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PALOS DE CIEGO
Columna
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Empanada Fukuyama

No es Cataluña la que quiere romper con España, sino, como han demostrado los resultados de las elecciones, una parte minoritaria.

Francis Fukuyama es uno de los politólogos más reputados del mundo. Lo fue desde que, en 1989, con apenas 37 años, publicó El fin de la historia, tal vez el ensayo que mejor define el optimismo político que siguió a la caída del muro, y que tan denostado fue por tantos que no lo leyeron. Es verdad que el tiempo ha demostrado que su tesis básica, según la cual la democracia es irreversible dadas determinadas circunstancias, se ha revelado falsa, según reconoce el propio Fukuyama: no sólo lo estamos viendo en democracias recientes, como la húngara o la polaca, sino también en democracias tan antiguas y consolidadas como la estadounidense. Dicho esto, añadiré que lo que Fukuyama escribe es siempre interesante; además, incluso en aquel ensayo famoso y equivocado supo prever dos de los principales peligros que acechan hoy a la democracia: el fundamentalismo religioso y el nacionalismo, esa forma laica de religión.

No hace mucho Fukuyama expresó en una entrevista su opinión sobre el separatismo catalán (EL PAÍS, 14-4-2019). Para empezar, quiso dejar claro que tiene muchos amigos catalanes que defienden “apasionadamente” la independencia de Cataluña; luego afirmó: “No tengo una opinión clara porque carecemos de una buena teoría democrática que nos diga quién tiene razón si una parte de una democracia quiere romper con un país que goza de una democracia bastante buena. No hay una teoría que diga cuál es la posición moral correcta”. La opinión parece prudente y sensata, y a ella sólo cabría añadir, de entrada, algo que sabe sin duda Fukuyama, y es que el germen de una teoría que resuelva el problema que según él plantea Cataluña se halla en la célebre sentencia del Tribunal Supremo canadiense a propósito del secesionismo quebequés que dio lugar a la no menos célebre Ley de Claridad, una norma alabada por los separatistas catalanes hasta que comprenden que a ellos les beneficia tan poco como a los quebequeses, que abominan de ella; Fukuyama, en resumen, parece bien informado sobre Cataluña. Por desgracia, sólo lo parece. Porque salta a la vista al releer sus palabras que eso de que el problema catalán consiste en que “una parte de una democracia (Cataluña) quiere romper con un país que goza de una democracia bastante buena (España)” es falso: no es Cataluña la que quiere romper con España, sino, como han demostrado todas las elecciones desde que se desen­cadenó el procés, una parte de Cataluña (y encima una parte minoritaria, que ni siquiera llega al 50% no ya de los catalanes, sino de los votantes catalanes). Así que Fukuyama, tal vez con la ayuda de sus apasionados amigos catalanes, se ha creído la ficción fundamental propagada por el separatismo catalán, según la cual una mayoría abrumadora de catalanes ansiamos la separación; este error de base impide al politólogo entender que el problema principal en Cataluña no es el separatismo, sino la falta de respeto a la democracia, y que la solución a él la tiene delante de sus narices, como si fuera la carta robada de Poe. En otro momento de la entrevista, en efecto, Fukuyama se refiere así a ese fenómeno global de degradación democrática que llamamos nacionalpopulismo: “Es un movimiento preocu­pante, en el que los políticos usan su legitimidad democrática para atacar las partes liberales del sistema, como la Constitución, las instituciones, etcétera”. Ahí lo tiene, amigo Fukuyama: eso es lo que ha ocurrido en Cataluña, algo que, con todos los matices que se quiera, no es muy distinto de lo que ocurre en muchos lugares de Occidente. Y para eso sí tenemos una buena teoría democrática que nos dice quién tiene razón y quién no, cuál es la posición moral correcta.

Acabo con tres moralejas, como si esto no fuera un artículo sino una fábula. La primera: es bueno leer a los politólogos, pero sin olvidar que, a veces, hasta los más reputados yerran. Segunda: si no estás bien informado, lo mejor es callar, aunque seas Francis Fukuyama. Y tercera (ésta es la más importante): hay que querer a los amigos, sobre todo a los buenos, pero la mitad de las veces (y sobre todo cuando se apasionan mucho) no hay que hacerles ni puñetero caso.

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