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Columna
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Irlandeses e ingleses

El buen resultado del republicano izquierdista Sinn Féin supone la quiebra del sistema bipartidista mantenido cien años entre el Fine Gael y el Fianna Fáil, ambos más o menos centristas

Xavier Vidal-Folch
Un cartel electoral del Sinn Féin en el centro de Dublín.
Un cartel electoral del Sinn Féin en el centro de Dublín. Rafa de Miguel

Irlanda fue siempre un polo de atracción de simpatías españolas. Por ser un país católico, por rivalidad común con el Imperio Británico, por su tradicional humildad e incluso escasa relevancia geoestratégica.

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Por eso se le han solido perdonar pecados incómodos. Como la rotunda confesionalidad, la competencia fiscal desleal (su impuesto de sociedades está en el 12,5%) o un nacionalismo sorprendente, por el que durante años los espectadores cantaban, erguidos, el himno nacional al final de las sesiones de cine.

Las elecciones del sábado conectarán una vez más con ciertas pulsiones de la sociedad española. El buen resultado del republicano izquierdista Sinn Féin (que fue el brazo político del IRA) supone la quiebra del sistema bipartidista mantenido cien años entre el más/menos democristiano Fine Gael y el más/menos liberal Fianna Fáil, ambos más/menos centristas.

Y eso que el Gobierno de Leo Varadkar (Fine Gael) ha sido eficaz: la economía ha crecido a buen ritmo; el PIB per capita supera al británico; Dublín ha logrado imponer sus intereses en las negociaciones del Brexit, evitando de momento una frontera física que rompa la isla. Y Varadkar se ha revelado como un dirigente singular (de ascendencia asiática), moderno (en derechos sociales: él mismo, gay en un país muy tradicionalista, logró aprobar el aborto en referéndum) y ágil.

Pero quedaba pendiente y abandonada una agenda social —sanidad y vivienda— que rescatase a los perjudicados de la Gran Recesión y a la que se agarró como bandera el Sinn Féin de Mary Lou McDonald, dirigente de la primera generación del partido republicano no implicada en las violentas troubles.

Aunque no fue principal tema de campaña, también la reunificación de la isla que postula ha jugado un papel: propuso realizar un referéndum sobre eso a cinco años vista, cuando la mayoría de la población de Irlanda del Norte seguramente será ya católica (crece más aprisa que la protestante). Nada de autodeterminación genérica, sino consulta pactada de antemano en virtud del Acuerdo de Viernes Santo de 1998 con el Reino Unido.

Los primeros pasos de Boris Johnson, amenazando con el recorte de libertades (asfixia a la BBC), una política de inmigración extremista con los europeos y la pretensión, al menos retórica, de alejarse a fondo de la UE, han jugado y jugarán más a favor de la escapada del Úlster. Como insuflan aire al secesionismo escocés. Es lo que trae el patriotismo fragmentador.

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