Ponderación
La gestión de la crisis del coronavirus debe evitar alarmismos que agraven el daño
La epidemia de neumonía causada por el coronavirus 2019-nCoV surgido en la ciudad china de Wuhan plantea un doble reto a las autoridades políticas y sanitarias: contener la expansión del virus y actuar de manera que la gestión de la crisis no añada más daños a los que son inevitables. Este virus, con alta capacidad de mutación, es muy similar al que en 2003 provocó la epidemia del SARS (síndrome agudo respiratorio severo), que causó 774 muertes y más de 8.000 infectados. Este antecedente debe servir como guía para evitar los errores que entonces se cometieron. En aquella ocasión, la tardía y pobre reacción de las autoridades chinas obligó a la OMS a lanzar una alerta sanitaria que provocó alarma y desencadenó una reacción desmesurada en muchos países, además de una ola de miedo que afectó al comercio y la economía. Se estima que China perdió un punto de su PIB en esa crisis.
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Afortunadamente en esta ocasión la respuesta de las autoridades chinas ha sido mucho más rápida y contundente. Sus dirigentes políticos saben que de la gestión de esta crisis dependerá su imagen internacional, y por eso se han esforzado en demostrar que tienen la situación bajo control. No hay, de momento, razones para la alarma internacional. Mientras se desarrolla una vacuna, la respuesta más adecuada es la de una prudente observación de la evolución del virus y estar preparados para aislar y tratar cualquier caso que se detecte para frenar la posible expansión. De momento, este coronavirus presenta una alta capacidad de contagio, pero es menos agresivo que el SARS. La tasa de mortalidad se sitúa en torno al 3% y afecta fundamentalmente a personas cuyo sistema inmune ya está debilitado por otras patologías. Hasta ayer se habían contabilizado 106 fallecimientos, 4.515 casos de contagio confirmados, unos 7.000 casos sospechosos y otros 45.000 en observación.
El Gobierno trabaja para repatriar a los españoles atrapados en la zona de cuarentena. Si se adoptan las medidas de protección adecuadas, debe ser factible hacerlo sin riesgo. Aunque ya se han diagnosticado más de 50 casos fuera de China, la alerta sanitaria temprana ha permitido intervenir rápidamente en todos los países afectados y minimizar el riesgo de contagio. Este no puede excluirse nunca del todo y además cabe la posibilidad de que el virus mute y se vuelva más agresivo. Hay que mantener por tanto una atenta vigilancia, pero sin caer en alarmismos que puedan agravar los daños consustanciales a una epidemia de esta naturaleza.
El principal reto de las autoridades sanitarias es calibrar bien los riesgos y evitar situarse en el peor escenario posible con el único propósito de protegerse de posibles reproches futuros, porque eso puede llevar a malbaratar recursos, como ocurrió en la crisis del SARS con la decisión de acumular de forma preventiva fármacos como el tamiflú que no habían demostrado efectividad frente al virus. La OMS fue objeto de críticas justificadas por la gestión poco transparente de esa recomendación. En crisis sanitarias como esta es importante ponderar bien las decisiones y evitar actuaciones desmesuradas. Los recursos sanitarios son limitados y deben administrarse de forma racional, evitando que el alarmismo detraiga esfuerzos de otras prioridades, por ejemplo, reducir los efectos de la gripe estacional, que cada año provoca entre 291.000 y 646.000 muertes en todo el mundo.
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