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ABRIENDO TROCHA
Columna
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Terrorismo: sus rostros más activos

Las fuerzas de violencia desatadas hace 18 años son hoy inmensamente más activas e incontrolables

Diego García-Sayan
El humo en Manhattan, el  11 de septiembre de 2001.
El humo en Manhattan, el 11 de septiembre de 2001.AP

El reciente aniversario del ataque a las Torres Gemelas suscita preguntas sobre en qué se está en este terreno de la seguridad y el terrorismo internacional. El hecho es que las fuerzas de violencia desatadas hace 18 años son hoy inmensamente más activas e incontrolables. Y no me refiero aquí a los dos generadores de violencia más prevalentes en las Américas, de contenido completamente distinto del terrorismo de origen islamista.

Esos son, de un lado, la espiral violentista del crimen organizado y de las maras —o grupos equivalentes— que asolan al Triángulo Norte, parte de México y varios espacios urbanos de Latinoamérica. Allí la inseguridad ciudadana es percibida, con razón, como el principal problema y las respuestas deben ser una combinación de eficaces políticas de seguridad con políticas sociales que generen espacios para los ninis.

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Por el otro, el “terrorismo ignorado”: el supremacista blanco y de ultraderecha, que golpea episódicamente a varios países desarrollados y, particularmente, a EE UU. Entre 2009 y 2018, de acuerdo a The Economist, el 75% de ataques terroristas en territorio estadounidense ha sido de este origen. Esto debería llamar a revisión las políticas de seguridad y la permisividad sobre armas de guerra en manos de civiles. Más allá de estos procesos, el escenario global es el de crecientes fuerzas de violencia y de destrucción, conectadas a lo que se produjo en las Torres Gemelas. Estas son infinitamente más poderosas, extendidas e impunes que entonces. Pongo dos ejemplos.

Primero, lo que viene ocurriendo en Africa y, en particular, Nigeria, su país más poblado y gran exportador de petróleo. Allí los extremistas de Boko Haram, mejor armados que nunca, articulados a los radicales de Siria y premunidos de drones, controlan con incontenible impunidad las zonas rurales de buena parte del país. Un ejército desmoralizado, corrupto y apertrechado en zonas urbanas, ha llevado a que más de dos millones de personas se hayan tenido que desplazar para no ser barridos por Boko Haram.

Segundo, zonas importantes del medio oriente y de Europa central. En ellas el colapso producido en Irak —por acción externa— y la guerra en Siria vienen constituyendo canteras inagotables de milicianos terroristas dispuestos a la inmolación. ISIS y sus huestes se viene expandiendo en el norte de Siria desde donde se generan, además, combatientes que se desplazan a Irak y otros países. La desarticulación de Siria como Estado —por la que apuestan algunos— sería la antesala de un desastre regional y global de dimensiones.

Hay más ejemplos, pero estos bastan para resaltar cómo el mundo es hoy más inseguro. En este contexto preocupa que los mecanismos multilaterales de respuesta y prevención sean más débiles y poco eficaces que nunca. Muchos añoran, con razón, los tiempos de la Guerra Fría en la que el Consejo de Seguridad de la ONU era un centro crucial de debate y acción frente a las amenazas a la paz. Hoy parecería que el multilateralismo murió frente a las amenazas del momento.

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