A la ‘pesca’ de contaminantes por el océano Atlántico
Una expedición española ha navegado desde la Península hasta Chile identificando sustancias químicas de origen humano que dañan la salud de los mares
Han sido cuatro semanas navegando hacia el sur, a bordo del buque oceanográfico Sarmiento de Gamboa, a la caza de contaminantes emergentes, esos compuestos químicos sintéticos que pueden estar llegando hasta la Antártida a través de las corrientes atmosféricas y oceánicas y que generamos a muchos miles de kilómetros. Los 17 científicos, que son de varias instituciones en esta primera expedición oceanográfica del proyecto ANTOM, han estado pescando sin descanso esa basura que no se ve, pero que, no solo daña la vida marina, sino que acaba impactando en el ciclo del carbono oceánico.
Aún a bordo del Sarmiento de Gamboa, Jordi Dachs, del Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA), del CSIC, relataba cómo de la mañana a la noche iban recogiendo muestras de aire, agua y plancton, donde tratan de encontrar las huellas de hidrocarburos, retardantes de llama, fertilizantes… y por supuesto, también de los microplásticos. Estos tienen en común que son fruto de la acción humana. “El plan ha sido culminar este año toda la travesía desde España hasta Chile, de donde regresamos, y el año que viene hacer la parte de la Antártida, en el mar de Bellingshausen. Queremos entender cómo es el transporte global de estos contaminantes y sus impactos en la salud global del planeta. Pudiera ser que afectaran al fitoplancton y a las bacterias, haciendo que los océanos puedan actuar menos como sumideros de CO2 de lo que se piensa; no hay que olvidar que el océano Austral se considera el sumidero del 40% del carbono global y confirmar su situación es una de las cuestiones importantes que tratamos de averiguar”, explicaba Dachs. En definitiva, retratar una huella química en nuestros océanos que es un reflejo del estilo de vida de las sociedades modernas.
Ya sea desde el mismo buque o desde una zódiac, cuando el tiempo lo permitía, los expedicionarios han capturado estos residuos químicos en profundidades que van de los 200 a los 2.000 metros, aunque también echaban redes en superficie para la captura de los fragmentos de plástico. “Incluso en mitad del Atlántico, donde no hay nada, encontramos fibras. Hemos recogido todo lo que podíamos para luego analizarlo en los laboratorios a nuestro regreso. Mientras dura la expedición no nos da tiempo”, reconocía.
Desde Madrid, su compañera del proyecto ANTOM, Begoña Jiménez, del Instituto de Química Orgánica General (IQOG-CSIC), comentaba que es un estudio muy completo en el que analizarán los compuestos desde el punto de vista químico, bioquímico y genómico, y que ampliará los datos que ya recogieron en la expedición Malaespina de 2010. En aquella ocasión, tal como se publicó después en Nature Geoscience, se logró determinar que algunos de estos contaminantes, en concreto el flujo de entrada por la atmósfera de hidrocarburos aromáticos policíclicos (procedente de combustibles fósiles, incendios, vertidos, etcétera), ascendía a 90.000 toneladas mensuales en la superficie de los océanos Atlántico, Pacífico e Índico, y que son el 15% del carbono total que se deposita. Fue “una cifra mayor de la esperada”, según recuerda Jiménez, llegando a ser cuatro veces más que la contaminación que generó el hundimiento de la plataforma petrolífera Deepwater Horizon en el golfo de México en 2010, el mayor vertido de petróleo de la historia. "Ahora queremos ver cómo y cuánto llega de estos y otros contaminantes emergentes hasta el océano Austral y cómo afectan a la vida bacteriana, si se altera el equilibrio", señala la investigadora.
Dachs, aún a bordo del buque cuando tuvo lugar la entrevista, explicaba que "al ir recogiendo muestras a lo largo de todo el recorrido por el Atlántico es posible estudiar cómo se van fraccionando estos compuestos con el tiempo, algo fundamental, porque los modelos que tenemos sobre el océano Austral como sumidero de carbono no tienen en cuenta este factor”. “Una cuestión fundamental es comprobar, además, los impactos de los aditivos que llevan los plásticos, que pueden ser más tóxicos que los polímeros”, añade Jiménez.
En el proyecto ANTOM participan investigadores del IDAEA-CSIC, bajo la dirección de Dachs y María Vila-Costa, de Universidad de Vigo, bajo la dirección de Cristina Sobrino, y del IQOG-CSIC, con Jiménez al frente. Todo un equipo multidisciplinar que nos descubre lo que los compuestos químicos sintéticos hacen a nuestros mares, auténticos vertederos de nuestra actividad humana.
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