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Columna
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En estado calamitoso

En los años setenta George Steiner mostró la dimensión religiosa del marxismo o del psicoanálisis

José Andrés Rojo
George Steiner en su casa de Cambridge en 2016.
George Steiner en su casa de Cambridge en 2016.Borja Hermoso

Hacia finales del XIX y a lo largo del siglo XX hubo un tiempo en que las religiones, con sus teologías que todo lo explican y con sus iglesias que organizan el tránsito por el mundo, quedaron obsoletas. Nietzsche, de hecho, se adelantó a anunciar la muerte de Dios. En 1974, sin embargo, el crítico literario George Steiner —que el lunes murió a los 90 años— observaba que había en ese momento más que nunca hambre de “explicaciones totales”, y un anhelo profundo de “una profecía con garantías”. Sus consideraciones sobre este asunto las desarrolló en cinco conferencias que se reunieron en Nostalgia del absoluto.

Steiner arrancaba señalando que las verdades religiosas andaban achacosas y explicaba que habían surgido, para sustituirlas, distintas mitologías; se refería al marxismo, al psicoanálisis y a la antropología de Lévi-Strauss. “Son sistemas de creencia y razonamiento que pueden ser ferozmente antirreligiosos, que pueden postular un mundo sin Dios y negar la otra vida, pero cuya estructura, aspiraciones y pretensiones respecto del creyente son profundamente religiosas en su estrategia y en sus efectos”, escribió. “Una mitología describe el mundo en términos de ciertos gestos, rituales y símbolos esenciales”, decía, y de eso había mucho detrás de la promesa de una sociedad sin clases de Marx, del intento continuo de Freud por “reconciliar al hombre con una realidad sin Dios” y de las recomendaciones del autor de Tristes trópicos para obligar al “depredador occidental” a “volverse sobre sí mismo” tras haber asolado lo poco que quedaba del jardín del Edén.

Dios no había muerto, solo se disfrazaba. Steiner se ocupaba también de otras mitologías, de menor consistencia académica, y trataba de aquellas que hablaban de unos “hombrecillos verdes” que vendrían del exterior a arreglar nuestras cuitas o de las pseudociencias y sus ofertas de conexión astral o de algunas gangas cargadas de orientalismo. “Los chicos de las flores dirigieron sus pasos a Katmandú”, apuntó.

¿Qué ocurre hoy, 45 años después de aquellas reflexiones del gran crítico literario? Igual son las mitologías las que ahora resultan obsoletas (o no tanto, las cosas van por barrios), pero lo que sí es evidente es que muchos prefieren el original a la copia y han vuelto a las religiones con renovada energía. Dios presenta un aspecto envidiable y las viejas iglesias colaboran a ganar elecciones. Los nacionalismos, tan fuertes en estos momentos, suelen además tener línea directa con las alturas.

Al final, y ante tanta mitología, Steiner se preguntaba si tenía algún futuro la verdad. El Evangelio nos ha enseñado que es la verdad la que nos hará libres, recordaba, y eso fue “un artículo esencial del racionalismo secular y del liberalismo político”. La ciencia moderna no parece tan convencida, señalaba después y citaba a Bertrand Russell cuando se ocupa del segundo principio de la termodinámica: “Hasta donde llega el conocimiento científico, el universo se ha deslizado a través de lentas etapas hasta un resultado un tanto lastimoso en esta Tierra y se deslizará por etapas todavía más lastimosas hasta la condición de la muerte universal”. ¿Dónde estamos, pues? De Russell y Steiner a hoy hemos dado una zancada, y del estado lastimoso hemos pasado al directamente calamitoso. Ánimo.

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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