Condones Marc Jacobs
El cocinero con dos estrellas Michelin Ramón Freixa visita Nueva York una vez al año para probar nuevos restaurantes e ir de tiendas. Sus compras, algo insólitas
Una vez al año, Ramón Freixa va a Nueva York a conocer lugares nuevos. El cocinero, al frente de su restaurante en Madrid (Claudio Coello, 67) con dos estrellas Michelin, acaba de publicar el libro Secuencias (Everest), y recomienda no tener un plan preestablecido para viajar a la ciudad estadounidense.
¿Cómo se deja llevar?
Es importantísimo conocer a alguien allí, un embajador en la ciudad, pero no para que ejerza de guía turístico. Cuando ya lo has visto todo, es el momento de disfrutar de la metrópoli. Conocer gente, perderte y ver nuevas obras de teatro, restaurantes o tiendas. Soy muy de trapitos y me encanta ir de compras.
¿Algún sitio en especial?
En Century 21 he encontrado verdaderas gangas. También me gusta mucho ir a Marc Jacobs. La última vez me traje unos post-it con lápices de colores.
¿Carísimos?
¡Baratísimos! Me costaron un dólar. También compré preservativos de colorines muy graciosos. Uno para cada uno de mis amigos.
¿Profilácticos Marc Jacobs?
En la tienda tienen todo tipo de accesorios. Los condones me hicieron mucha gracia. “Así practicáis sexo seguro y vais a la moda”, les dije. Les encantaron.
¿Organizó ruta gastronómica?
Comí en el francés Per Se, wd-50, Eleven Madison Park o el macrorestaurante asiático, muy bien decorado, Buddakan, donde encuentras mucho dim sum. Pero el que me gustó mucho fue Atera.
¿Qué tiene de especial?
Además de los platos, es un restaurante con mucha identidad. La mesa es una especie de barra, para unas 15 personas que entran en un solo turno, que se erige en torno a la cocina y los cocineros. Es como un showcooking extremo en el que estás sentado con el chef mientras él trabaja delante de ti. Es una de las experiencias gastronómicas que más me han gustado últimamente.
¿Salió para quemar calorías?
Fue un viaje muy tranquilo. Eso sí, una tarde estuvimos en la piscina del exclusivo Soho House. Nuestro amigo que ejercía de embajador pertenecía al club y nos invitó a pasar la tarde. Por fuera parece un sitio muy discreto. Cuando entras todo es espectacular. Esa noche acabamos en una fiesta en un ático con vistas a Central Park, aunque suene un poco peliculero.
No me extraña que acuda con tanta frecuencia.
Para mí se trata de una visita anual cuasi obligatoria: el Puente de Mayo aterrizaré de nuevo en el JFK.
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