Aprender a programar entre pasteles y zumo
Proliferan los talleres o clubes conjuntos de niños, jóvenes y padres para descubrir una de las profesiones del futuro
La web ofrece innumerables cursos online y tutoriales para aprender los lenguajes de la programación informática. Un adulto o un niño, él solito ante la pantalla, tiene acceso a innumerables recursos para aprender sin la mediación de persona alguna. ¿Qué interés puede haber, por lo tanto, en reunir a una veintena de niños, de 6 a 14 años, y de paso a sus padres, y enseñarles a programar una tarde de sábado?
Mi hijo decidió este año, el primero en el instituto, no apuntarse a ningún deporte. Sin embargo dijo enseguida que sí cuando le sugerí asistir un sábado al mes a un coding gôuter (código y merienda, en francés), que es un encuentro periódico informal de informáticos voluntarios con niños. A escala internacional existen los clubes CoderDojo, una iniciativa de origen irlandés, con el mismo objetivo: acercar la programación a los más jóvenes.
Los coding goûter surgen por el deseo de ayudar a los jóvenes a no ser sólo consumidores de tecnología sino también creadores
En la escuela, aquí en Francia, la programación informática forma ya parte del currículo escolar. Aun así han surgido de manera paralela por todo el territorio los coding goûter, reuniones gestionadas por informáticos apasionados por el tema y deseosos de contribuir a la democratización de sus conocimientos. Si es ya inadmisible que un niño no sepa leer, a esta tribu tecnológica les resulta igualmente doloroso que un niño no sepa programar. De ahí que la tarde de aprendizaje sea gratis. Se solicita a los padres que contribuyan de alguna manera a la merienda colectiva pero eso es todo.
Los talleres se realizan en una escuela de informática, dotada de ordenadores y conexión a Internet de alta velocidad, que cede también gratuitamente sus instalaciones. Cada sala propone actividades diferentes, según las edades y los intereses. Allí se escribe código con Scratch. Aquí, con Lego. Más allá se juega con minirobots que se desplazan por el suelo según ordena el miniprogramador. Mini porque se trata de un niño pequeño.
Los padres tienen un rol activo que desempeñar. No sólo acompañan al menor sino que se les pide que se queden las tres horas que dura el encuentro. Eso permite charlar en el bar con otros padres pero existen además otras ventajas colaterales. También son invitados a asistir a conferencias y talleres relacionados con el tema en una sala adyacente. En una ocasión oí una conferencia de un joven de 14 años sobre youtubers relacionados con la cultura. El mes pasado invitaron a una psicopedagoga que impartió un taller sobre los mapas mentales y una conferencia sobre su utilidad para aprender a aprender.
También he tenido el gusto de asistir a una presentación realizada por un niño de 11 años: nos mostró cómo había recreado casi al dedillo su colegio con Minecraft. Está claro que la mezcla de niños, jóvenes y padres da mucho más de sí que la mera exploración del código informático que puede hacer cada uno solito en casa ante el ordenador. Los niños aprenden… y los padres también. Cuando la (re)unión hace la fuerza.
En Francia los primeros coding goûter se remontan al 2012 y según cuentan en su página web surgen por el deseo de ayudar a los jóvenes a no ser sólo consumidores (pasivos) de tecnología sino también creadores (activos). La mezcla de edades es más que una casualidad. Los mayores (y más adelantados) pueden echar una mano a los neófitos y de paso aprender a cooperar. Por otra parte las hazañas (y conferencias) de los niños más mayores despiertan admiración y deseos de imitación entre los pequeños.
El formato huye por lo tanto del modelo clásico de curso o clase. Es una merienda donde cada uno realiza la actividad informática que quiere y todo el tiempo que desee. No está limitado, como las clases, a una hora, por ejemplo. No hay objetivos que cumplir. Uno puede quedarse sentado, si le apetece, concentrado las tres horas en su pantalla o bien, todo lo contrario: puede desplazarse por todo el recinto y revolotear de una mesa a la otra.
En esas tres horas hay tiempo de hacer todo y más: incluso de perder el tiempo. El énfasis se pone en el hecho de estar juntos y libremente compartir lo que se sabe y lo que se hace. Es una bocanada de aire fresco para los jóvenes, habituados a un contexto tan rígido y convencional como el de la escuela pública francesa, donde los tiempos, los espacios y los comportamientos están muy pautados. Así que, en resumidas cuentas, se trata de una oportunidad de aprender en toda libertad con los niños, de aprender de ellos y de enseñarles a aprender.
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