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Columna
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Infectados de desigualdad

No es lo mismo contagiarse en Europa que hacerlo en África o Latinoamérica, con sistemas de salud muy frágiles y formas de vida al límite

Francisco G. Basterra
Dos sanitarios atienden a un posible caso de coronavirus en un centro de Caracas.
Dos sanitarios atienden a un posible caso de coronavirus en un centro de Caracas.MANAURE QUINTERO (REUTERS)

Cuando la pandemia pase, lo hará, porque la Tierra continuará girando sobre su eje —y no es un bulo—, tomaremos conciencia de que nos tocó sufrir un cataclismo histórico inimaginable que nos pilló desprevenidos y marcó nuestras vidas. Lo contaremos a nuestros nietos como si se tratara de un cuento fantástico. Érase una vez… Querrán saber cómo fue posible que un microscópico virus confinó en sus casas a media humanidad, desafió por un tiempo a la medicina y dislocó la vida económica y social. Cómo un mundo tan tecnológica y científicamente avanzado, con ingentes recursos económicos, corrió el peligro increíble de su laminación.

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El Museo de Historia Americana de Washington recolectará diarios escritos, historias orales, vídeos, fotos del año de la plaga, que permitirán recordar a las futuras generaciones cómo se trastocó la vida en la tierra la primavera del 2020. Lo extraordinario es que cuando seguimos en el túnel ya queremos saber cómo será el mundo pospandemia. El virus de la impaciencia nos infecta en paralelo al del SARS-CoV-2.

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El espejo de la pandemia nos devuelve una imagen de desigualdad insostenible que define nuestro orden económico y social, que sobrevuela nuestro modo de vida y afecta a su sostenibilidad. Pero no es lo mismo infectarse en Europa que hacerlo en África o Latinoamérica, con sistemas de salud muy frágiles y formas de vida al límite. Su impacto es desproporcionado entre los pobres. En Nueva York, mueren dos veces más los afroamericanos y los hispanos del Bronx que los blancos de Manhattan; el nivel de ingresos y de educación, el no tener que ir a trabajar en metro, o el vivir hacinados, discrimina. También en Madrid la enfermedad no se ceba lo mismo en Leganés, o Puente de Vallecas, que en el barrio de Salamanca. El coronavirus actuaría como un acelerador de la injusticia social. La infección de desigualdad ya la habíamos contraído previamente. Tras la derrota del virus, será primordial establecer un nuevo contrato social que palíe, al menos, la brecha mundial de desigualdad.

Cerrar por decreto la vida corriente y la economía ha sido fácil, abrirla no va a serlo tanto. Quedan más que semanas, incluso meses, viviremos el verano de la pandemia, y también su otoño. Hasta 2021 no habrá una vacuna. Ni un momento preciso cuando todo esté bajo control y la vieja vida que conocíamos pueda reanudarse. La pandemia acelerará la historia pero no la redefinirá (Richard Haas, Foreign Affairs). Será una estación en el camino que el mundo ha estado transitando durante las últimas décadas. Ante el declive del liderazgo de Estados Unidos, China aprovechará el vacío resultante. Puede estar agotado el viejo orden internacional, puede que el orden liberal capitalista y con él nuestro estilo de vida, necesiten un reinicio. Pero el capitalismo de Estado de China y su control orwelliano de la población no son el modelo alternativo a seguir. China no está ganando como quiere hacer creer su eficiente propaganda mundial.

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