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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Medir el bienestar

El aumento de la desigualdad pide mejores estadísticas sobre redistribución

Ángel Gurría, secretario general de la OCDE
Ángel Gurría, secretario general de la OCDE

El aumento de la desigualdad económica en todo el mundo, el deterioro del empleo y la aparición del cambio climático como condición económica prioritaria conducen inevitablemente a la cuestión de si las sociedades están aplicando las estadísticas adecuadas para medir la riqueza. Este debate ha estado presente en Davos; forma parte también del interés de destacadas instituciones económicas internacionales más prestigiosas, como la OCDE, que ha preparado un indicador de bienestar. Como tantas otras ideas, no es nueva. La insuficiencia de los indicadores macroeconómicos como el PIB o la cantidad de empleo creado por una economía para medir la riqueza real ha estado presente en las discusiones entre economistas al menos desde la década de los noventa. Pero ahora es un debate público en el que se han implicado los agentes económicos y sociales, además de los Gobiernos.

Ni el PIB ni las estadísticas cuantitativas miden realmente la riqueza de un país o de un grupo social. Por lo tanto, carecen de verosimilitud para establecer el bienestar social. La verdadera riqueza de un país se mide por su capacidad para mejorar la vida de sus ciudadanos; por lo tanto, requiere no solamente más producción, sino también redistribución.Una estadística cuantitativa como el PIB está pensada para aconsejar sobre la planificación económica de un país; no considera la desigualdad entre rentas y grupos ni incluye otros factores de satisfacción que pueden resultar tan importantes como la propia cantidad de riqueza generada en bruto. La suma total nada nos dice de la suerte de las partes.

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La propuesta de indicador de la OCDE es un modelo de lo que se pretende conseguir con estadísticas más ambiciosas, orientadas a medir en cuanto mejora la calidad de vida de los ciudadanos. A la producción y el consumo añade indicadores sobre el acceso a la educación y a la salud, las infraestructuras disponibles y la calidad en el empleo. No es descabellado proponer que un indicador de bienestar incluya además una medida de calidad medioambiental, es decir, el grado de deterioro de la salud (y no sólo física) inducido por la calidad del aire respirable o el entorno urbano. El problema de los indicadores sintéticos del bienestar es que integran parámetros imprecisos por naturaleza, medidos en algunos casos por estimaciones indirectas. Sin embargo, las técnicas de encuesta tienen un margen de mejora que puede cerrar el debate actual sobre la subjetividad de tales cálculos indirectos.

La tarea de los Gobiernos no se agota en aumentar la cantidad de producción, de consumo o de empleo; se les requiere para que mejoren la situación de los ciudadanos. Desde esa perspectiva, que es la que empieza a plantearse en los foros internacionales, los responsables políticos necesitan un índice, lo más exacto posible, del bienestar social y de los elementos que configuran la estabilidad política. Si disponen de estadísticas de bienestar, los Gobiernos podrán planificar la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos, de la misma forma que hasta ahora, con estadísticas de crecimiento, se han limitado a planificar aumentos del PIB. El conocimiento de la situación social evitará además que los gestores públicos puedan alegar ignorancia sobre, por ejemplo, el reparto de rentas y patrimonios. Para corregir la desigualdad, el primer paso es identificarla y medirla.

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