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HIELOS POLARES

Icebergs gigantes: ¿aumentan las amenazas flotantes?

Las masas de hielo de hasta 4.000 kilómetros cuadrados que se desprenden en la Antártida son un riesgo creciente para la vida salvaje y el transporte marítimo

El iceberg A68a y el fragmento desprendido, captados hace unos días por el Copérnicos del satélite 'Sentinel-3'.
El iceberg A68a y el fragmento desprendido, captados hace unos días por el Copérnicos del satélite 'Sentinel-3'.Agencia Espacial Europea

Todos tenemos en la retina la imagen del Titanic hundiéndose al chocar con un iceberg gigantesco procedente de las cercanías del Polo Norte, en tiempos en los que el cambio climático aún no estaba en el horizonte… Pues bien, estos días, los icebergs siguen siendo una amenaza para la navegación y, en algunos casos, son tales sus dimensiones que se convierten también en un peligro para territorios situados a cientos de kilómetros de su origen; si además proceden de un glaciar, generan un añadido peligroso: el aumento del nivel de los océanos. Pero ¿hay cada vez más por el aumento global de las temperaturas y más en concreto de las temperaturas polares?

La respuesta a esta pregunta aún está en debate científico y, si bien casi todos los investigadores polares que he consultado así lo apuntan, otros señalan que no se ha comprobado que haya más, entre otras cosas porque solo se pueden detectar mediante satélites los más grandes. Recordemos que los icebergs se generan cuando el hielo se desprende al océano desde el frente de un glaciar o de las inmensas plataformas de hielo flotante que rodean la Antártida y, cada vez menos, el Ártico. Algunas existen desde hace miles de años. “Aún no hay datos suficientes para saber si hay más icebergs. Lo que sí sabemos es que cuando se acumula agua de deshielo sobre estas plataformas, esa agua absorbe más calor que cuando era hielo, lo que hace que se rompa más rápidamente y se formen los icebergs. Lo estamos viendo en el Ártico”, me explica Carolina Gabarró, investigadora polar especializada en hielos marinos árticos, del Instituto de Ciencias del Mar (CSIC).

Durante los últimos años, el rey de los icebergs en los mares de la Tierra ha sido el llamado A68a, que se rompió de la plataforma marina Larsen C, situada en el Mar de Weddell, en el año 2017. Tenía 4.000 kilómetros cuadrados, la mitad de la extensión de la Comunidad de Madrid, y casi 200 metros de profundidad bajo el agua. En las últimas semanas, tras permanecer unos meses varado y otros meses en los remolinos de la corriente circumpolar antártica, a veces haciendo círculos, cogió rumbo hacia el norte y se ha acercado a gran velocidad hasta las islas Georgia del Sur, poniendo en riesgo a las espectaculares colonias de pingüinos rey, sus fondos marinos y otros muchos parámetros ambientales. El A68a es tan grande como la isla contra la que podría impactar, porque, según el científico Klaus Strübing, del International Ice Charting Group, hace unos días ya estaba en aguas muy próximas, con apenas 76 metros de profundidad.

Pero ya no es el más grande. Las últimas noticias, llegadas de la Agencia Espacial Europea (ESA), nos dicen que al llegar a estas aguas poco profundas, se le ha desprendido un pedazo de unos 140 kilómetros cuadrados, poco para su inmenso tamaño, aunque no dejará indiferente a quien se lo cruce. En todo caso, ahora el ránking lo encabezaría el iceberg A-23a, que también con unos 4.000 kilómetros cuadrados está atascado en el mismo mar de Weddell de donde salió el A68a. El Centro Nacional del Hielo de Estados Unidos señala que este otro coloso podría seguir el mismo rumbo, hacia las Georgia del Sur, que parecen estar en la calle de salida de todos los grandes icebergs antárticos, pues no lejos pasan el 90% de los que salen del continente.

Pero volvamos al A68a. No es nada fácil hacer previsiones, pero he leído declaraciones en las que el investigador del hielo David Long, de la Universidad Brigham Young, dice que podría cambiar su rumbo alejándose de este archipiélago para ir a desmenuzarse en aguas más cálidas del Atlántico sur, si bien es algo que la caótica situación de las corrientes en la zona no permite pronosticar.

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Strübing, por su parte, que lo ha seguido desde que se separó de la plataforma Larsen C, afirma que estudiar su deriva ayudará a los científicos a aprender más sobre la dinámica del océano en esta región, al tiempo que mejora los modelos de las trayectorias de los icebergs grandes y pequeños. Es algo que no es baladí dado el riesgo que suponen estas masas de hielo descontroladas para las rutas de navegación en el Océano Austral, tanto si están enteros como los trozos en los que se van desmenuzando.

Y si impacta o se queda finalmente en estas islas, los daños pueden ser graves. “El A68a es tan grande que podría bloquear la salida de los pingüinos y las focas hacia su alimento, en el mar, lo que sería un grave problema para las colonias que hay en estas islas. También el fondo marino seguramente sufrirá daños con un iceberg de este tamaño”, explica Andrés Barbosa, científico polar del Museo Nacional de Ciencias Naturales y especialista en fauna polar.

Precisamente, estudiar su impacto es lo que planifica un equipo de científicos del British Antarctic Survey (BAS), que viajará a las Georgia del Sur a comienzos de 2021 con este objetivo. En un comunicado oficia del BAS, explican que desplegarán planeadores robóticos submarinos desde el barco de investigación NOC RRS James Cook, buque que zarpará de las islas Malvinas hacia el iceberg a finales de enero. “Necesitamos comprender los efectos que los enormes icebergs pueden tener en la vida silvestre y marina, así que estoy encantado de que el Programa Blue Belt, que trabaja con los Territorios Británicos de Ultramar para proteger sus aguas, pueda respaldar esta investigación de importancia crítica", ha declarado el ministro británico del Pacífico y Medio Ambiente en el exterior, Lord Goldsmith.

Base científica Rey Eduardo, en las islas Georgia del Sur
Base científica Rey Eduardo, en las islas Georgia del SurBritish Antarctic Survey

Por su parte, el oceanógrafo Povl Abrahamsen, que liderará la misión al bloque de hielo, considera que es una “oportunidad única de visitar el iceberg”. “Normalmente, lleva años planificar la logística de las expediciones científicas marinas, pero el Consejo de Investigación en Medio Ambiente (NERC, en sus siglas en inglés) en colaboración con el Gobierno de Georgia del Sur y las Sandwich del Sur y el Programa Blue Belt, han visto la urgencia de actuar con rapidez, y eso permitirá ir al iceberg y monitorear el ecosistema”. Abrahamsen menciona otros muchos impactos negativos que tratarán de examinar, como son el cambio de temperatura y salinidad del agua o el destrozo del hábitat de especies que habitan en el fondo marino, aunque su colega Geraint Tarling recuerda  que no todo es malo y que en el océano abierto "un iceberg puede tener un impacto positivo porque lleva minerales en polvo que pueden fertilizar el plancton alrededor, favoreciendo a la cadena alimentaria".

La buena noticia, por lo menos en lo que respecta a estos icebergs gigantes, nos la da Carolina Gabarró, que recuerda que al proceder de una plataforma flotante, su deshielo no supondrá un aumento del nivel del mar, algo que no puede decirse de otros icebergs antárticos que también flotan por los mares, como el de 200 kilómetros cuadrados desprendido en febrero pasado del Glaciar antártico Pine Island.

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