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palos de ciego
Columna
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Abandonad toda esperanza

Javier Cercas

Hay tantas cosas maravillosas que hacer: leer buenos libros, por ejemplo, o pensar sin orejeras; es divertido, ya lo verán

Al final resultará que lleva razón Sergi Pàmies, quien escribía en un artículo publicado en La Vanguardia que un servidor goza de superpoderes. No de otro modo cabe explicar, en efecto, que uno sea acusado de forma reiterada y simultánea, en valerosos linchamientos digitales, artículos periodísticos y tratados profesorales, de traidor, de botifler, de equidistante, de filofascista, de falangista, de filocomunista y de muchos otros istas no menos incompatibles entre sí. O quien quizá lleva razón sea Ramón de España, que en otro artículo, éste de Crónica Global, sostenía que uno es el Anticristo.

Pero no: la realidad es que ni Pàmies ni De España llevan razón; la realidad, la triste realidad, es que a uno le dan demasiada importancia. Todo se debe a un malentendido, parte de la responsabilidad del cual corresponde a este periódico, que hace ya casi 20 años incurrió en la temeridad de encargarme esta columna y todavía no ha enmendado el error; por supuesto, cuando acepté el encargo yo ya sabía que, escribiendo en un periódico tan serio como éste, corría el riesgo de que me tomaran en serio, y de ahí que le pusiera a la columna el título que le puse. Pero ni por ésas. Uno de los principales propósitos que me hice cuando decidí ser escritor fue el de no escribir ni una sola palabra en serio; fracasé, por desgracia, como en tantas otras cosas, pero eso no significa que no lo haya intentado con todas mis fuerzas, ni que haya desistido del empeño. Lo que quiero decir es que mis acosadores se equivocan: yo no soy Fernando Savater; de hecho, ni siquiera estoy seguro de que Savater se considere ya Savater (una vez soñé que el alegre, irresistible y despiadado Savater libertario que nos encandiló a los adolescentes de finales de los setenta escribía sobre el venerable Savater actual: ¡cielo santo, menuda escabechina!). Otra causa de este dramático equívoco es que hay gente por ahí que me hace un caso insensato, me concede premios a todas luces inmerecidos y demás; pero, gracias a Dios, eso ocurre sobre todo fuera de España, y ya se sabe que los extranjeros no se enteran y que es mucho más fácil engañarlos a ellos que a los de casa: aquí todo el mundo debería saber que yo sólo soy un tarambana (y que el papel de víctima se me da tan mal como el de verdugo). Es verdad, sin embargo, que hay espíritus perfeccionistas que incluso quieren cerrar la boca a un tipo inofensivo como yo. No deberían empeñarse en hacerlo, porque fracasarán; no por ninguna de las razones admirables por las que las personas con la cabeza clara y el corazón valiente no se callan cuando las cosas se ponen feas, sino simplemente porque no sé callarme, es decir, porque soy un charlatán redomado, o un bocazas. En el mejor de los casos, por esta melancólica constatación de Georg Lichtenberg con la que un amigo trató de levantarme el ánimo en un momento melancólico: “Que se pueda convencer a los adversarios con argumentos es algo que no creo ya desde 1746. Si no he soltado la pluma es únicamente para irritarles, para dar fuerza y coraje a quienes nos aprueban y hacer saber a los otros que no nos han convencido”. Se me ocurren todavía otros dos motivos por los que los acosadores deberían desistir de su empeño. El primero es que, cada vez que desatan sus iras digitales contra mí, hago dos o tres nuevos amigos, gente que, avergonzada de la brutalidad acéfala y el mugiente gregarismo del rebaño, me ofrece su solidaridad o su afecto. La segunda es que, cada vez que un capo mafioso o un sicario a sueldo llama a boicotear mis libros, las ventas de estos repuntan. A ver si va a resultar que es verdad lo de los superpoderes.

Así que háganme caso, amigos: abandonen toda esperanza y dejen de linchar a este humilde plumífero. Hay tantas cosas maravillosas que hacer en esta vida: leer buenos libros, por ejemplo, o pensar sin orejeras; es divertido, ya lo verán, y sienta muy bien. Además, ayuda a salir del establo; al principio se pasa frío, es verdad, pero a la larga no hay nada como el aire puro. Sea como sea, no pierdan más tiempo: esta vez han pinchado en hueso. La charlatanería no tiene freno, ni tampoco cura. He dicho.

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