El deber de sanar las heridas del alma migrante
El psicólogo Serigne Mor Mbaye es especialista en personas vulnerables en situación de crisis y auxilia a los profesionales que, en Europa, trabajan con inmigrantes
Serigne Mor Mbaye (Louga, Senegal, 1954) se sienta en la terraza de una cafetería de Las Palmas de Gran Canaria con el cigarro prendido, su inconfundible gorro sombreando sus ojos glaucos y un café delante. Es psicólogo y psicoterapeuta en ejercicio desde 1979, cuando inició su carrera como consultor en el hospital de Cayssiols Rodez, en Francia. Ha ostentado diversas responsabilidades en salud pública, derechos de la infancia, contextos de conflicto, educación para la salud y lucha contra la explotación sexual o el sida en lugares como Abiyán, Dakar, Casamance o Saint Louis. En su propio país, Senegal, analizó la mendicidad entre los niños talibés, y en la República Centroafricana, trabajó como psicólogo clínico encargado del seguimiento de niños víctimas de la violencia sexual de los cascos azules.
Ha recalado varias veces en Canarias este año, por invitación de la Federación de Asociaciones Africanas en Canarias (FAAC), para hablar sobre la salud mental del migrante. Una de visitas se dedicó a formar a 80 técnicos que trabajan con menores extranjeros no acompañados, en el marco del I Seminario África y la Juventud Migrante, que se organizó a finales de marzo.
Resalta que, muy a menudo, hay situaciones de depresión oculta que los profesionales occidentales no perciben a la hora de tratar a un migrante. "En la cultura africana, la depresión no es algo que se pueda mostrar", subraya él. "Hay un encerramiento en uno mismo. Tienen que comprenderlo: muchas veces ven a un individuo en estado de agitación, que no para de moverse, y están muy lejos de sospechar que dentro hay una tragedia, que se está fraguando en el interior de ese individuo, que debilita sus recursos y que lo puede llevar hasta a cometer actos suicidas".
Quienes emigran hoy se van de unas sociedades en crisis que dudan de ellas mismas
Pregunta. ¿Qué quiere contar a quienes trabajan con migrantes en Canarias?
Respuesta. El proyecto del migrante es comunitario al principio. Tener éxito es adaptarte en el país de acogida y encontrar los medios para asegurar tu propia supervivencia y el sustento de tu comunidad de origen: es decir, devolver la deuda a la comunidad. Cuando el migrante llega y se le envía a prisión o a un centro de internamiento, esto representa un terrible fracaso.
Es una tragedia, pero una tragedia que se convierte en individual. La comunidad no contempla esa situación de fracaso. De ahí surgen síntomas de estrés postraumático, casos de episodios depresivos, fenómenos de disociación, casos de agresividad, casos de aislamiento emocional. Todos los profesionales del ámbito médico y del ámbito social que trabajan con ellos deberían comprender todas estas vivencias.
En el momento en el que el migrante llega, hace falta ayudarle a reconstruirse, ayudarle a superar sus traumas y a contemplar la posibilidad de quedarse y adaptarse o la posibilidad de volver, a sabiendas que también se tendrá que readaptar si vuelve. Ese estado de sufrimiento menoscaba los recursos de resiliencia con respecto a la adaptación en el país de acogida o con respecto a su retorno a la comunidad de origen. No digo que sean enfermos mentales, por supuesto: simplemente que su salud mental se ve afectada por las diferentes situaciones dramáticas por las que pasan.
En la cultura africana, la depresión no es algo que se pueda mostrar
P: ¿Y con respecto a los menores de edad, a las personas que llegan con todas estas cargas sobre sus hombros y, además, son menores?
R: He reflexionado mucho sobre este tema. Es una etapa de la vida en la que el sentimiento de identidad es todavía muy confuso, sea la identidad sexual o la identidad cultural. Y en este contexto vas a viajar. El país de acogida no siempre es un país estable en materia de acogida. Cuando digo estable, quiero decir: ¿hay algún referente que te pueda ayudar a construirte? No es tan fácil.
Pienso en cuando yo me fui a Francia con 18 años. Tenía un arraigo identitario sólido, hablaba mi idioma, tenía el ideario de mi cultura y cuando me acerqué al otro, en este caso, a Francia, ya estaba hecho, tenía mis certezas. Nunca me he visto en una situación de complejo o de soledad. Conocía además la cultura francesa, porque había leído sobre Europa desde la Edad Media hasta el siglo XX. Es cierto que era un conocimiento libresco, pero me permitía tener unas claves de lectura de la sociedad de acogida. Pero los que emigran hoy se van de unas sociedades en crisis que dudan de ellas mismas. No tienen un arraigo identitario. No hablan el idioma del país de acogida, no conocen sus referencias. Es una situación muy compleja.
Hay algo neurótico en la repetición de la idea del viaje
P: Como usted dice, muchos de los migrantes que llegan a España no conocen nada del país al que llegan...
R: No sé si lo sabe, pero en mi cultura de origen, en Senegal, a toda Europa se le llamaba “Tugal”. La gente dice “vas a Tugal”, porque los primeros europeos que llegaron a nuestras tierras fueron de Portugal. La mayoría de los migrantes no han contemplado nunca la posibilidad de quedarse en Europa. Al principio, el plan no era ese. El plan era irse, ganar dinero y volver. Satisfacer las necesidades, primarias diría yo, de la comunidad de origen, pagar la deuda.
Como decía, cuando te acercas a una civilización sin conocerla, hay un problema. El dominio de tu cultura de origen te permitirá saber descifrar a toda la humanidad. Cuando uno tiene este dominio, puede con todo, porque la humanidad es una e indivisible, independientemente si en un sitio hay chozas y en otro, edificios. Como decía antes, la gente que emigra hoy se va de sociedades en crisis, sociedades que dudan de ellas mismas, así que esa gente ya había perdido las referencias. En este contexto, viajar y llegar al país de acogida se convierte en una hazaña todavía más compleja. A mí me gustaría hablar con los médicos que abordan los cuerpos de estos migrantes, para que entiendan cuál es la representación que estas personas tienen de la enfermedad, cuál es la representación que tienen de su propio cuerpo, cuál es la representación que tienen de las nuevas tecnologías médicas. Todo esto es muy necesaria.
La diáspora y la migración
El profesor Mbor acusa a las élites que gobiernan en África de no tener un proyecto de sociedad. "África sufre por culpa de estas élites", dice. "Todos los países tienen Ministerios de la Diáspora, en toda África. Pero están huecos, no hay nada detrás, porque no existe un proyecto de sociedad como fundamento". Opina que, si tuvieran un proyecto de sociedad, los estados africanos podrían aprovechar a la diáspora para acoger a los migrantes para ayudarles a adaptarse o a irse.
P: Según su experiencia, ¿por qué viajan a Europa algunos jóvenes africanos?
R: Si se van, es porque no ven posibilidades, cuando en realidad todas las posibilidades están en sus propios países. Lo que pasa es que la comunidad está entusiasmada con el viaje. Hay algo neurótico en la repetición de la idea del viaje. Ya ni siquiera miran a su alrededor en el sitio en el que están. Yo les digo a los jóvenes del pueblo en el que vivo: “Esperen, hay tantas cosas que hacer aquí, tantas cosas. Tienen pescado, ¡transformen el pescado! Tienen tierra, ¡cultiven la tierra!”. No se lo creen: es el viaje, en una repetición neurótica. Por tanto, es necesaria una labor con respecto a la acogida de la gente que necesita sanar todos los sufrimientos por los que han pasado, pero también es necesaria una labor para que la gente se readapte a otro tipo de proyecto, que no sea el proyecto del viaje.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.