Craig Hodges: “Le pedí a Michael Jordan que se pronunciase a favor de nuestra comunidad y casi se rio de mí”
El doble campeón de la NBA con los Chicago Bulls y tres veces ganador del concurso de triples del All-Star Game habla sobre su nuevo libro, su carrera deportiva y todas las dificultades (y alegrías) que le ocasionó su activismo en favor de los derechos civiles de las minorías en Estados Unidos.
El deporte es política, siempre lo ha sido, pero en la vida de Craig Hodges, que recientemente acaba de publicar su autobiografía Tiro de larga distancia (Capitán Swing, 2020), esta relación tuvo consecuencias brutales.
Hodges, un tirador genial desde la línea de tres puntos (mantiene el récord del concurso de triples del All-Star de la NBA al anotar 19 seguidos), fue apartado de la liga tras entregar una carta al Presidente George Bush en 1991 en la que le pedía que se tomaran medidas para ayudar a la población más desfavorecida del país. Un acto que resultó demasiado incómodo para los ejecutivos de los equipos de la NBA, que decidieron no volver a contratarlo.
A partir de entonces, Hodges se convirtió en un icono de la lucha por la justicia social en su país, uniéndose a una larga cadena de deportistas negros represaliados en Estados Unidos por expresar sus ideas.
"Uno de los mayores problemas de Estados Unidos es la propaganda. Ahora, cuando surge un problema, lo convertimos en un hashtag, ese hashtag en un movimiento y al final corremos el peligro de que los fundamentos detrás de ese movimiento se pierdan o se tergiversen"
El libro de Hodges no puede aparecer en un momento más oportuno tras las protestas en todo el mundo tras el asesinato de George Floyd y el parón en los playoffs de la NBA por el asesinato de Jacob Blake.
Su libro se editó en inglés en 2017, pero la publicación en castellano ha coincidido con la parada de los playoffs de la NBA y las protestas a nivel mundial derivadas de los asesinatos policiales en Estados Unidos. ¿Qué pensó cuando se enteró de lo que estaba ocurriendo? Los problemas raciales no son una novedad en mi país, pero creo que durante mucho tiempo no se ha percibido cómo es realmente la cultura estadounidense; cómo es de verdad, desde dentro. Ahora, gracias al potencial de las redes sociales, no solo los deportistas sino todos los ciudadanos, han comenzado a utilizar estas plataformas para contar lo que está pasando y cómo se sienten al respecto. Aun así, los deportistas de élite necesitan ser un poco más valientes que los demás para dar un paso al frente: han firmado contratos con sus equipos o con patrocinadores. Corren un riesgo económico. Así que ver que futbolistas, tenistas, jugadores de fútbol americano o de béisbol se unían para protestar contra lo que está pasando en Estados Unidos... es algo que nunca había ocurrido antes y que nos muestra que algo está cambiando.
¿Cree que este tipo de protestas tendrán un impacto real en la sociedad estadounidense y en el mundo en general? Creo que ya estamos viendo ese impacto. Hay muchas personas que tras las protestas han empezado a informarse mejor, lo que hace que sean más conscientes sobre los auténticos problemas de este país. Algo parecido pasa con el coronavirus. Hay mucha confusión con la vuelta al colegio, las últimas semanas han sido caóticas, nadie sabe qué va a pasar o si se podrán contener los contagios… Y eso ha provocado que la gente lea, se informe, estudie y yo creo que eso siempre ayuda mucho, renueva el ambiente, hace que la gente sea más consciente de lo que está pasando y respete más a los demás.
Según su libro, una de las cosas más importantes en su vida y en su compromiso político es su familia. ¿Cómo fue su infancia? Mi pasión por escribir y aprender se la debo a mi familia, que me crió y me enseñó a ser la persona que soy. Mi abuelo y mi tío me acercaron a los deportes y mis tías hacia a la educación y la conciencia social. Mi madre era la secretaria de la organización en defensa de los derechos civiles del barrio y mi abuelo un dirigente sindical. Así que siempre tuve ese ejemplo de servicio a la comunidad presente, siempre lo viví como algo normal, cercano. Yo crecí en una zona de Chicago en la que la comunidad era lo más importante, si tú eras mi hermano, tu vida era más importante que la mía. Y no me refiero a un hermano de sangre, me refiero al vecino de abajo. Eran los años sesenta y todo el mundo sentía la opresión del racismo en Estados Unidos. Quizá las cosas han cambiado un poco desde entonces, hay más integración y económicamente podemos estar mejor, pero la opresión es exactamente la misma que entonces y aunque te hayas mudado de barrio, no puedes pensar que por eso los problemas se han esfumado.
El deporte fue para usted, como para muchos otros jóvenes de su comunidad, una forma de llegar a la universidad. ¿Esto sigue ocurriendo entre los chicos y chicas de la comunidad negra? ¿Qué opina sobre el sistema educativo estadounidense? El deporte universitario en los últimos tiempos ha cambiado mucho. La NCAA, la asociación encargada de organizar las competiciones universitarias, ha convertido las ligas de fútbol americano o baloncesto universitario en negocios multimillonarios. A un partido de fútbol americano aquí en la Universidad de Michigan un sábado cualquiera acuden unas 100.000 personas. Eso supone muchísimo dinero.
"Algunas cosas [del documental 'The Last Dance'] no me gustaron: por ejemplo, que se hablase sobre cosas que pasaron dentro del vestuario. Que se hicieran públicas ahora, veinte años después. Me parece mal. Así que, en ese sentido, estoy contento de que me dejaran fuera"
Así que conseguir buenos jugadores para un equipo universitario es crucial y el aspecto educativo se deja de lado. Las becas deportivas no se conceden para que la gente se forme sino para tener a los mejores jugadores y llenar los estadios. Además, los jugadores tampoco van a la universidad pensando en su formación, sino en que estarán uno, dos o tres años allí y luego los fichará un equipo de las ligas profesionales. Tampoco se les exige que estudien, están allí para jugar. Y lo peor de todo es que esos chicos y chicas que salen de su comunidad para estudiar, nunca vuelven con una formación con la que puedan ayudar a mejorarla. Este sistema de la NCAA está corrompido desde hace tiempo y los jugadores deberían recibir un salario: ahora mismo, son máquinas de hacer dinero, pero no cobran.
¿Cómo fue su experiencia personal en la universidad en California? Fue una cosa maravillosa. Mira, yo crecí en Chicago donde la temperatura media en invierno es de cuatro bajo cero. California era otra cosa. El entrenador Tex Winter se puso en contacto conmigo durante mi último año de instituto y me dijo si quería ir a estudiar a Long Beach. Para mí fue algo increíble: salir de mi barrio, aprender a cuidarme por mí mismo, coger mi primer avión, dedicarme a jugar a un deporte que me apasionaba… También me abrió al mundo, conocí a gente con distintos bagajes al mío, algo que hace que lo veas todo de otra manera, y finalmente allí también tuve la oportunidad de profundizar en el estudio de la historia de mi pueblo con el Dr. Karenga, el creador de la Kwanzaa.
Durante su estancia en la universidad tuvo un encuentro devastador con la brutalidad policial cuando su amigo Ron Settles murió asesinado a manos de la policía. ¿Cómo fue ese momento y cómo le afectó? Ron era mi amigo de la universidad. Teníamos vidas paralelas, solo que él se dedicaba al fútbol americano y yo al baloncesto. Recuerdo que hablamos unos días antes de su asesinato. El curso acababa de terminar y ambos sabíamos que al año siguiente seríamos profesionales. Él estaría en la NFL y yo en la NBA. Era una sensación fantástica. Pero el 6 de junio de 1981, recibí una llamada en la que me dijeron que la policía de Signal Hill lo había asesinado. La muerte de Ron hizo que me comprometiese todavía más con el sueño que ambos teníamos: convertirnos en profesionales, tener éxito en el deporte y también trabajar por nuestra gente sin miedo, porque hacerlo era lo correcto.
Ya siendo jugador de la NBA en los Milwaukee Bucks, hacia 1987, tuvo los primeros problemas por sus posiciones políticas debido a su cercanía al activista político y líder de la Nación del Islam, Louis Farrakhan. El equipo decidió traspasarlo tras acudir a una de sus reuniones. ¿Por qué se acercó a Farrakhan y por qué se alejó posteriormente de él y de su organización? En la universidad tuve la oportunidad de estudiar los problemas de mi pueblo desde una perspectiva muy amplia, teniendo en cuenta muchos puntos de vista. De eso nació mi interés por estudiar todas las organizaciones que habían tenido algún impacto en la historia del pueblo negro y creo que entre todas estas organizaciones, la Nación del Islam es la que ha tenido un impacto más importante. Mientras jugaba con los Bucks, Farrakhan vino a la ciudad; yo quería ir a escucharlo y animé a varios de mis compañeros a que vinieran conmigo. Nadie me acompañó finalmente y a las dos semanas fui transferido a Phoenix, donde terminé la temporada. Con el tiempo me enteré de que había sido por haber ido a este acto y por hacer una donación. No guardo ningún rencor a los dueños del equipo. Yo sé que no estaba haciendo nada malo. Era un problema suyo el no querer asumir las injusticias que denunciaba Farrakhan. Organizaciones como la NBA, la NFL (Liga Nacional de Fútbol) o la NCAA (Asociación Nacional Deportiva Universitaria) se están viendo obligadas ahora, gracias a que la gente se lo está exigiendo, a mirarse a sí mismas en el espejo y preguntarse por qué no han hecho todo lo que podían hacer para que no se produjeran injusticias como la que yo sufrí o como la que sufrió Colin Kaepernick en la NFL. Les han hecho pensar en si están teniendo en cuenta el movimiento popular encarnado bajo el Black Lives Matter.
¿Qué opina sobre el movimiento Black Lives Matter? No me gusta. Es un término que se ha manipulado demasiado, se ha etiquetado demasiado, tanto que incluso se ha convertido en algo peligroso para los negros. Porque hay personas en este país que nos están metiendo a todos dentro de esa categoría y pretenden convertir al movimiento en una especie de grupo terrorista, lo que podría llegar a tener consecuencias terribles. Uno de los mayores problemas de Estados Unidos es la propaganda. Ahora, cuando surge un problema, lo convertimos en un hashtag, ese hashtag en un movimiento y al final corremos el peligro de que los fundamentos detrás de ese movimiento se pierdan o se tergiversen. Lo que hay detrás de Black Lives Matter es una niña que perdió a su padre, una madre que perdió a su hijo… Y lo importante es luchar para que eso no vuelva a ocurrir.
Casi toda su etapa en los Bulls, en los que acaba jugando tras Milwaukee, aparece muy bien reflejada en The Last Dance, el documental de Netflix sobre la historia del equipo de Chicago y Michael Jordan, que ha renovado el interés en aquella época y aquel equipo. Los productores del mismo decidieron no entrevistarle. ¿Vio el documental? ¿Qué opina sobre él? Sí, claro, lo vi, y me pareció un gran programa de entretenimiento. Además, me pareció perfecto para un momento en el que no había deportes en televisión debido al confinamiento. La gente lo necesitaba y todo el mundo estaba esperando al siguiente capítulo de The Last Dance. Pero algunas cosas no me gustaron: por ejemplo, que se hablase sobre cosas que pasaron dentro del vestuario. Que se hicieran públicas ahora, veinte años después. Me parece mal. Así que, en ese sentido, estoy contento de que me dejaran fuera. Pero, claro, la pregunta es ¿por qué? Yo estaba allí en las batallas con Detroit, con Boston… ¿Por qué entonces me dejaron fuera? La razón es sencilla: porque a las personas que financiaban el documental no les gusta la posición que yo tomé a favor de la gente. Y ni siquiera digo de los negros sino de los desfavorecidos en general.
En el libro dice que intentó convencer a algunos de sus compañeros como Michael Jordan, Scottie Pippen o incluso Magic Johnson de que utilizaran su poder para hablar en favor de la justicia social, pero ellos no lo tuvieron en cuenta. Sí, les pedí a Magic, Jordan y Pippen que se pronunciaran a favor de nuestra comunidad, pero prefirieron no hacerlo. Magic me dijo que le parecía muy extremo, Michael casi se rió de mí y Scottie era demasiado joven para ponerse al frente de algo así, aunque ahora tiene una visión muy parecida a la mía. No sé, no quiero juzgarles, pero yo pienso que igual que mi madre luchaba por la justicia social desde su posición de secretaria de una organización, todos tenemos que aportar lo que podamos allá donde estemos; siempre tenemos la opción. Pero ellos decidieron callarse.
Usted decidió hacerlo y en un momento clave: entregando una carta al presidente Bush en la que hablaba sobre las injusticias en su país cuando los recibió tras ganar el campeonato en 1991. Esa carta provocó a la larga su expulsión de la NBA aunque también lo convirtió en un icono de la lucha por la justicia social. ¿Cómo lo valora después de tantos años? Para mí es algo que hice siguiendo el espíritu del momento. Tenía previsto ir a ver a Bush vestido con un dashiki, una vestimenta típica africana, pero no había escrito nada. La noche anterior a la visita a la Casa Blanca, estaba jugando con un amigo al ping-pong y pensé: si vas a ver a alguien tan importante, tienes que aprovechar para mandarle un mensaje, tienes que intentar dejar una huella de tu paso por ahí. Tenía que hacerlo por todos los que nunca tendrían la oportunidad de estar allí. Para serte sincero, fue uno de los mejores días de mi vida; el ser capaz de entregar esa carta sin pensar en las consecuencias. Tampoco pensé que hacer eso fuera a provocar el fin de mi carrera como jugador de la NBA.
¿Cómo fue sentirse apartado de la mejor liga del mundo y por ese motivo? Supongo que muy duro. Sí, aunque yo siempre pensé en las personas que me habían precedido en la lucha por los derechos civiles. Si piensas en John Carlos y Tommie Smith, los atletas que levantaron el puño en las Olimpiadas de 1968 o en Muhammad Ali y el precio que tuvieron que pagar por expresar sus ideas… Hay muchísimos ejemplos a lo largo de la historia, es como una curiosa hermandad a la que estoy orgulloso de pertenecer. Creo que hicimos lo que teníamos que hacer en el momento en el que lo hicimos y eso está bien.
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