Siete pasos para criar niños y niñas resilientes
Una infancia feliz no garantiza una vida adulta feliz. Ni una infancia desgraciada nos condena a una vida desgraciada
Fue el psiquiatra, neurólogo, psicoanalista y etólogo francés Boris Cyrulnik quien acuñó el término resiliencia para aplicarlo a la psicología. Procede de la ingeniería, disciplina que llama resiliencia de un material a la energía de deformación (por unidad de volumen) que puede ser recuperada de un cuerpo deformado cuando cesa el esfuerzo que causa la deformación. Si investigamos su significado etimológico, resiliencia viene del término latín resilio, «volver atrás, volver de un salto, resaltar, rebotar». Cyrulnik analizó diferentes situaciones humanas de gran adversidad y trauma observando cómo algunos individuos, no solamente se sobreponían, sino que dicha adversidad suponía un ejercicio de superación personal, transformándoles. Quiso investigar entonces qué hacía que la mayoría de las personas perpetuaran las heridas recibidas en la infancia y las repitiera en una cadena generacional y otros sin embargo, parecían dotados de cierta inmunidad frente al dolor.
Así, una mujer que ha sufrido maltrato desde pequeña, infringido por su padre, es altamente probable que se convierta en una mujer maltratada o un niño cuyo padre estuvo ausente no parece probable que cuente con los recursos como para poder ejercer una paternidad futura sana con sus propios hijos. Sin embargo, de vez en cuando, la psicología señala con renovada esperanza a aquellas personas que no responden al trauma con los pronósticos esperados, sino que lo revierten. Es decir, la misma niña maltratada buscará un compañero como marido completamente alejado de ese patrón tóxico de relación o el niño sin padre, precisamente por ello, tratará de ser el mejor progenitor posible en un intento de cubrir aquello que faltó en su mundo afectivo. La pregunta que surge entonces es, ¿qué es lo que los diferencia?
Es importante señalar que supervivencia no es lo mismo que resiliencia. Muchas personas que han sufrido traumas severos en algún momento de sus vidas se autodefinen como resilientes, pero no lo son. El superviviente sobrevive al trauma, pero este la acompaña por el resto de su vida, impregnándolo todo, decidiendo por él y estructurando el guion de su existencia. El resiliente en cambio, transforma el trauma y le da un significado que le sirve de trampolín y le modifica. No existe la invulnerabilidad al dolor, lo que sí existe es la manera distinta de metabolizarlo.
Mucho se ha investigado desde entonces, por profundizar en esta puerta a la esperanza que nos aleja de los determinismos que hasta hoy enunciaba la psicología. Dice el propio Cyrulnik: "Una infancia feliz no garantiza una vida adulta feliz. Ni una infancia desgraciada nos condena a una vida desgraciada".
Fue entonces cuando se hizo necesario determinar dónde estaban esas diferencias para poder reproducirlas o estimularlas y favorecer así las probabilidades de felicidad en las personas. Y por supuesto, nuevamente volvemos al lugar donde todo empieza: el útero materno, mejor dicho, en el vínculo afectivo (o no) que se desarrolla desde antes de la concepción. La capacidad de resiliencia depende en palabras del propio Cyrulnik, “del desarrollo afectivo del niño y este, a su vez, del cariño que recibe”.
Ahora bien, cuando este desarrollo afectivo sano no se produce, el niño no está condenado a un destino fatal, como ya hemos visto. Hoy por hoy, sabemos cuales son las características de cómo los padres debemos fomentar, por encima de cualquier otra prioridad, y dotar de herramientas que fortalezcan desde la base a nuestros hijos y así les demos protección frente a los reveses de la vida que de todas formas, van a enfrentar, y son:
- La creatividad: entendida como la capacidad para encontrar soluciones novedosas a problemas que ya existían, o como la habilidad para la resolución de problemas.
- Inteligencia Emocional: Término que contiene la inteligencia intrapersonal, es decir, la capacidad introspección (autoobservación) y de autoconocimiento o de conciencia de tus limitaciones y fortalezas, y la interpersonal, definida como la capacidad para relacionarte de forma saludable tejiendo redes de soporte y sostén afectivo.
- La independencia y autonomía: entendida como la capacidad para establecer límites entre uno mismo y los ambientes dañinos y las relaciones tóxicas. En la infancia, trabajar el concepto de culpabilidad es esencial, por ejemplo, en un divorcio los niños tienden a sentir que tienen parte o toda la culpa de que esa realidad haya ocurrido. Trabajar la independencia en este caso tiene que ver con sustraerle de cualquier sentimiento de culpabilidad para que sea capaz de poner una distancia necesaria entre la situación y él.
- La proactividad o capacidad de iniciativa: en la mayoría de los órdenes de la vida tomar las riendas y no conformarse con una realidad difícil es garantía de éxito. Debemos inculcar en nuestros hijos ese afán de superación alejándolos de la cultura de la conformidad y el “más vale conocido”.
- El sentido del humor: Lejos de la ironía o el sarcasmo que son maneras socialmente aceptadas de agresividad, el sentido del humor tiene un increíble potencial para transformar la realidad y hacerla más tolerable. Los niños de forma natural son proclives a ello, y nosotros los educadores, proclives a cercenarlo. Sin embargo, estimular esta poderosa herramienta a través del ejemplo, será útil para todo el sistema, familiar o académico.
- El juicio crítico: ¿queremos hijos obedientes o independientes de criterio? La obediencia resulta muy facilitadora en la ya difícil carrera cotidiana en la educación y crianza de nuestros niños, verdaderamente. Ahora bien, no podemos olvidar que educar es una tarea a largo plazo, una carrera de fondo y no el resultado inmediato y efectista que resuelve el momento. El juicio crítico o la independencia de juicio se cultiva desde la cuna y como casi todo, se aprende en casa. Y se enseña cuando no imponemos nuestros criterios, sino que los razonamos además de escuchar los suyos, cuando les dejamos decidir todo aquello que puedan decidir en función de la etapa, dejando nuestros prejuicios y presiones educativas y sociales a un lado. Se enseña cuando en casa no se oyen juicios denigrantes y ofensivos hacia otras opciones vitales, cuando no subestimamos su opinión acerca de algo porque “solo son niños”, cuando antes de dar nuestra opinión o juicio sobre algo, meditamos el alcance de nuestras palabras en su construcción del yo y además, esperamos a escuchar el suyo.
- El sentido de propósito o de futuro: en un mundo extraordinariamente narcisista y superficial donde se hace culto a la felicidad entendida como hedonismo pero paradójicamente donde el hombre nunca ha estado tan perdido, educar en el sentido de propósito es, a mi modo de ver, la clave para alcanzar una vida significativa, clave de la auténtica felicidad.
*Olga Carmona, que trabaja en la clínica CEIBE, Cuenta con una amplia formación entre la que destacan temas como las Altas Capacidades Intelectuales, la psicoterapia y la psicopatología y el ámbito educativo.
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