San Simeón el Estilita en la FIL
La gente que no sabe una palabra de medicina, y que aún así cree que sabe, es igual cuando se trata de votar, de revisar cifras económicas o de emitir una opinión sobre lo que le sucede a México
Muy poco oportunamente, porque se trata de una de las semanas más importantes de mi año laboral, sufrí una crisis de asma en mitad de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Empezó como una tos persistente y, de pronto, ya no podía respirar. Acabé en urgencias hospitalarias, mirado por los médicos con la misma preocupación que suele dedicarse a seres condenados y nobles como la vaquita marina. Una calamidad por donde se le vea. En mi escala, este percance de salud fue como si le pegara un hipo incontenible al tenor que está a punto de aventarse el do de pecho en un aria. O se le acalambrara la pata al jugador que está por lanzar un penalti. Pero mi malestar personal no ameritaría un comentario público de no ser porque me permitió darme cuenta de algo: que en este país opinamos lo que sea sobre cualquier cosa y con la misma ligereza debatimos el asma del vecino que los temas cardinales.
Digo esto porque, apenas se supo que tendría que cancelar mi participación en cuatro de las mesas en que estaba programado en la FIL, comencé a recibir mensajes de amigos, conocidos, lectores y hasta de malquerientes. Todos rebosantes de claridad sobre lo que me sucedía (y eso que los médicos siguen sin estar seguros) y repletos de indicaciones sobre cómo debería proceder en adelante. “Yo creo que fue nomás una alergia. ¿No hay gatos sueltos en la FIL?”, me preguntó uno que sabe que los felinos me hacen estornudar y cree que nada tendría de raro que cientos de ellos anduvieran ronroneando por los pasillos de la feria, como en película de Miyazaki. Otro espontáneo, mucho más olímpico, aseguró que el aire de Guadalajara es el más pútrido del hemisferio occidental. “Múdate al desierto, que es más seco”, me ordenó este sabio, que piensa que puedo dejar así nomás empleo, familia, casa y perros y lanzarme a residir al yermo como si fuera San Simeón el Estilita.
Otros me sugirieron ciertos remedios naturales (o más o menos) a los que reputaban como infalibles. “La corteza de cuastecomate con jerez no falla”, me dijo alguien. “Vino caliente con miel”, agregó uno más. “Un cuarzo en la palma derecha y bicarbonato disuelto en agua, de un solo trago y sin hacer caras, porque se espanta la vibra”, prescribió un tercero. También se me informó que, espiritualmente hablando, el asma es síntoma claro de miedo, pena, ansiedad, insomnio, indigestión, estrés, agotamiento, depresión, asuntos sin resolver con mis antepasados, tendencias autosupresivas y hasta de que no sé qué regalos dar esta Navidad (y esto último es cierto). Los más “científicos” me remitieron con especialistas que van desde neumólogos y alergólogos hasta homeópatas, naturistas, acupunturistas, psiquiatras (por si todo es mental) y gente que nunca pasó un examen de ciencias naturales, pero “cura” con piedras calientes o imanes, etcétera. Ah, y una señora que siempre me saluda en los pasillos de la feria, y me cuenta que está muy bien porque acaba de hacerse una limpieza de colon, me escribió para darme el enlace de la página de Facebook del experto que la socorre en tales menesteres…
Agradezco la preocupación por mi salud y los buenos deseos que recibí, pero no puedo dejar de pensar que toda esta gente que no sabe una palabra de medicina ni me conoce (o muy poco), y aún así cree que sabe lo que me sucede, opera igual cuando se trata de votar, o de revisar cifras económicas y de seguridad y emitir una opinión sobre lo que le sucede al país. Por eso tenemos tantos gobernantes que dicen que van a curarnos con imanes y tanta gente lista para defenderlos.
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