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Tribuna
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No es la propiedad, es el ‘propietarismo’

La tesis central de Piketty es que la riqueza llegue a todos, aunque no lo haga de la misma manera

Eduardo Estrada

Además de un tratado monumental sobre la historia de las desigualdades económicas, Capital e ideología es una obra multidisciplinar que, desde la ortodoxia académica y la tradición enciclopédica francesa, sacude algunas creencias sobre las virtudes incontestables del capitalismo. Piketty pasa revista a los principales “regímenes desigualitarios” de los últimos siglos, desde las sociedades estamentales anteriores al nacimiento de los Estados-nación hasta el cuestionamiento actual del paradigma neoliberal, pasando por las sociedades esclavistas y coloniales, el fracaso del comunismo, los “treinta gloriosos” y la crisis de la socialdemocracia, con especial interés en los dos grandes episodios de globalización económica: la belle époque, a la que puso fin el estallido de la Primera Guerra Mundial, y el hipercapitalismo de nuestros días (ambos caracterizados por un propietarismo exacerbado, una concentración desmesurada de la riqueza y la confianza ciega en el progreso tecnológico).

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La tesis central del libro es que el origen de la desigualdad no es económico ni tecnológico, sino ideológico y político: cada sociedad ha legitimado un determinado nivel de desigualdad, que ha fluctuado en el tiempo. Para Piketty, la evolución de la desigualdad es fruto de tres factores: la ideología, la experimentación política y el curso incontrolable de los acontecimientos. Esta tesis le lleva a reformular a Marx y Engels, afirmando que la historia no es la historia de la lucha de clases, sino de las ideologías y de la búsqueda de la justicia: “La posición social, por muy importante que sea, no basta para forjar una teoría de la sociedad justa, una teoría de la propiedad, una teoría de las fronteras, una teoría de la fiscalidad, de la educación, de los salarios o de la democracia”.

Piketty es perfectamente consciente de que “una sociedad justa no implica uniformidad ni igualdad absoluta”, lo que no debe utilizarse para justificar cualquier nivel de desigualdad, y se muestra tremendamente crítico con la falsa meritocracia que, en su opinión, “tiene por objeto ensalzar a los ganadores y estigmatizar a los perdedores del sistema económico por su supuesta falta de mérito, talento y diligencia”. Al igual que no persigue la uniformidad cuando habla de igualitarismo (ideología que propugna la igualdad de derechos políticos, sociales y económicos), tampoco estigmatiza la propiedad privada sino el propietarismo (ideología que defiende la protección absoluta del derecho universal a la propiedad privada con independencia de las desigualdades que genere). Porque las desigualdades importan. Y por eso habla de superar el capitalismo.

La desigualdad no legitimada, la concentración desmesurada del capital y el repliegue identitario están vinculados al malestar que recorre nuestras democracias a comienzos del siglo XXI

Piketty se adentra en el terreno de la ciencia política y aborda el estudio de las preferencias sociales en torno a la desigualdad, presentando evidencias de cómo el sistema electoral izquierda-derecha, característico de la segunda mitad del siglo XX, ha evolucionado hacia estructuras más complejas. La izquierda obrera habría dado paso a una “izquierda brahmánica” o de élites, la derecha clasista a una “derecha de mercado” y entre ambas estaría surgiendo una nueva brecha electoral: la “nativista”, cuya consolidación estaría dando lugar a la formación de cuatro grandes bloques electorales (igualitario-internacionalista, igualitario-nativista, desigualitario-internacionalista y desigualitario-nativista), en lugar de los dos hasta ahora predominantes en muchas democracias.

Capital e ideología reabre el debate sobre la gobernanza mundial (federalismo social), el multilateralismo (relaciones trasnacionales), la cogestión empresarial (participación activa de trabajadores en la toma de decisiones) y la distribución de la riqueza, con un replanteamiento radical de la progresividad fiscal: 1. Supresión de la fiscalidad indirecta (excepto los impuestos ambientales, por su carácter incitativo). 2. Incorporación de las rentas del capital a la escala progresiva de un impuesto único sobre la renta (destinado a financiar el gasto corriente, la inversión pública y el Estado social, incluyendo una renta básica), en lugar de la actual tributación proporcional de los beneficios empresariales. 3. Un sistema de herencia universal, financiado con un impuesto progresivo sobre el patrimonio y otro sobre las sucesiones, con la finalidad de facilitar la circulación y el rejuvenecimiento del capital. Los números que acompañan su propuesta suenan más provocadores que la idea que subyace: que la riqueza llegue a todos, aunque no llegue a todos de la misma manera.

La desigualdad no legitimada, la concentración desmesurada del capital y del poder, el repliegue identitario y el reforzamiento de las fronteras están vinculados al malestar que recorre nuestras democracias a comienzos del siglo XXI. En este sentido, aunque no es fatalista, Piketty recuerda al Keynes premonitorio de Las consecuencias económicas de la paz, escrito tras el Tratado de Versalles, hace cien años: “Si se cierra cualquier perspectiva de acción (o incluso de debate) sobre la redistribución y la justicia social, con el argumento de que las leyes de la globalización y de la economía impedirán siempre cualquier posibilidad real de redistribución, es casi inevitable que el conflicto político se centre en el único campo de acción que les queda a los Estados: controlar sus fronteras”. En nuestras manos está que no ocurra.

Daniel Fuentes Castro es doctor en Economía por la Universidad de Paris-Nanterre. Ha traducido al español Capital e ideología, de Thomas Piketty. Es asesor en la oficina económica del presidente del Gobierno en funciones.

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