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Columna
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La intimidad

La carita de pillo que Giacometti pone en la foto bien podría ser, más que reto o envidia, un modo de intimar con Rodin. De congeniar

Vicente Molina Foix
'El hombre que camina' de Giacometti (a la izquierda), frente al 'Hombre que camina' de Rodin en la exposición de la Fundación Mapfre 'Rodin-Giacometti'.
'El hombre que camina' de Giacometti (a la izquierda), frente al 'Hombre que camina' de Rodin en la exposición de la Fundación Mapfre 'Rodin-Giacometti'. VÍCTOR SAINZ

Se me hizo raro que al acabar la visita a una amplia muestra de dos gigantes de la escultura sintiese el deseo de volver al comienzo a ver de nuevo una cartulina colgada en la pared de la primera sala. Las obras de Rodin y Giacometti son de un dramatismo a menudo hiriente (las del francés) o de una incertidumbre que se enfrenta al volumen y a la gravedad (las del suizo), y eso queda patente en la exposición madrileña de Mapfre. ¿Por qué tan llamativa la foto de la entrada? En esa imagen tomada en 1950, un conocido conjunto en bronce de Rodin, Los burgueses de Calais, se expone en un parque, y una figura humana está agazapada en el suelo de la peana alzando la cabeza: un Giacometti de 49 años con cara aún de niño y mirada traviesa. ¿Se burla de la grandilocuencia broncínea del maestro? ¿Se empequeñece él para resaltar el heroísmo del grupo? ¿O es un tributo, a su manera ingrávida, al inflamado romántico que estudió y copió desde joven?

La buenísima idea de las dos comisarias francesas de parear las obras de Rodin con las de Giacometti, tan distintas, saca a la luz una de las angustias más productivas de la historia de cualquier arte: la precedencia, el influjo, la añoranza, el estímulo que da la competencia y aun los celos. Lo insolente que fue Tiziano con el brillo propio de su aprendiz Tintoretto; Cervantes expulsado del teatro, creía él, por los triunfos de Lope de Vega; el espionaje mutuo de Picasso y Matisse visitándose en sus estudios para ver qué hacía el otro. Esa admiración abrumada, esa rivalidad, ese afán de emular o de denigrar, es el germen de la creación desde la tragedia griega hasta el cine moderno. Así que la carita de pillo que Giacometti pone en la foto bien podría ser, más que reto o envidia, un modo de intimar con el genio. De congeniar.

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