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EL PULSO

Txema Blasco, ese obrero del cine español

El actor Txema Blasco.
El actor Txema Blasco.PRADIP J. PHANSE

Fue botones, contable y payaso. Pero su verdadera vocación de actor a tiempo completo llegó pasados los 50. Esta es la leyenda de un currante de la actuación.

EL PRIMER ÉXITO de Txema Blasco Etxeguren, cabeza rapada, ojos expresivos y grandes, cejas tan claras que no parecen cejas, 78 años, fue gracias a la BBC: “Bodas, bautizos y comuniones”, aclara el actor vitoriano, en un salón austero pero bien iluminado donde hay deuvedés, afiches de las películas en las que ha actuado, una vitrina con premios y varias fotografías enmarcadas en las que aparece caracterizado como payaso.

Blasco aprendió a desinhibirse improvisando chistes con la típica nariz roja de los obreros de la risa y una peluca con los cabellos alborotados. Durante años, entretuvo a niños y adultos en sanatorios, asilos, hospicios y fiestas de pueblo, y en las bodas, bautizos y comuniones que acaba de mencionarme. Sumó 4.316 actuaciones frente a públicos que a veces eran imprevisibles —como un grupo de ancianos de una residencia que se meó encima en uno de sus shows para no perderse sus ocurrencias— y nunca le importó hacer el ridículo “para hacer feliz a la gente de rato en rato”.

A los 13 años murió su madre. A los 14 comenzó a trabajar como botones en una fundición alavesa, y su primera paga fueron 304,10 pesetas, que por aquel entonces alcanzaban para comprar unos zapatos, un traje nuevo y algunos productos de la canasta básica. Alternó esta ocupación con el bachillerato nocturno. Se volvió contable, y desde entonces tiene la manía de llevar un registro de todas sus actuaciones. Su currículo, que sujeta ahora como si fuera una biblia, dice que ha participado en 100 series televisivas y en 82 largometrajes. Además, ha dirigido 28 obras de teatro y 2 zarzuelas. Y ha estado a las órdenes de cineastas reconocidos, como Montxo Armendáriz o Juanma Bajo Ulloa, y de directores noveles. 

Su primer largo fue La fuga de Segovia, y el segundo, Tasio, la historia de un hombre que decide recluirse en la soledad del monte. Pero el que lo cambió todo fue Vacas, de Julio Medem. Después de Vacas, y de que Medem le dijera que lo había hecho “de puta madre”, Blasco reunió a su mujer y a sus dos primeros hijos para comunicarles que había decidido lanzarse al ruedo de la interpretación a tiempo completo. Tenía 50 años, por lo que podría considerarse una especie de Saramago del cine patrio —el Nobel portugués no se centró en exclusiva en escribir hasta los 53 años—. Tras aquel salto al vacío, se multiplicaron sus apariciones en proyectos para la pequeña y la gran pantalla, y desde entonces se ha sentido especialmente ligado a los cortometrajes. Ha participado en 165.

El precio de andar de un rodaje a otro, según Blasco, fue un divorcio y una serie de contingencias que le han demostrado que en la vida, a veces, también hay secuencias dramáticas. Tras separarse, por ejemplo, se alojó una temporada en una antigua escuela de pueblo, donde hacía tanto frío en invierno que tenía que dormir con una bolsa de agua caliente. Hoy suele comer en un centro sociocultural de mayores de Vitoria para no perder el pulso de lo cotidiano, confiesa que a veces sintoniza Saber y ganar en la tele para agarrar el sueño cuando está cansado, y ya tiene un guion listo en uno de sus escritorios para seguir engordando su trayectoria, aunque estudiar, reconoce, “es lo que más le cuesta”.

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