navieras Acciona Transmediterránea (http://www.trasmediterranea.es/), Balearia (https://www.balearia.com) y FRS (http://www.frs.es/) ofrecen conexiones por barco a Ceuta desde el puerto de Algeciras.
Turismo de Marruecos (http://www.visitmorocco.com)
Por fin el viajero llega a nivel del mar en Belyounech, un pueblo de pescadores, con la mayoría de sus cuatro decenas de pateras varadas en la playa. No todos los meses son buenos para pescar voraces, los besugos de pinta de esta zona, sabrosos ya desde el nombre. Belyounech se engasta en una pequeña bahía, la primera que se encontraría yendo por mar desde Ceuta. Un francés ha puesto un club de buceo, el Dauphin, y un restaurante del mismo nombre. Pero desde el centro del pueblo tampoco se ve el ansiado Perejil. Hay que ir a las afueras y caminar más.
Al borde de la Punta Leona, en el barrio Kasarín, las casas parecen colgadas sobre los restos de la estación ballenera. Ese edificio, hecho un esqueleto, recuerda cuando aquí, como en Río Martín, se despedazaban las ballenas jorobadas. Hoy hay barcos de avistamiento de esos cetáceos que zarpan desde Tarifa. Pero aún ni sombra de Perejil, que los de Belyounech llaman Leila, un nombre de mujer, o simplemente Djezira, isla en árabe. No es habitual llamarla Tura, Vacía en beréber.
En ese punto sale un camino de cabras hacia el Oeste que va zigzagueando hasta la siguiente bahía, la enmarcada entre la Punta Leona y la Punta Almansa. Y por fin, allí abajo, sale como en un cuadro de Magritte una roca que flota en un mar de color lapislázuli, un islote blanquecino, triangular, con cabeza de pato estrellado. Algo bello a su modo, y no necesita la retórica que le echó Victor Bérard, y siguió Unamuno, atribuyendo a Perejil el origen del nombre de Hispania (del semítico I-spania, escondrijo). Unamuno, en la revista Alrededor del Mundo (27 de junio de 1902), también dejaba caer que pudo tratarse de la isla Ogigia, donde la ninfa Calipso enredó en sus sutiles redes a Ulises. Otros aún se cortan menos y uncen Perejil con Eritia, la isla roja, donde Hércules cumplió su décimo trabajo, matar al monstruo Gerión, al pastor Euritión y a Ortos, su perro bicéfalo, y robar los bueyes rojos.
Para los habitantes de Belyounech, Perejil es una isla parida por el propio monte Musa. O un desprendimiento de la roca caliza, o de la piedra dolomía. En fin, una piedra tan blanca como la leche de las cabras que siguen siendo los únicos habitantes de un peñasco sin árboles, ni pozos. La familia de Rajma (viuda del Hadj Shuadía, fallecido en 1995) lleva sus cabras en patera a Perejil. “¿No ves esas manchas allá. Son cabras”, me dice mi guía Said. A las cabras les gustan los arbustos de Perejil y dicen que su leche es de un sabor agrio excelente. El único movimiento que observo es el de un falucho faenando junto a la gran cueva ojival de Perejil. Y a pescadores marroquíes de caña desde el acantilado continental.
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