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Columna
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Connotaciones del coronavirus

La epidemia nuestra no es más un hecho de la naturaleza; es un campo más de la disputa nacional

José Ramón Cossío Díaz
Un grupo de fieles asiste este domingo a misa en Guadalajara.
Un grupo de fieles asiste este domingo a misa en Guadalajara.ULISES RUIZ (AFP)

La llegada del coronavirus puso a la vista la situación nacional. Ha sido el diagnóstico de donde nos encontramos y qué debemos esperar en el porvenir. La epidemia mundial, reconocida por gobiernos nacionales, organismos internacionales e instancias científicas abrió la posibilidad de ver nuestras virtudes y carencias. También, las profundas diferencias que la elección del 1 de julio de 2018 no alcanzó a resolver.

De contagios originarios, el mundo pasó a una epidemia y esta, por determinación de la autoridad sanitaria global, a una pandemia. El referente fáctico de base no fue determinado en México. Fue declarado por quien, con base en acuerdos generales, es capaz de nominar fenómenos para generar prácticas. El problema para México se hizo cuando lo dicho por la OMS tuvo que internalizarse.

Nuestro Gobierno, por un mecanismo psicológico de fuente individual e implementación colectiva, no pudo aceptar un mal. Sostuvo la narrativa de los logros diarios en el combate al narcotráfico o al huachicol, el desarrollo petrolero o los servicios de salud. En ese contexto, no pudo aceptarse que la pandemia trastocó el destino lineal. El mal presente tenía que ser un algo que al no existir no tenía por qué ser enfrentado. En la esfericidad de esa visión, la pandemia no es. ¿Por qué admitirla cuando todo se transforma? Las pestes bíblicas no recayeron en el pueblo elegido. Se cebaron en quienes desconocieron la elección divina.

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El lastre inicial, la necesidad de que las cosas sean lo que se quiere que sean, ha restringido la visión y las respuestas. Ha hecho que la declaratoria de epidemia sea cada vez más peligrosa. Que evidencie que la voluntad de uno no basta para transformar la realidad. Que querer no siempre es poder. La epidemia está rasgando el telón gubernamental. Nos está permitiendo ver parte de lo que ya sospechábamos. Lamentablemente en un asunto literalmente vital.

Aceptar que la pandemia “es”, obligaría a actualizar las competencias previstas para enfrentarla. El Consejo de Salubridad General declararía su existencia y la Secretaría de Salud decretaría para todo el país las medidas generales para contenerla. Lo primero implicaría reconocer que hay un mal que se cierne sobre la población que exige tomar acciones excepcionales. Lo segundo, regular de manera concreta y con dirección un amplio número de comportamientos sociales. Restringir libertades, jerarquizar respuestas, centralizar acciones e informaciones. Hacerlo mediante un amplio conjunto de autoridades. El mundo nacional dejaría de hacerse en conferencias y correspondería a actuares cotidianos y discretos.

La epidemia nuestra no es más un hecho de la naturaleza. Es un campo más de la disputa nacional. El modo de enfrentarla ha sido desplazado. Lo importante es determinar su existencia. Un bando parece estar asumiendo su triunfo en los muertos acumulados por carencias estatales; el otro, en la apuesta por los no muertos o por los muertos puramente naturales. La materia de la disputa está dada. Lo único que parece estarse esperando es el signo que la signifique. En los pobres vuelos ideológicos que los bandos han asumido, salirse con la suya, mostrar al otro en toda su pobre dimensión, parece ser el único propósito. La disyuntiva acusatoria es binaria: fue el Estado, dirán unos; fue la naturaleza, dirán otros. Las unilateralidades impiden ver que el Estado puede contender en parte con la naturaleza, y que ésta no puede ser controlada del todo por el primero. Nada de eso terminará importando y en unos meses lo lamentaremos.

Quien tiene que ceder en esta loca disputa, es el Gobierno nacional. Por serlo, es el único que cuenta con atribuciones para enfrentar la situación. Solo él puede decretar medidas e imponerlas. Lo que la población pedimos no es que deje de actuar, sino que lo haga. No que se comporte “neoliberalmente”, sino que haga valer su autoridad conforme lo prevén las normas jurídicas. No que claudique, sino que simplemente se haga presente de manera general. Conscientemente. Responsablemente.

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