El libro de decoración que cambió la vida de Christian Lacroix
El legendario diseñador de moda reivindica en esta tribuna los dibujos vivos, expresivos, hábiles, plenos de conocimiento y de datos de Philippe Jullian, un olvidado autor francés
Hasta donde me alcanza la memoria, fui siempre un chico solitario que observaba el mundo, sus usos y costumbres, con tanta curiosidad como insatisfacción. Y que se evadía tan a menudo como le era posible en las películas, los espectáculos, los libros, las fotos, las imágenes. Era silencioso y dibujaba sin parar, reproduciendo lo que había visto. Redibujaba el mundo embelleciéndolo, construyendo mi propia historia de la moda y de la decoración, idealizando lo que me rodeaba.
Marcado por la historia de Alicia en el País de las Maravillas, que atravesaba el espejo para alcanzar un universo soñado, me dedicaba durante horas a escrutar, a intentar entrar en ilustraciones y viejas fotos, documentos que ya coleccionaba, comprados con mi paga en el mercadillo de Arlès o cosechados en los graneros de la familia como si fueran tesoros. Y, en serio, creo que conseguía atravesar esos mundos ideales donde se formaban y se desarrollaban mis fantasías, mi imaginario, todo un repertorio de trajes y decorados que nunca me ha abandonado y que a día de hoy sigue presente en mi trabajo.
Esto hacía de mí un alumno curioso pero soñador, algo en lo que pronto reparó el señor Accarie, nuestro nuevo profesor de francés, latín y griego, cuando le dijo a mi padre: “Veo los ojos de su hijo evadirse por la ventana, pero le dejo soñar. Sé que volverá”. Era 1965, yo tenía 14 años y él, 24. Como en todos los colegios de la época, el profesor de francés estaba a cargo de la biblioteca de la clase, compraba los libros y organizaba los préstamos cada semana. Enumeraba los títulos en alto y nosotros levantábamos la mano si queríamos leer tal o cual obra aquella semana. Un día, nos dijo, había comprado Les styles, de Philippe Jullian, a quien yo no conocía, pero esa palabra, estilos, me enganchó al instante. Era una oportunidad formidable de enriquecer mis conocimientos sobre la historia del mobiliario. Y levanté la mano. En vez de una obra didáctica, pero un poco demasiado seria, sobre la evolución de la decoración, descubrí un libro vibrante. Estaba lleno de dibujos a la vez divertidos y sabios, acompañados de textos hiperdocumentados, precisos, inteligentes y, al mismo tiempo, con un sentido del humor que me hacía morir de risa.
Así que levanté la mano cada semana hasta las vacaciones, ya que ese libro solo me interesaba a mí. Y cuando dejé el colegio, el señor Accarie, consciente de que nadie había jamás escogido ese libro aparte de mí, me lo regaló. Todavía lo tengo, con los sellos de la clase y del colegio. Está hecho una pena porque ha sido mi biblia a lo largo de todos estos años. He recopilado el nombre de artistas o personajes, obras y lugares que, sin él, no hubiera tenido ni ganas ni oportunidad de explorar y estudiar por mi cuenta. Toda una cultura que ni la escuela ni la familia nos enseñan, una cultura queer, dandi, camp, llena de refinamientos sofisticados, de espíritu y conocimientos oscuros, que ha moldeado mis gustos y mis proyectos.
La huella de la tinta china de Jullian también marcó mi forma de dibujar. Descubrí después otros libros fantásticos del autor: novelas, ensayos, sátiras, estudios, incluso su diario. Su nombre se convirtió enseguida en una especie de contraseña, de “ábrete, Sésamo”, cuando llegué a París para estudiar en el Instituto de Arte, en La Sorbona y en la Escuela del Louvre: estaban los que ignoraban la existencia de Philippe Jullian y los que lo conocían y, por tanto, lo adoraban e idolatraban. Como Patrick Mauriès, escritor al que conocí en la apertura de mi casa de costura, enviado por Condé Nast para entrevistarme. Nos convertimos enseguida en los mejores amigos, casi hermanos, porque nacimos el mismo día y enseguida publicamos juntos varios libros, él como escritor y yo como ilustrador.
"Con los años ochenta se apagaron los últimos fuegos de la excentricidad y la extravagancia en decoración. El buen gusto obligatorio lo ha aplanado todo"
Entre ellos, hacia 1995, la continuación de Styles, cuyo registro de estilos terminaba en 1965. Intentamos colocarnos lo más cerca posible del punto de vista de Jullian (que puso fin a sus días a principios de los años setenta después del incendio de su casa y de sus colecciones) y analizamos las tres décadas siguientes. Pronto será el momento de considerar las tres últimas, pero no me parecen tan ricas como las precedentes: con los años ochenta se apagaron los últimos fuegos de la excentricidad y la extravagancia en materia de decoración. Ya es imposible encontrar trazas de erudición, independencia, libertad, expresión personal. El buen gusto obligatorio, la globalización, lo han aplanado todo un poco, o mucho, como en la moda. Y el diseño no hace más que repetir lo que fue innovador entre 1920 y 1980. En fin…
Pude agradecerle al señor Accarie mucho más tarde, cuando lo reencontré, que me marcara en aquel año crucial de Tercero, pero nunca podré agradecerle, aparte de a través de estos homenajes, al propio Philippe Jullian que hiciera sus dibujos tan vivos, tan expresivos, tan hábiles, tan plenos de conocimiento y de datos; de esos pequeños detalles, de anécdotas que nunca se aprenden en la universidad. Agradecerle su cultura pletórica, frondosa, de “hombre honrado”, como se decía antes de un individuo dotado de una cultura universal. Nostálgico, seguramente, pero también terriblemente contemporáneo en su manera de entender la vida. Lo sé por su ojo clínico, su crítica hilarante, pero que alcanza cruelmente su objetivo. Por su afirmación de una marginalidad a contracorriente de todas las costumbres conservadoras, por su erudición loca y muy alejada de los saberes clásicos. Era un electrón libre de esos que la sociedad actual no consiente pero como los genios que, espero, producirá la próxima generación.
No sé si a Jullian le hubieran gustado adjetivos como queer o camp, que he utilizado antes para describir su obra. No apreciaba las etiquetas ni las categorías, y defendía a brazo partido su individualidad, su rareza, su personalidad única. Pero no encuentro nada mejor para definirlo. Quiero hablar de los seres hipersensibles y clarividentes que saben sacar el sustrato de cada cosa y la quintaesencia del presente, de la belleza, de la verdad, afirmándose y reivindicándose a contracorriente y que permanecen al margen de todo, enfrentándose al oprobio, al drama y a los tópicos sobre la belleza, lo mejor o lo verdadero.
Creo que Jullian es uno de estos, de los de “la magnífica y lamentable familia de nerviosos que son la sal de la Tierra”, como escribió Proust. Su vida fue un combate estético y espiritual sin piedad, elegido, inevitable. Siento amor por los que tienen la gentileza de la desesperanza ante la fatalidad, como Mercutio en Romeo y Julieta. Por todos los que defienden su elegancia hasta la muerte, y afirman con una pirueta majestuosa que no son víctimas de los horrores del mundo, sino dandis ligeros hasta el final. Superficiales, pero solo en apariencia.
Igual que en la moda los accesorios son algo esencial, que no inútil, el estilo en la decoración es tan importante como la manera que tenemos de vivir. La decoración habla de nuestro carácter y de nuestra personalidad, de nuestra alma. Por eso merece una infinita atención la búsqueda del estilo. Y los españoles tenéis una palabra magnífica, intraducible al francés para definirlo: ¡el duende!
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