Los pingüinos: recicladores de metales
La corta campaña antártica de este año ha puesto en marcha un pionero proyecto sobre el papel de estas aves para mantener el equilibrio en el ecosistema polar
Todos los participantes en la XXXIV Campaña Antártica Española preguntados cuentan lo mismo: ha sido “muy rara”, pero se ha llevado a cabo pese a todos los problemas que había en su ruta al sur en este extraño año de la covid-19. Incluso se ha iniciado un nuevo proyecto científico sobre los “pingüinos recicladores” que va a proporcionar otra imagen de unas aves con un papel fundamental para la vida en el continente blanco.
Unos días después del regreso de los científicos polares, y cuando el buque Sarmiento de Gamboa aún está de travesía, el resumen general de los pocos que han participado este año es la de haber trabajado a destajo para aprovechar al máximo el poco tiempo disponible, y también de tristeza, al recordar al militar del buque Hespérides que falleció tras detectarse un brote de coronavirus a bordo del barco cuando iniciaba en enero su frustrado viaje hacia la Antártida. “Afortunadamente, una vez allí todo ha salido bien en ese sentido, eso sí tras pasar una cuarentena que se hizo pesada en Punta Arenas (Chile) porque no podíamos salir de la habitación del hotel, pero funcionó”, recuerda Rafael Abella, del Instituto Geográfico Nacional.
La vuelta, como recuerda otro científico, Miguel Ángel de Pablo (el experto en permafrots de la Universidad de Alcalá de Henares), tampoco fue fácil porque una tempestad en el mar de Hoces, que hay que cruzar para ir desde la península Antártica hasta el sur de América, les obligó a esperar varios días, ya embarcados, para evitar olas de más de 12 metros.
Así, con mucha colaboración entre unos y otros, dado que no era fácil moverse de una isla a otra, se logró mantener un año más la recogida de datos de series temporales en ambas bases científicas, series que son fundamentales para mantener trabajos que llevan años en marcha: el seguimiento sísmico, el permafrost (la capa de suelo permanentemente congelada), el estado de los glaciares o la actividad volcánica. También lograron sacar adelante parte del trabajo de otros seis proyectos científicos. Todo en un ambiente de mucha tranquilidad, porque ni había visitas desde bases de otros países ni se han visto turistas en el horizonte, salvo algún velero pequeño que se acercó por la caldera de la isla Decepción.
El único proyecto en las bases “de estreno” ha sido el de los “pingüinos recicladores”. En realidad, el nombre oficial es PiMetAn y su objetivo es averiguar qué papel tienen estas aves marinas, de las que se calcula que hay unos 17 millones, en los ciclos de los metales que tienen lugar en el océano Austral, algo que nadie ha estudiado hasta ahora y que es fundamental para saber cómo encajan en la cadena trófica antártica. “La idea del proyecto la presentamos hace dos años, porque se sabe que el krill excreta metales como el cadmio, arsénico, fosfatos o plomo que ingieren con partículas que provienen de los volcanes, y luego algunos de estos metales alimenta a los microorganismos vegetales que componen el fitoplacton. Si los pingüinos comen krill, queremos averiguar cuál es su protagonismo en este reciclaje de metales”, explica Antonio Tovar, del Instituto de Ciencias Marinas de Andalucía (ICMA-CSIC), que es el investigador principal del proyecto y ha estado en la base Gabriel de Castilla.
Las fotos que envía dan idea de la envergadura del despliegue de PiMetAn en isla Decepción, pese a que solo fueron tres de los siete investigadores previstos en un principio. Se les ve buceando en las gélidas aguas polares (¡a 2ºC!), volando drones sobre la gigantesca pingüinera de Morro Baily, pescando con redes desde las zódiac o recogiendo los rosáceos excrementos de los simpáticos barbijo que, siempre curiosos, se acercaban a observar a esos extraños seres interesados en sus cacas. “Este año queríamos haber estudiado, además, poblaciones de pingüinos adelia y papúa para ver si es igual la composición de su guano, pero no pudimos ir a isla Livingston, y en Decepción no están, así que lo hemos dejado para la campaña próxima, que sí esperamos estar en la base Juan Carlos I”, comenta el científico, tras volver de la que es su tercera campaña antártica.
Lo más llamativo de su equipamiento eran los cinco drones del equipaje, que incorporaban cámaras RGB con zoom, multiespectrales e hiperespectrales. Si con una captaba imágenes, con otras podrían detectar diferencias térmicas y así distinguir los pingüinos de otros puntos negros del paisaje. El objetivo, explica el investigador, era lograr un algoritmo que permita contar ejemplares a una altura de 100 metros. “Ha sido la primera vez que algo así se ha hecho. Es una tecnología que abre muchas posibilidades a la ciencia antártica. Allí mismo, en el terreno, comenzamos a colaborar con el IGN [Instituto Geográfico Nacional] para tomar imágenes de las fumarolas del volcán Decepción, haciendo mapas de térmicas, y también con otros investigadores que estudian musgos. Nosotros queríamos ver es si el guano de los pingüinos genera clorofila porque es una fuente de nutrientes que va al mar. En sitios como Morro Baily hay toneladas y se desconoce su efecto en el medio ambiente, cómo está nutriendo el agua”. Lo dicho: recicladores en el ciclo circular de la naturaleza.
Otra de las tareas que dejaron pendientes para la próxima campaña ha sido bucear cerca de esa espectacular pingüinera de decenas de miles de ejemplares de barbijo y recoger sedimentos hasta a un metro de profundidad para conocer lo qué ha pasado allí durante siglos. No fue posible porque no estaba el Hespérides para trasladarlos, pero sí se sumergieron dentro en la gran bahía de Puerto Foster, donde recogieron para su estudio almejas, estrellas de mar y erizos. Y disfrutaron a solo 15 metros de profundidad “de un lugar que está lleno de una vida difícil de imaginar cuando se ve desde arriba, con pingüinos que se cruzan entre las piernas y algunos lobos de mar”. Incluso se han traído muestras de algas rojas, que parece que están acelerando el deshielo.
El grupo PiMetAn —del que también formaban parte Gabriel Navarro y David Roque— apenas estuvieron 20 días en la Antártida (el que más), pero les cundió. “Una vez que sepamos qué papel juegan estos recicladores de metales en la cadena trófica antártica podremos plantearnos hipótesis de lo que ocurrirá si disminuye su número, como ya está ocurriendo debido al deshielo, porque lo que hay en este continente es un equilibro perfecto de la vida, y basta que una arista se debilite para que todo el conjunto se resienta”, concluye el científico andaluz.
De vuelta al mundo de las mascarillas, las distancias y confinamientos, ahora todos los que fueron solo piensan en ponerse a trabajar con los materiales que les traerá de vuelta el buque Sarmiento de Gamboa en unas semanas.
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