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Columna
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Esto es más grave que Ucrania

La amenaza de bombardear 56 lugares históricos de Irán, corregida por el Pentágono, igualaría a Trump en sensibilidad cultural con los talibán y el Estado Islámico

Ramón Lobo
El presidente de EE UU, Donald Trump, en la Casa Blanca, el pasado 8 de enero.
El presidente de EE UU, Donald Trump, en la Casa Blanca, el pasado 8 de enero. Evan Vucci (AP)

Los agoreros tendrán que esperar: no habrá, de momento, guerra en Oriente Próximo. Irán ha jugado con mesura en su primera respuesta tras el asesinato del general Qasem Soleimani. Escribo “primera” porque es probable que se produzcan atentados sin el sello iraní. Soleimani tejió una red de movimientos chiíes fieles, serán ellos o un renacido ISIS o grupo suní similar, los que den la cara. Por cierto, ¿cuáles son los planes de contingencia del presidente Pedro Sánchez para las tropas españolas en la zona?

El lanzamiento de 22 misiles contra dos bases en Irak con soldados estadounidenses tenía dos objetivos: aplacar las emociones de la calle, que demandaba venganza, y no causar bajas. Advirtieron del ataque a las autoridades iraquíes, quienes debieron pasar el mensaje a las bases. El propósito era mostrarse digno sin causar un incendio.

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Donald Trump tampoco desea una guerra. Es un empresario de la construcción, no un belicista, que tiene en la presidencia el mejor negocio. El problema es que carece de plan, es imprevisible y que no sabe que está sobre un campo de minas, pero esta vez ha leído mejor el tablero y se da por satisfecho con el intercambio de golpes.

Una de las consecuencias del asesinato es que Teherán da por muerto el pacto nuclear que ya había roto Trump, y se lanza a la fabricación de la bomba atómica. Teherán se fija en Corea del Norte, que goza de un estatus de privilegio. Otro efecto indeseado es que la muerte del general refuerza al sector duro y deja sin espacio a miles de jóvenes que reclaman cambios en Irán, y a las mujeres que luchan contra la obligación del velo.

Trump prometió en campaña sacar las tropas de Irak, y ahora que se lo exigen el Parlamento iraquí y su primer ministro, dice que no tiene intención de irse. Este rechazo y la amenaza de imponer a Bagdad “la madre de todas las sanciones” para recuperar lo invertido dejan en el aire dos preguntas: ¿dónde reside la soberanía? ¿Ha olvidado EE UU que invadió Irak en 2003, causó cientos de miles de muertos y una gran destrucción?

Aunque el asesinato de Soleimani es una violación de las leyes internacionales, gusta a los votantes de Trump, que le ven el más duro de OK Corral. Su objetivo es salir del impeachment y ganar las elecciones de noviembre. La amenaza de bombardear 56 lugares históricos de Irán, corregida por el Pentágono, igualaría a Trump en sensibilidad cultural con los talibán (budas de Bamiyan) y el Estado Islámico, que destruyó joyas arqueológicas en Nínive y Palmira. Tener un presidente dispuesto a ordenar crímenes de guerra sería un motivo de destitución más sólido que el de Ucrania, pero entraríamos en un terreno pantanoso. El más fuerte también está sometido a unas reglas de la guerra cuestionadas por EE UU desde el 11-S. Es urgente una reparación jurídica y ética de esas normas porque en la ley de la selva nunca ganan los buenos.

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