La silenciada historia de esclavitud detrás de los palacios de la campiña inglesa
La relación entre la trata y las casas históricas británicas tiene varios niveles. El primero es el más obvio, el dinero que sirvió para financiarlas
En Mansfield Park, la obra más políticamente revisada de Jane Austen, la protagonista, Fanny Price, se encuentra con un silencio gélido cada vez que pregunta a sus parientes ricos, los Bertram, por su conexión con la isla de Antigua. El subtexto, tal y como lo interpretan los estudiosos de Austen desde los años noventa, es que los Bertram deben su fortuna al hecho de que poseen esclavos que recogen azúcar en la isla caribeña y que la maravillosa propiedad que da título a la novela, Mansfield Park, está construida con la sangre de esclavos.
Según varios estudios, muchos de ellos compilados en un libro titulado La esclavitud y la casa de campo inglesa, en el que participaron varios historiadores, la noción misma de la casa aristocrática británica está ligada a la tenencia de esclavos y el organismo que gestiona el patrimonio público cree que empieza a ser hora de dejar de comportarse como los Bertram cada vez que sale el tema y empezar a ponerlo sobre la mesa.
Es un debate paralelo al que se da con la resignificación de las estatuas –para algunos la única "resignificación" posible es la que se hace con una grúa, demoliéndolas–, la necesidad de explicar qué sucedió en esas casas que ahora siguen en muchos casos ocupadas por las mismas familias que las levantaron pero también están abiertas al público, aunque en otros muchos su pasado se ha intentado silenciar con la piqueta.
En lugares como Osborne, la mansión de veraneo de la reina Victoria y el príncipe Alberto en la isla de Wight, ya se informa a los visitantes de la relación del lugar con la trata de esclavos. La reina, que de hecho murió en Osborne en 1901, compró esa casa a los descendientes de Robert Blachford, un traficante de esclavos.
Ahora, el lugar, que Alberto diseñó como un pastiche de palazzo renacentista italiano, recibe miles de visitantes al año, que se entretienen curioseando el chalé alpino que la reina hizo traer pieza por pieza desde Suiza para que jugasen sus hijos, o la "máquina de bañarse" privada de la monarca, una caseta con ruedas con la que se la llevaba hasta el mar, ya que la casa incluye también una playa privada. Empieza a ser obvio, sin embargo, señalar que mientras la familia real veraneaba allí, los sirvientes eran indios, tal y como decidió Victoria cuando se convirtió en Emperatriz de la India.
En Bristol, una agencia llamada Firstborn Creatives trabaja en varias propiedades históricas de la zona, llevando a niños de minorías raciales a visitar casas como Clevedon Court, una mansión del siglo XIV que ha ido reformándose en distintos periodos artísticos, centrándose en sus conexiones con la trata de esclavos, y no en sus techos estilo renacimiento gótico.
"Necesitamos ser capaces de relacionarnos con la información que se nos presenta en nuestros propios términos para ser capaces de dar sentido a nuestra propia individualidad en relación con el mundo. Cuando miramos las caras y las escenas de un cuadro histórico y no vemos representado a nadie que tenga nuestro aspecto, una de las preguntas válidas que nos podemos hacer es: '¿Qué hubiera estado haciendo yo en ese momento?'. Si se le añade a esa dinámica la dimensión de poder de la hegemonía cultural y de clase, la siguiente pregunta pertinente es: '¿Dónde me han escondido?", explica Rob Mitchell, uno de los promotores de la iniciativa en el libro citado, que publicó English Heritage.
Otras acciones consisten en llevar a niños de minorías étnicas a Tyntesfield House, otra casa espectacular del renacimiento gótico de la época victoriana, y explicarles que esa mansión durante la Segunda Guerra Mundial sirvió para alojar a soldados estadounidenses negros que habían resultado heridos. Las leyes segregacionistas que seguían en vigor en Estados Unidos se mantuvieron incluso en esas circunstancias y a menudo los soldados negros y blancos se curaban por separado en Europa.
También existe un grupo de trabajo que consiste en organizar almuerzos en Fairfield House para ancianos de la asociación BEMSCA, que reúne a ancianos de minorías étnicas de Bath, para hablar de sus experiencias del post-colonialismo. El palacete fue durante una temporada la residencia de Haile Selassie, el emperador de Etiopía.
En general, se trata de adaptar la museografía de esos lugares para hacerla más inclusiva y evitar que deje fuera la experiencia biográfica de una gran parte de la población. El sector de las visitas históricas tiene, de hecho, un problema de inclusión: según un estudio, los ciudadanos que pertenecen a minorías raciales tienen un 50% menos de posibilidades de visitar un lugar ligado al patrimonio.
La relación entre la esclavitud y las casas históricas británicas tiene varios niveles. El primero es el más obvio, el dinero que sirvió para financiarlas cuando se construyeron o reconstruyeron la mayoría de ellas, entre 1660 y 1820, proviene en muchos casos del tráfico de esclavos o del comercio hecho explotando a esclavos (del azúcar, por ejemplo).
En 1833, Gran Bretaña abolió la esclavitud en todas sus colonias, y aprobó un decreto según el cual los antiguos propietarios de esclavos debían recibir hasta 20 millones de libras a modo de compensación por los daños causados. Muchos de ellos utilizaron esa partida extra para comprar o restaurar casas señoriales a lo largo y ancho del Reino Unido.
Además, en muchos casos, los comerciantes que se habían enriquecido y tenían acceso al sueño de la casa patricia –antes reservado solo para la nobleza–, y que tuvieron mucho que ver con la proliferación de esos espacios a finales del siglo XVII, utilizaban las nociones de sensibilidad, gentileza y refinamiento cultural –y el romance de la historia asociada a esos lugares– para distanciarse de sus conexiones con la esclavitud en el Atlántico, tal y como refleja Austen en Mansfield Park.
El origen del dinero que pagaba esas casas terminaba por reflejarse hasta en la estética de los edificios y los jardines. Dodington, una gigantesca construcción que ahora es propiedad de Sir James Dyson, el magnate de los aspiradores, fue reformada a finales del siglo XVII y principios del XVIII por la familia Codrington, que hizo su fortuna con las plantaciones de azúcar del Caribe en las que trabajaban esclavos. Varios historiadores han señalado que tanto su interior como su exterior, con un pórtico muy particular, reflejan un estilo que recuerda al de las Indias Occidentales. Dyson ha hablado en varias ocasiones de cómo solía visitarla de pequeño con sus padres. Ahora, sin embargo, el multimillonario no la tiene abierta al público ni siquiera algunos días del año.
Compromiso: no romantizar los espacios con historia de esclavismo
El debate sobre la carga histórica de los edificios y qué hacer con ellos en el siglo XXI también se ha recrudecido en los últimos años en Estados Unidos. El año pasado, la red social Pinterest y la web The Knot, un portal muy popular de planificación de bodas, anunciaron que dejarían de colgar contenido que "romantizase" las bodas en plantaciones algodoneras, que siguen siendo muy populares en los estados del Sur de Estados Unidos.
Eso significó, por ejemplo, que se retiraran las fotos de la boda de Blake Lively y Ryan Reynolds, que en 2012 se casaron en Boone Hall (Charleston), un lugar en el que miles de esclavos afroamericanos tenían que producir ladrillos y recoger nueces y melocotones. "Las bodas deberían ser un símbolo de amor y unidad. Las plantaciones no representan ninguna de esas cosas", señalaba el comunicado de Pinterest y The Knot, que respondía a la petición de una ONG llamada Colors of Change.
La organización subrayaba que las plantaciones, que a menudo conservan edificios señoriales con grandes pórticos de columnas, al estilo de Doce Robles, la casa de Ashley Wilkes en Lo que el viento se llevó, "son recordatorios físicos de uno de los más horribles abusos de los derechos humanos que ha visto el mundo. Y la industria de las bodas continuamente niega las condiciones bajo las que trabajaron los negros cuando las promocionan como lugares románticos".
Que esos lugares tienen memoria lo saben también quienes son perfectamente conscientes de su pasado racista. Cuando un supremacista blanco, Dylann Roof, asesinó a nueve afroamericanos en una iglesia de Charleston en 2015, una de las fotos que emergieron de su pasado era la de él, vestido de negro, posando en el jardín de la plantación McLeod, en la misma ciudad. El lugar es ahora un parque público que ofrece "tours interpretativos" en los que se lleva al visitante, por ejemplo, a comparar la mansión familiar de los McLeod con los alojamientos de los esclavos.
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