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Tribuna
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Posible dilema entre lo bueno y lo mejor

Lo ideal es que el acuerdo sobre los eurobonos hubiese precedido a la llegada del coronavirus. Ese debate, que viene de lejos, quedó por desgracia sin resolver durante la crisis de 2008

Joaquín Almunia
Enrique Flores

El reciente acuerdo del Eurogrupo, tras la reunión más larga de su historia, ha sido recibido con alivio, pero también con división de opiniones sobre su ambición. Pese a que la imagen de la UE ha sufrido por ello en estos días, el acuerdo supone un paso adelante. Eso sí, las medidas propuestas, con ser importantes, deberán pronto ir acompañadas por otras aún más ambiciosas orientadas al relanzamiento de nuestras economías, una vez se vaya mitigando la crisis sanitaria y se pueda relajar el confinamiento. Intentar ese relanzamiento ahora mismo no produciría los efectos buscados. Hoy, lo urgente es concentrarse en atender las necesidades inmediatas de los sistemas de salud, proteger a los grupos de población sin vías alternativas de ingresos y extender avales, garantías y aplazamientos de pago para dotar de liquidez al sistema productivo.

Las medidas del Eurogrupo abordan esos objetivos a corto plazo. Establecer un reaseguro de los sistemas nacionales de protección a los desempleados aliviará la presión a que esos sistemas están siendo sometidos. Los avales públicos proporcionados al Banco Europeo de Inversiones (BEI) le permiten abrir una línea adicional de crédito hasta un valor de 200.000 millones, dirigida básicamente a las pymes. Y el nuevo instrumento precautorio del Mede pone a disposición de los países de la eurozona que lo deseen préstamos con tipos de interés cercanos a cero y plazos de devolución largos, para financiar gastos ocasionados directa o indirectamente por la pandemia, sin condicionalidad específica. Trabajadores, empresas y países cuentan así con un respaldo adicional a los paquetes de medidas nacionales, en términos más favorables de los que podrían conseguir por su cuenta la mayoría de los países miembros de la UE.

La UE debe acordar planes ambiciosos para superar cuanto antes la recesión y recuperar nuestras economías
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Todo ello implica un considerable aumento del endeudamiento, tanto público como privado. Pero no es este el momento de atender a otros límites que los que vayan a establecer los mercados. Lo urgente prevalece sobre lo importante, aunque llegará el momento de hacer esos cálculos. Por eso, la UE ha decidido suspender temporalmente la aplicación de las reglas del Pacto de Estabilidad, y ha autorizado mayores márgenes de holgura en el manejo de las ayudas públicas de los Estados miembros. El BCE completa las medidas de apoyo europeas con compras de deuda de los países de la eurozona hasta un límite de 750.000 millones de euros, que podría ser ampliado, dirigiendo sus adquisiciones allí donde más se necesiten, sin una clave de reparto preestablecida. Y las reglas prudenciales para las entidades financieras han sido flexibilizadas. En suma, disponemos de un volumen considerable de instrumentos, tanto a escala europea como nacional, para enfrentar las consecuencias inmediatas de la pandemia.

El tema de los eurobonos —“coronabonos” si se utilizan específicamente para atajar esta crisis— ha polarizado el debate previo al acuerdo del Eurogrupo, y volverá a estar sobre el tapete cuando la Comisión y los líderes europeos se ocupen de los planes a poner en marcha en cuanto se reanude la vida social y económica, con una visión de largo alcance. Habrá que aumentar los medios del sistema sanitario, proteger a las personas y colectivos socialmente más expuestos, evitar la destrucción del tejido productivo y relanzar la inversión. Todo ello va a exigir un gran volumen de recursos en un momento en que los balances de las empresas y las arcas públicas se han debilitado de forma considerable.

Por eso, Europa no puede repetir errores cometidos hace una década. El impacto socioeconómico de esta crisis será inmenso y muy desigual desde una perspectiva social y territorial, a pesar de que el shock es por definición simétrico. Lo deseable sería que el acuerdo sobre la oportunidad de lanzar emisiones de deuda mutualizadas en la eurozona hubiese precedido a la llegada del coronavirus. Por razones evidentes de solidaridad, compatibles con la exigencia de una condicionalidad razonable. Y también para disponer en la eurozona de un activo libre de riesgo que facilite la ejecución de la política monetaria del BCE y reduzca los niveles de riesgo soberano y su transmisión a los balances bancarios. Ese debate, que viene de lejos, quedó por desgracia sin resolver en la crisis de 2008, y ahora se ha convertido más en un elemento de división que en una aportación constructiva para facilitar la financiación de las medidas más urgentes que requería la eurozona.

Un Fondo de Relanzamiento, en la línea del propuesto por Francia, tiene que jugar un papel protagonista

La segunda ronda de medidas, orientadas al medio plazo, va a empezar a debatirse en el Consejo Europeo del próximo día 23. Consistirá, de un lado, en evitar el posible rebrote de la Covid-19 y en preparar los sistemas de salud para hacer frente a la posible aparición de nuevas pandemias. En paralelo, la UE debe acordar planes ambiciosos para superar cuanto antes la recesión, relanzar nuestras economías, recomponer el sistema productivo, absorber el paro generado en estas semanas y fortalecer las finanzas públicas. De lo contrario, la depresión económica y sus consecuencias sociales pondrán en serio riesgo la estabilidad política en Europa y de sus países miembros.

El presupuesto de la UE tiene que jugar un papel crucial a este respecto. El proyecto de Marco Financiero Plurianual (MFF) para el periodo 2021-2027 que está discutiéndose habrá de ser modificado con detenimiento, para convertirlo en un potente instrumento que incentive las inversiones necesarias, en colaboración con el BEI y las entidades públicas nacionales tipo ICO, comprometiendo y coordinando a través de ellas los mayores recursos financieros privados disponibles. Un Fondo de Relanzamiento, en la línea del propuesto por Francia, debe jugar un papel protagonista, ya sea mediante su incorporación al presupuesto europeo o como complemento de este. Y en la manera de financiar ese Fondo volverá a aparecer el debate sobre los coronabonos, como reconoce el comunicado del Eurogrupo del día 9 al referirse a la posible utilización de “mecanismos financieros innovadores”.

De nuevo, ese debate será útil, además de necesario, en la medida en que ayude a avanzar en la toma de unas decisiones inaplazables. Mientras que, si lo que provoca es división y polarización, lo inteligente será ceder para buscar soluciones no tan deseables, pero más viables en las actuales circunstancias. El comisario europeo de Economía Paolo Gentiloni decía hace unos días, en una entrevista vía Internet, que no se pueden separar los debates sobre la “emisión” de deuda de los que abordan la “misión” que se pretende llevar a cabo con los recursos obtenidos. A la vista de todas las tareas a desarrollar, a escala europea y nacional, no conviene olvidar la obligación de resolver cuanto antes ese y otros dilemas, en un contexto de extraordinaria gravedad y complejidad que exige claridad en los objetivos y prioridades, pero también capacidad para alcanzar compromisos.

Joaquín Almunia fue vicepresidente de la Comisión Europea.

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