Masculino, por supuesto
En el Gobierno están mujeres con largas o cortas, pero intensas trayectorias. Pero apenas nada de eso está en la conversación pública
Tenemos Gobierno paritario, santo y seña de cualquier proyecto progresista. Pero que no cunda el pánico, la santísima trinidad del poder la representan Pedro Sánchez, Iván Redondo y Pablo Iglesias. Lo sabemos casi todo de sus ambiciones, habilidades, flaquezas, la épica de su llegada al poder —heroica o impostora, según quién la analice—, y toda clase de anticipos sobre quién ocupará más espacio en los medios, en el relato o en los despachos.
En el Gobierno están mujeres con largas o cortas, pero intensas trayectorias. Solo echando un vistazo a sus biografías públicas, Carmen Calvo fue ministra con Zapatero, tiene a sus espaldas la negociación con el PP del 155 y ha ido y vuelto de la Universidad con la naturalidad de la política entendida como servicio público; María Jesús Montero lleva dos décadas elaborando y gestionando presupuestos y aparcando su carrera como médica; a Teresa Ribera se la considera una de las mayores expertas en cambio climático del mundo; Nadia Calviño vino avalada por años de experiencia presupuestaria en la selva de Bruselas; Irene Montero conoce el activismo, la calle, esa antena imprescindible orientada a la sociedad que suele atrofiarse en el poder; Reyes Maroto ha conseguido en un año interlocución con el sector industrial; a Arantxa González Laya la felicitaron hasta políticos populares; Yolanda Díaz conoce la teoría y la práctica de los mercados laborales por formación y procedencia sindical; Margarita Robles atesora décadas de conocimiento de todos los poderes; Carolina Darias ha construido su carrera dentro del título VIII de la Constitución; Isabel Celaa se formó como política en Euskadi, laboratorio de Gobiernos de coalición en España. Y todas van a gestionar carteras que constituyen la columna vertebral de un Gobierno. ¿Tienen defectos políticos? Evidentemente, y carreras llenas de aciertos y errores. Pero apenas nada de eso está en la conversación pública. Cuatro líneas o cuatro minutos sobre chascarrillos o sobre las carambolas de contactos, matrimonios, fidelidades, equilibrios o rechazos de otros, que las han llevado a Moncloa. Tenemos culpa los medios, sin duda. Pero también la evidente comodidad de los protagonistas del triunvirato, masculino, por supuesto, ante el morbo que dicen que despierta su aburrida batalla de egos. Veremos si consiguen sortear la tentación de esa forma tan viejuna de gestión del talento y el poder que siempre deja claro, entre líneas, quién manda aquí.
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