'Gollum', la anguila gigante
Sorpresas bajo tierra en Nueva Zelanda, incluidos insectos luminosos
La mención de Nueva Zelanda nos trae a la mente imágenes de imponentes cordilleras, glaciares, extensas praderas, helechos gigantes que parecen supervivientes de los bosques del periodo Carbonífero…, postales popularizadas por la trilogía cinematográfica de El señor de los anillos. Sin embargo, no todos los paisajes neozelandeses se caracterizan por la atmósfera diáfana, los horizontes amplios por donde dejar vagar la vista y la exposición a un sol capaz de producir quemaduras de segundo grado. Algunos de los enclaves más espectaculares de la antigua colonia británica huelen a agua estancada y jamás han sido calentados por los rayos solares.
El distrito de Waitomo se ubica en la costa occidental de la isla Norte de Nueva Zelanda. Se trata de una zona rural escasamente poblada —aunque decir esto cuando se habla de Nueva Zelanda es casi una redundancia—, más célebre por lo que se encuentra bajo el suelo que por lo que hay encima. Las corrientes de agua han erosionado el subsuelo calizo del distrito hasta transformarlo en una especie de inmenso queso gruyère, un entramado de cavernas que es la principal atracción de la zona. Cientos de turistas se enfundan a diario en trajes de neopreno y se protegen con cascos con una linterna en la frente para introducirse en oquedades del terreno, abiertas entre una vegetación de aspecto selvático. No obstante, en demasiados casos la experiencia tiene poco que ver con la espeleología y la aventura. Familias enteras, niños pequeños incluidos, recorren las cuevas con la seguridad que proporcionan las pasarelas de obra y la iluminación artificial; o grupos de adolescentes ansiosos de emociones fuertes salvan simas en tirolina lanzando aullidos de excitación. No deja de ser bochornoso que lugares que eran motivo de temor y reverencia para los antiguos maoríes hayan pasado a ser un parque de atracciones subterráneo.
Sin embargo, si se escoge con buen ojo entre la amplia oferta disponible, aún se puede disfrutar de lo que los guías de la vieja escuela denominan “una auténtica experiencia cavernaria”.
Lo del traje de neopreno y el casco con linterna se mantiene. Cambia el tener que lanzarse a ríos subterráneos de agua más que fría; el recorrer galerías tan bajas y angostas que te obligan a reptar y a repetirte que no tienes claustrofobia y que el techo va a ascender enseguida; y el saltar a ciegas a fosas, contando solo con la palabra del guía de que en el fondo hay agua y lo bastante profunda. A pesar de todo, para algunos lo peor es descubrir que en ese entorno en apariencia exclusivamente mineral y estéril no están solos. Los ríos que discurren por el subsuelo de Waitomo están poblados de anguilas de aspecto entre repulsivo y atemorizador. Blancuzcas y superando fácilmente el metro de longitud, se aproximan alertadas por el chapoteo. Tienen su origen en Tonga; cuando son crías nadan hasta Nueva Zelanda, donde remontan los ríos hasta dar con una cueva acogedora donde vivir en tranquilidad hasta los cien años, edad a la que regresan a Tonga para reproducirse. Su longevidad y el oscuro hábitat que han escogido las convierten en unos seres inquietantes. Cuentan los guías que en una de las pozas más profundas de Waitomo habita una anguila de unos ciento cincuenta años, más gruesa que el brazo de un hombre, y que por alguna razón privada ha decidido no volver a su lugar de origen; la han bautizado como Gollum.
En las excursiones bajo tierra el momento estrella es el encuentro con los gusanos luminosos. Todo el mundo apaga sus linternas y el techo de la cueva, a escasos centímetros de la cabeza, se transforma en un lejano cielo estrellado. Una infinidad de motas de luz blancoazulada parecen trazar constelaciones. Una observación más atenta lleva a descubrir que las luces se hallan dispuestas a lo largo de unos filamentos sedosos, de varios centímetros de largo, que penden del techo; de ahí la denominación de gusanos.
Larvas de mosquito
La verdad es bastante diferente y hay a quienes les agua el espectáculo. Los responsables del falso cielo estrellado no son gusanos sino las larvas de un mosquito, exactamente el Arachnocampa luminosa. En su estado larvario, el mecanismo de alimentación de este insecto consiste en segregar por el ano una seda luminosa que atrae a las presas, las cuales quedan adheridas a ella como a una tela de araña. Cuanto más brilla la seda, más hambrienta está la larva. Y cuando están especialmente hambrientas no tienen reparos en comerse a otras larvas o a mosquitos adultos. Recibida toda esta información es mejor no detenerse a pensar que estás bajo tierra, metido en agua helada y rodeado de larvas caníbales que producen excrementos luminiscentes.
Cualquier mala impresión queda olvidada en cuanto se regresa a la superficie y se vuelve a entrar en calor gracias a un tazón de sopa caliente.
A modo de transición entre la extrañeza del mundo subterráneo y el aire libre, se puede visitar el aviario Kiwi House, en la localidad de Otorohanga, próxima a las cuevas. Allí residen varios kiwis, ave típica de Nueva Zelanda. Tímido, amigo de la luz crepuscular y presa fácil para una amplia gama de depredadores, este pájaro no volador solo sobrevive en enclaves protegidos. Básicamente es una bola de carne con patas de gallina y un largo pico, una constitución peculiar que invita a calificarla de anomalía evolutiva.
Dejando atrás el hábitat en permanente penumbra del kiwi, lo mejor es tomar la carretera panorámica hacia las playas de arena volcánica de Marokopa, hacer un alto en las cascadas del mismo nombre, y dejar que el aire marino y la luz del sol nos ayuden a olvidar las estrecheces del mundo subterráneo.
Guía
Información
» La ruta de las cuevas de Waitomo se localiza al oeste de la isla Norte de Nueva Zelanda, a unos 190 kilómetros al sur de Aukland en coche.
» Información sobre visitas a las cuevas de Waitomo en www.waitomocaves.com y www.waitomo.com. Las entradas se pueden comprar online (entrada múltiple de tres cuevas, desde 58 euros por adulto).
» Jon Bilbao es autor de la novela Padres, hijos y primates (Salto de Página, 2011).
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