Johnson derrotado
El Parlamento británico desbarata los planes de un Brexit duro
Boris Johnson ha comprobado en carne propia la verdadera talla del Parlamento en activo más antiguo del mundo. Han bastado literalmente dos tardes para que la Cámara de los Comunes haya desbaratado sus planes para llevar al Reino Unido a un Brexit sin acuerdo, es decir, a un abismo de consecuencias imprevisibles tanto para su país como para la Unión Europea.
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El primer ministro británico, que llegó al 10 de Downing Street gracias a la dimisión de Theresa May, a una crisis de identidad todavía sin resolver en el Partido Conservador y a lomos de un incendiario discurso populista de una agresividad inédita contra el proyecto europeo, apostó su jugada a una escandalosa utilización del reglamento parlamentario con una suspensión del periodo de sesiones que no tenía otro objetivo que amordazar a la sede de la soberanía nacional británica. Trataba de tener las manos libres sin rendir cuentas ante nadie en unas fechas cruciales, antes de la finalización de la prórroga concedida por Bruselas para alcanzar un acuerdo y que expira el 31 de octubre.
Pero al igual que en esas situaciones donde quien ya da por descontada la victoria asiste atónito a una recuperación del rival, Johnson ha asistido a una verdadera resurrección de una institución a la que ha demostrado considerar apenas un obstáculo sorteable con apenas retorcer un poco el espíritu de sus normas de funcionamiento. De nada le han servido incluso los insultos personales que dirigió a un impertérrito líder de la oposición, Jeremy Corbyn, sentado a apenas pocos metros frente a él. En pocas horas Westminster, siguiendo al pie de la letra los procedimientos, ha tumbado su intención de proceder al Brexit sin acuerdo y de convocar elecciones inmediatas apenas 15 días antes de que expire el plazo acordado con la UE.
Se trata de un verdadero baño de realidad en el que además participaron con particular intensidad algunos veteranos diputados conservadores —entre todos ellos suman nada menos que 350 años de servicio en la Cámara de los Comunes—, quienes han reafirmado una vez más la fama del Parlamento británico en lo referente a la libertad de voto que ejercen quienes ocupan sus escaños. En su política de tierra quemada, Johnson ya ha conseguido fracturar gravemente a uno de los partidos democráticos más antiguos del mundo. Una situación claramente explicada por el secretario de Estado de Universidades, Jo Johnson, hermano del primer ministro, quien ayer abandonó el Gobierno por la gestión sobre el Brexit: “En las últimas semanas he estado dividido entre la lealtad familiar y el interés nacional”. En su caso, como en el de los diputados rebeldes, ha ganado el segundo.
Lo vivido en Westminster demuestra que, con Brexit, o sin él, el parlamentarismo es una verdadera salvaguardia de los intereses de los ciudadanos y el mejor dique de contención contra la marea antisistema que se autoproclama capaz de hablar “directamente al pueblo” y utiliza el hecho democrático por excelencia —unas elecciones— apenas como una herramienta para afianzar su poder.
Es obvio que la derrota de Johnson no resuelve ni mucho menos el gravísimo problema que supone el Brexit y el cómo se va a producir. Pero al menos tranquiliza saber que Westminster ha podido decir una última palabra antes de callar a la fuerza. Y ha sido alta y clara.
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