El Pequeño Nicolás: “Me mandaron a un colegio donde todos eran ricos menos yo. Me dije: ‘Tengo que tener ese nivel de vida”
Francisco Nicolás Gómez Iglesias vuelve a ser noticia. Esta es la crónica del encuentro con un buscavidas que quiso ser famoso a cualquier precio.
ES LA HORA del desayuno. En la segunda planta de un edificio situado en uno de los barrios más caros de Madrid, un joven abre la puerta de un lujoso apartamento incautado a un narcotraficante y que ahora es utilizado, bajo la supervisión exclusiva de un juez, por un grupo especial de la unidad de asuntos internos. Las persianas están bajadas, y donde antes había muebles caros ahora hay escritorios de metal y sillas de oficina. El silencio es absoluto, solo roto de vez en cuando por el crujir de la madera bajo los pasos de policías de paisano. El jefe del grupo podría interpretar perfectamente su propio papel en una película sobre el caso. Alto, de porte atlético, bien parecido. Deja sobre la mesa unos documentos con el membrete de la Dirección General de la Policía. El encabezado reza en mayúsculas: “Acta declaratoria tomada al detenido”, fechada en 2014. A continuación, la filiación del sospechoso: Francisco Nicolás Gómez Iglesias, un joven de 20 años, hijo único, que sigue viviendo con sus padres en un piso modesto del centro de Madrid y que nunca hasta ahora había sido detenido.
El texto empieza con la vieja fórmula de los interrogatorios —“preguntado para que diga si en alguna ocasión…”—, pero a partir de ahí las 15 páginas siguientes se convierten en el resumen alucinante de un interrogatorio que se prolonga desde las 20.35 de un jueves de octubre de hace cinco años hasta las 5.35 del día siguiente. Solo unas horas antes, los policías que han entrado en la casa de Francisco Nicolás —hasta ese momento, un simpático joven que frecuentaba a los líderes del PP y gustaba de hacerse fotos con personajes relevantes— han encontrado un sinfín de huellas de sus extrañas correrías: informes falsificados del CNI, sirenas de la policía, placas de la Guardia Civil, diversa documentación con los sellos del palacio de la Moncloa e incluso de la Casa del Rey.
—Hay una cosa que nunca se me olvidará de aquel registro —recuerda ahora el jefe de la operación— y fue el aplomo increíble de aquel chaval de 20 años. Estábamos registrando la casa de su abuela, descubriendo las pruebas de la gran mentira en la que había estado viviendo y que lo podrían conducir a la cárcel, pero él nos miraba con gran tranquilidad a unos y a otros como si quisiera descubrir algo. Ninguno de nosotros llevaba uniforme ni daba ninguna orden en su presencia. De pronto me miró y me preguntó con media sonrisa: “Tú eres el jefe, ¿verdad?”.
Apenas unas horas después de aquel interrogatorio estalla la bomba mediática de su detención. Se empiezan a conocer detalles y fotografías, a cual más sorprendente, de su vida de impostor, y surge la duda, aún no resuelta, de si actuaba solo o era una simple herramienta de un mecanismo más oscuro y complejo. Su búsqueda del foco mediático sigue hasta hoy, con su reciente enfrentamiento con los CDR en Barcelona, la detención en Madrid por un altercado en un restaurante y su presencia en la Cumbre del Clima. Lo que sí queda claro para los investigadores es que el ansia de protagonismo a cualquier precio del Pequeño Nicolás —esa especie de joven buscavidas que había logrado acceder a los palacios del poder utilizando un cóctel muy personal de encanto y mentiras— había empezado a despuntar mucho antes.
Exactamente, 10 años antes. Y más exactamente, el 2 de abril de 2005. A las diez de la noche, el entonces portavoz del Vaticano, Joaquín Navarro Valls, anuncia que el papa Juan Pablo II acaba de morir a los 84 años y después de tres días de agonía. La noticia se difunde rápidamente y en muchas ciudades del mundo se organizan concentraciones de duelo. En la plaza de Colón de Madrid, un periodista de la televisión autonómica cubre el evento. Las cámaras recogen los movimientos a su alrededor de un niño que quiere ser entrevistado. Al final lo consigue.
—Fran, 10 años, ¿no?
—Sí, efectivamente —dice el chaval, aunque todavía le quedan 15 días para cumplirlos.
—¿Cuál es el significado para ti de la figura de Juan Pablo II?
—Pues a mí me parece una persona muy santa.
Diez años después, cuando Fran ya se ha convertido en el Pequeño Nicolás y la abogada María Victoria Vega intenta librarlo de sus muchos embrollos judiciales, la madre del joven, María del Carmen Iglesias —quien también aparecía en el vídeo de Telemadrid reconociendo que fue el hijo quien la arrastró a la concentración de la plaza de Colón después de recibir un mensaje en su móvil—, comparece ante los psiquiatras forenses que examinan a su hijo. Allí, en las dependencias judiciales de la plaza de Castilla, la madre de Francisco Nicolás pronuncia una frase que puede situarse en el origen de todo:
—Lo enviamos a un colegio elitista porque queríamos que se hiciera con amigos importantes.
Y Fran se lo tomó al pie de la letra.
Lo reconoce él mismo, durante un encuentro previo a los sucesos que han vuelto a convertirlo en noticia.
—Ahora tengo 25 años, cuando me detuvieron tenía 20, pero realmente cuando tenía verdadero poder fue de los 15 a los 20 años. Hay que tener en cuenta que a mí me mandaron a un colegio de El Viso, donde todos eran ricos menos yo, que era pobre. Todos vivían en pedazos de casas menos yo, que vivía en una pequeña, así que dije: “Yo tengo que tener el nivel de vida que me corresponde”.
Fran repite cinco años después, y utilizando palabras casi idénticas, todo aquello que contó a los psiquiatras forenses de los juzgados de la plaza de Castilla: que antes de cumplir los 15 años ya era el director de una discoteca light; que cada fin de semana movilizaba a 800 o 1.000 jóvenes, la mayoría hijos o nietos de gente importante; que empezó a manejar dinero a espuertas y que fue entonces cuando lo fichó la fundación FAES para que atrajera a jóvenes de su edad, y que aquello funcionó como una catapulta. “A partir de ahí”, explica, “conocí a José María Aznar, a Ana Botella, a Juan Miguel Villar Mir, a Emilio Botín, a todos los empresarios habidos y por haber”.
—¿Y qué pasó después?
—Hombre, pues como dicen los informes psiquiátricos que me hicieron, con los que por cierto estoy totalmente de acuerdo, se me alteró la voluntad. Decían que todo lo que yo he vivido pudo condicionar la capacidad cognitiva. Porque no era normal la vida que empecé a tener. No era normal que fuese al colegio en coche oficial, ni que te invitasen a la coronación de Felipe VI era normal, ni tampoco estar en el balcón de la calle de Génova cuando Mariano Rajoy obtuvo la mayoría absoluta. Nada de aquello era normal a aquella edad y terminó condicionando mi capacidad de saber lo que estaba bien y lo que no.
—¿Quiere decir que a veces actuó usted en la frontera de la ley?
—Sí, sí, hay un momento en que estás tan inmerso en el poder que no te das cuenta realmente de lo que es oscuro y de lo que es claro. Yo me reconozco absolutamente en esos informes, los comparto.
Estás tan inmerso en el poder que no te das cuenta realmente de lo que es oscuro y lo que es claro
Lo que demuestran los informes psiquiátricos —y lo que atestiguan también los policías que lo interrogaron aquella larga noche de octubre— es que Francisco Nicolás, aun después de su detención, aun a sabiendas de que aquello le podría acarrear problemas con la justicia, disfruta con el relato minucioso de su vida de película. Por las 15 páginas de su declaración desfilan con nombres y apellidos los principales actores de la vida política española. Por orden de aparición, el Pequeño Nicolás admite que actuó de intermediario entre la Secretaría de Estado de Comercio y el empresario Juan Miguel Villar Mir; que colaboró con el CNI para mediar en los casos de Iñaki Urdangarin, de Jordi Pujol y del referéndum en Cataluña, y que también trabajó para Ana Botella cuando llegó a la alcaldía de Madrid y con el concejal de Chamartín, con el que desayunaba muchos días para que luego sus chóferes y sus escoltas —“José, Antonio, José Enrique y Antonio Castela”— lo llevaran al colegio en el vehículo oficial. Da fechas, nombres, lugares. Y cuando los policías que lo interrogan ponen cara de “vaya película nos está contando el niño este”, Francisco Nicolás lo nota e introduce en el relato un dato preciso que los deja helados. El ejemplo más llamativo es cuando habla de que ha colaborado con el CNI en los temas más candentes. Explica que su contacto es nada menos que la jefa de gabinete del director del CNI. El jefe de los interrogadores enarca las cejas. Y entonces Francisco Nicolás dice: “Su despacho se encuentra en el interior del complejo del CNI una vez que pasas el control de accesos donde tienes que dejar el móvil y los dispositivos electrónicos en unas taquillas de color verde. El despacho está en la primera planta. Al lado derecho hay una sala de visitas donde los posavasos llevan el escudo del CNI. Y en el lado izquierdo hay un despacho aparte donde está una secretaria que se llama Isabel”. Los policías alucinan. Los días anteriores, durante los seguimientos que le han hecho antes de proceder a su detención, han visto a Francisco Nicolás entrar con frecuencia en el Workcenter de la calle del General Moscardó, un centro de papelería y copistería donde suele utilizar los ordenadores que se alquilan por minutos para elaborar informes falsos con el membrete del CNI o del Ministerio de la Presidencia. Los mismos informes que luego han encontrado en el piso de su abuela, donde el joven se había trasladado a vivir hacía un tiempo porque tiene más prestancia que la casa modesta de sus padres. Los investigadores están perplejos. El Pequeño Nicolás es un farsante, pero no solo es un farsante. La perplejidad la resume en su auto la propia juez de instrucción que lleva el caso en sus inicios: “Vaya por delante que esta instructora no acierta a comprender cómo un joven de 20 años, con su mera palabrería, pudo acceder a las conferencias, lugares y actos a los que accedió sin alertar desde el inicio”.
Cinco años después, sentado en una cafetería, Francisco Nicolás intenta responder a esas dudas.
—¿Cómo consiguió llegar hasta los despachos del poder?
—Yo me defino como espabilado. Una persona espabilada, muy joven, que conocía a todo el mundo, y sobre todo a los hijos y los nietos de los poderosos porque salía con ellos y les caía bien. Y cuando los políticos ven a gente con futuro, les conviene acercarse a ella. Todo lo demás vino rodado. Con 15 o 16 años me sentaba detrás de Florentino Pérez en el palco presidencial en una final de la Copa del Rey, junto al embajador de Estados Unidos. Eso era poder. Nadie en España había conseguido eso con 16 años. Y yo me decía: “Si consigo esto ahora, imagínate con 30 años, me comeré el mundo”.
—¿Y todo surgía de usted o fue una herramienta de alguien?
—Siempre ha surgido de mí. Me gustaba la política, y de hecho ahora he fundado un partido que se llama Influencia Joven. Lo que pasa es que antes, cuando era tan joven, te rodeas de gente que no tiene buen pensamiento. Yo siempre digo que no soy ni listo ni inteligente. Lo que sí tendré es algún don, que será inteligencia emocional o simplemente caer bien, pero es verdad que mi historia es diferente a las habituales. Vamos, que no existe mi historia en el mundo. Una como la mía no existe. Es única.
—¿Y cómo se lo explica?
—No me lo explico ni yo. Ni yo sé lo que pasó. Supongo que al final en el CNI había varias facciones y lo llevaba Presidencia del Gobierno y estaban enfrentados con alguna división de la policía. La policía enfrentada con la policía. El Gobierno con el Gobierno.
—¿Cree que pisó alguna línea roja?
—Sí. Cuando me piden información y yo no la doy.
—Información de quién.
—De políticos. Me dicen: “O das información o se te quitan todos los privilegios que tienes”. Y dije: “Pues no”. Y entonces vieron a un chaval de 20 años rebelde que se reunía con los mandos más altos del CNI. Y a partir de ahí empezaron todos los problemas.
Dice el Pequeño Nicolás que varias editoriales le han puesto mucho dinero sobre la mesa para que cuente en un libro todo lo que sabe, pero que, aunque todavía tiene mucha información, en su idea nunca estuvo “hacerle daño a España”. Por el momento, su única biografía autorizada está en los legajos de las causas que aún tiene abiertas —se enfrenta a más de 27 años de cárcel por delitos de estafa, falsedad, usurpación de funciones públicas, revelación de secretos o integración en grupo criminal— y en dos informes psiquiátricos.
Una de las personas que mejor lo conoce define con tristeza su situación actual:
—Fran está siendo devorado por su propio personaje. Ya no es un niño gracioso de 18 años y fracasó en su proyecto ambicioso de saltar a la política desde las juventudes del PP. Había visto muchas series y películas americanas y metió la pata queriendo figurar como espía del Estado. Se creyó más listo que el DAO [el jefe operativo de la policía] y lo está pagando caro. Ahora ya no sabe cómo llamar la atención para seguir sintiéndose el centro del país. Un día monta un partido político, otro sale en los medios porque se pone un lazo amarillo o se va a Barcelona para que le tiren huevos los independentistas. Lo último ha sido la detención por agredir a un camarero…
Su salvación pasaría por volver al anonimato, pero eso va en contra de su naturaleza.
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