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Columna
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Testosterona

Se nos acaban los argumentos. No hay forma de explicar por qué, casi con total seguridad, no va a haber Gobierno

Fernando Vallespín
El secretario general y presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, se reune con el líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, el pasado 9 de julio
El secretario general y presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, se reune con el líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, el pasado 9 de julioULY MARTIN

Se nos acaban los argumentos. No hay forma de explicar por qué, casi con total seguridad, no va a haber Gobierno. Ya sabemos que es por el inmovilismo de las partes implicadas. La pregunta, por tanto, es por qué ninguno de ellos hace alguna concesión sustantiva. Sobre todo cuando, bien mirado, tampoco sería tanta la pérdida para ninguno de los dos. Para el PSOE, porque la incorporación del partido de Iglesias al Consejo de Ministros podría ser modulada de manera que su unidad de acción bajo el liderazgo único de Sánchez quedara garantizada. A cambio, Podemos recibiría la seguridad prometida de un control externo de los pactos.

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Por otro lado, lo que este último partido ganaría por facilitar el famoso “acuerdo programático y presupuestario” ya es más difícil de explicar. Pero también tendría sus beneficios. El primero y fundamental es evitar el progreso de su deterioro electoral, que está casi cantado. Además, en el caso de una desmovilización del voto de izquierda en noviembre, (casi) toda la responsabilidad por una eventual victoria de la derecha recaería también sobre él, como ya ocurrió en las de 2016. Esto les daría la puntilla. En definitiva, el riesgo de la repetición es considerablemente más alto para los de Iglesias que para el PSOE.

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Tiene también una ventaja más oculta: le permite a Podemos un continuo control parlamentario de la traslación del acuerdo programático a medidas concretas, algo fundamental para quienes presumen de superioridad moral en tanto que representantes de la izquierda auténtica. A nadie se le escapa que el problema de la izquierda no es programático, no hay muchas dudas sobre el qué, sobre cuáles sean las medidas que encajan en su ideario. El problema afecta al cómo, a su traducción en la práctica, algo que siempre ha erosionado a la socialdemocracia.

Bajo las condiciones de restricción del gasto público, bien controlado desde Bruselas, y la preocupante nueva coyuntura económica, hay que poner en duda la viabilidad de muchas de las propuestas anunciadas, que van a obligar a establecer una dramática selección de prioridades. Fuera del Gobierno, Podemos no se vería contaminado por las nuevas circunstancias y podría darse un verdadero festín retórico de proclamas izquierdistas, aparte del ya mencionado control o veto parlamentario sobre las iniciativas del Ejecutivo. Como se ve, esto que es bueno para Podemos sería fatal para el PSOE, que entonces igual se arrepentiría de no haberles incorporado.

En suma, el acuerdo es abrumadoramente favorable al interés general (si acaba facilitando la gobernabilidad, claro, algo que seguiría estando en el aire después de noviembre). No lesiona tampoco ningún interés esencial de ninguno de los dos actores aunque hagan concesiones importantes. Si esto es así, ¿por qué no se produce entonces? Como respuesta ya solo me queda recurrir a las disposiciones básicas, casi fisiológicas, de los protagonistas: el exceso de testosterona que siempre subyace a eso del sostenella y no enmendalla o a los trágalas. Solía estar más presente en los líderes de la derecha, pero se ve que es un rasgo nuestro casi cultural. Y sorprende sobre todo en quienes dirigen dos partidos tan declaradamente feministas. “¡Manda huevos!”

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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