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Columna
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Horizontes de normalidad

Vivir sin una perspectiva temporal es no ya angustioso, sino probablemente imposible. Si no nos la da quien reconocemos como autoridad, montaremos nuestra propia estimación

Jorge Galindo
Pedro Sánchez conversa con Reyes Maroto a su llegada al pleno de control al Ejecutivo celebrada ayer.
Pedro Sánchez conversa con Reyes Maroto a su llegada al pleno de control al Ejecutivo celebrada ayer. Emilio Naranjo (EFE)

A los expertos y a los hacedores de políticas les preocupa particularmente cómo salir del problema en el que andamos metidos, pero a la ciudadanía le importa tanto eso como el cuándo. Cuándo podré hacer mi trabajo bajo condiciones aceptables. Cuándo podré visitar a mis padres. Cuándo podré verme con mis amigos. Cuándo podré volver a la universidad, al instituto, al colegio, al parque, al bar.

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Vivir sin horizonte temporal es no ya angustioso, sino probablemente imposible. Si no nos lo da una entidad que reconocemos como autoridad, montaremos nuestra propia estimación aproximada con la información de que dispongamos. Esta tenderá a ser peor, por incompleta, y estará sujeta a los cambios constantes en la información que recibamos, que nos harán modificar nuestra previsión hasta que ésta no tenga valor alguno, y por tanto no pueda orientar nuestro comportamiento.

Ahora bien, para la autoridad producir un calendario tiene el mismo problema: si, con la mejor información existente en un momento dado, uno sitúa una fecha aproximada de regreso a la normalidad que luego no se cumple, el deterioro de expectativas es igual o incluso mayor que con el juego interno del gato y el ratón. Pero si no lo hace, volvemos al punto de partida, sin guía alguna.

En ausencia de punto orientativo al que anclar las expectativas futuras, el comportamiento hoy pasa a moverse por otras motivaciones, que van desde el miedo hasta el hartazgo pasando por el nihilismo, o las comprensibles necesidades, materiales o emocionales, de cada persona. Así que nos encontramos ante un dilema sin respuesta infalible, pero al que conviene dar una. Quizás la aproximación más razonable equivalga al truco que empleaba el filósofo Pascal con sus amigos ateos para convencerles de la conveniencia de creer en Dios y actuar en consecuencia: así la probabilidad sea baja y vaya a suceder en un futuro lejano, te conviene actuar como si fueses a terminar en el paraíso por el enorme beneficio que significaría una buena vida eterna. En este caso, podemos asegurar que la bendición (la vuelta a una normalidad, aunque no sepamos todavía cuál) se producirá en algún momento. Eso ya es una ventaja con la que no contaba Pascal. Ahora sólo tenemos que añadirle a ello una fecha que caiga en el lado pesimista del espectro razonable, que desde luego no cabe en 2020. Y prepararnos para el camino hasta ese cuándo. @jorgegalindo

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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