La adulación como diplomacia
Detrás del folclore y de la adulación están los movimientos tectónicos de la geopolítica, que acercan Washington a Nueva Delhi y la alejan de Islamabad
La escasa importancia que tienen los hechos para Donald Trump puede ser una ventaja. Le ha permitido, por ejemplo, alabar la libertad religiosa en la India al tiempo que se producían los más graves enfrentamientos entre hindúes y musulmanes de los últimos 30 años. Son muchas las afinidades entre Trump y Narendra Modi. Algunas pertenecen al espíritu del tiempo y por eso las comparten con dirigentes políticos tan distantes y distintos como Jair Bolsonaro y Vladímir Putin, Viktor Orbán y Boris Johnson, Marine Le Pen y Benjamín Netanyahu, Matteo Salvini y Recep Tayyip Erdogan. Son nacionalistas y populistas, propulsados por la defensa de la comunidad considerada mayoritaria en sus respectivos países frente a otras comunidades distintas, por religión, lengua, origen étnico, o frente a los inmigrantes y extranjeros.
Hay otras afinidades inscritas en los intereses de cada país, e incluso en la geopolítica de un orden internacional en transformación. La India y EE UU, a pesar de todos los pesares, son las dos democracias más populosas del planeta. Si se reduce todo al ejercicio del derecho de voto, solo con el sufragio de indios y estadounidenses vota ya una quinta parte de la humanidad. También sufren los males que aquejan a todas las democracias, de los que Modi y Trump son a la vez efecto y causa.
Ambos cuestionan los fundamentos constitucionales de sus respectivos países en puntos sensibles como el pluralismo y la tolerancia religiosa o la concentración de poderes presidenciales. Y lo hacen atizando las peores pasiones, tan fructíferas en las redes sociales, donde encontramos una afinidad en su uso: Modi, 53 millones de seguidores en Twitter, Trump 73 millones. A ambos se deben legislaciones duramente criticadas por sus respectivas oposiciones y por las instituciones defensoras de los derechos humanos. En Estados Unidos las víctimas son los inmigrantes hispanos y los afroamericanos, y en la India los musulmanes, convertidos en extranjeros o en ciudadanos de segunda clase.
Para acercar a dos países de tales dimensiones, no basta con las simpatías mutuas, ni los talantes chovinistas y autoritarios que les asemejan. Hay lazos objetivos más allá de Trump y de Modi. Ya se estrecharon con George W. Bush y Obama, y seguirán estrechándose sin Trump y sin Modi. El más importante es el que reclama frenar o al menos contrapesar a China, la superpotencia que aspira a convertir su centralidad territorial en Asia en hegemonía absoluta en todo el entorno marítimo e incluso oceánico del Pacífico.
Trump y Modi practican una diplomacia gratificante para los liderazgos populistas. Trump recibió a su colega indio en un estadio de Houston ante 50.000 personas en septiembre pasado con el saludo Howdy Modi, y este le ha devuelto el cumplido en otro estadio, en Ahmedabad, su feudo electoral, con otro saludo, Namaste Trump. Pero detrás del folclore y de la adulación están los movimientos tectónicos de la geopolítica, que acercan Washington a Nueva Delhi y la alejan de Islamabad.
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