La ruta de 'Mad Men'
Un recorrido por lo que queda del Nueva York sesentero que retrata la famosa serie de televisión
En Sardi´s se sigue hablando de negocios a la hora de la comida, pero es raro que se beba tanto como lo harían Roger Sterling y Don Draper. Sin embargo, Sardi´s sigue siendo Sardi´s: un icono de Broadway. En este restaurante situado en el 234 de la calle 44, a dos pasos de Times Square, se crearon los Tony Awards en 1946. No es extraño ver a actores ocupando sus mesas, camuflados por los cientos de caricaturas que adornan el local desde que Alex Gard, un refugiado ruso, comenzara a dibujar a las estrellas del momento a cambio de una comida diaria. Sardi´s mantiene su atmósfera de restaurante francés, de jazz-club, donde los camareros sirven con tanta diligencia que parece que están inmersos en una coreografía. En la segunda temporada, Don Draper invita a cenar a Bobbi Barnett y piden steak tartar. Si van por allí y quieren rizar el rizo, pueden imitarlos: todavía está en la carta.
Cómo ser Don Draper en Nueva York
Los sitios de Madison Avenue para vestir, comer o beber como el protagonista de la serie 'Mad Men'
La serie alude a la personalidad cínica de la ciudad, al estilismo que Nueva York coge prestado, y también a su temperamento genuino, para así poder describir la gestación de una época donde la marca se convirtió en reclamo y en arte, en discurso pop y en anhelo. Al fin y al cabo, de eso trata Mad Men: turbar al espectador mediante un discurso sobre el anhelo, donde el universo es del todo indiferente como llega a decir Don Draper.
Y es que la propia ciudad de Nueva York es un anhelo. Actualmente, se palpa una gran veneración por la serie y muchos estilismos, escaparates o cartas de cócteles parecen haber retrocedido cincuenta años. Esto se vendría a llamar en argot psicológico la profecía que se cumple a sí misma. Un ejemplo: los célebres almacenes Bloomingdale (1000- Tercera Avenida) echan el resto para capitalizar que en la serie son una referencia de estilo.
Lo que sí es complicado de revivir en Nueva York, como en casi cualquier sitio, es la niebla que provoca el humo de los cigarrillos en las atmósferas de los clubes. Si lo que quieren es vislumbrar la luz humeante de Mad Men, vayan al Carnegie Club (156 W 56th Street, entre la Séptima y la Octava Avenida), donde todavía se puede beber una copa en la barra con un cigarro en mano. Este club para fumadores mantiene un aspecto clásico, con chimenea y con retratos de fumadores ilustres como Winston Churchill o Dennis Hooper.
Es cierto que muchos de los lugares nombrados en la serie (Lutece, the Stork Club, Toots Shor's) ya no existen; pero otros todavía mantienen viva la esencia extemporánea (algunos podrían decir atemporal) de la irrevocable Nueva York de los años 60. Uno de los lugares más representativos es el centenario Oyster Bar, situado en los sótanos de la estación Grand Central. “El marisco más fresco de la ciudad”, reza su eslogan. Este eslogan, como todos, puede ser discutible, pero la variedad de su carta en relación a las ostras deja boquiabierto. Su interior abovedado, repleto de mesas con manteles a cuadros rojos y blancos, evoca la comilona de Sterling y Draper, donde repiten platos de ostras y martinis antes de que Sterling termine con la cara más blanca que el pelo.
El Oyster Bar cumple 100 años, como la misma estación Grand Central, que es algo así como un cruce de ambientes en la serie: el nexo entre la vida familiar de las afueras y el frenetismo de Manhattan. En el centro de su gran vestíbulo, las agujas de su icónico reloj siguen acelerando el ritmo de la ciudad como un marcapasos. Eso sí que no ha cambiado ni cambiará.
Si lo que quieren es sentirse como un personaje más de este melodrama, habitualmente no bajarán de la calle 50, a no ser que hagan una pequeña incursión por el Greenwich en busca del apartamento de Don (desvelado en un cheque que firma un protagonista en uno de los capítulos) en el 104 Waverly Place y algunos locales que aún programan recitales de poesía como el célebre The White Horse Tavern en la calle 11.
Ya en un hábitat natural de la serie, imperdible la fachada de PJ Clarke´s (en la esquina de la Tercera con la 55), que parece un cuadro de Hooper. En la jukebox de su interior siguen sonando de vez en cuando canciones de Frank Sinatra. Uno de los camareros, con más de treinta años de servicio, asegura que el local continúa siendo territorio de ejecutivos de cuentas y creativos publicitarios que, aunque ya no emborronan servilletas, sí revisan cien veces su ipad mientras terminan la copa.
Intenten pasar una noche en hotel Roosevelt (en el 45 de la calle 45), donde Betty Draper reinventa, en una de las escenas inolvidables de Mad Men, el don de la belleza afligida. O pásense por The Pierre, que colinda con Central Park (2E- calle 61), donde la agencia Sterling Cooper (cuya dirección en la ficción es el 405 de Madison Avenue; no existe) tiene que montar su cuartel general cuando les abandona Lucky Strike.
Pero, sobre todo, vayan al Monkey Bar (60E de la 54), que es sencillamente un set del show. El local es gestionado por el editor de Vanity Fair, Graydon Carter. La variedad y la calidad de sus cócteles es casi un alegato. Sus camareros parecen intelectuales de la bebida. Impecables. Doblan la cuenta con sigilo y precisión para que el susto a la hora de pagar sea menor y la propina mayor. En su penumbra cuidada flirtean los ejecutivos entrados en años con mujeres siempre más jóvenes. ¿Les suena? Los que no están flirteando traman algo y, cuanto más beben, más se les suelta la lengua y más lo desvelan a sus compañeros de copas y seguramente de trabajo. Están perdidos.
Y es que la imagen del publicista moderno también es materia prima de Nueva York. Ya lo dice Draper cuando intenta vender una idea a Kodak: la “nostalgia es un dolor por una vieja herida”. ¿Dónde reside la nostalgia de los amantes de Mad Men? ¿Tal vez en añorar la década de los 60? ¿Tal vez en añorar esa Nueva York llena de jazz y promesas? Bueno, si es así no sufran más: los que saben de negocios ya han visto el filón y han puesto en marcha la máquina del tiempo.
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