Ideas asesinas
El supremacismo alentado por Trump se cree en una guerra contra la inmigración
La medicina sugerida por Donald Trump al incremento de las matanzas masivas con arma de fuego es peor que la enfermedad. Según el presidente, quien quiera un mayor control sobre la venta de armas deberá acordar también un mayor control sobre la inmigración. Es una fórmula perversa pero clarificadora respecto a las ideas de Trump. Es difícil que alguien formule en términos más exactos las pretensiones de los asesinos, movidos por una lógica que debería llevar a disminuir las matanzas en cuanto disminuyera la inmigración, consiguiendo así el objetivo político que se proponían.
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Es bien conocida la ideología que mueve estos comportamientos, aunque insuficientemente valorada en su peligrosidad, perfectamente parangonable con el terrorismo islámico internacional. No cabe atribuir sus orígenes y causas a mentalidades enfermas. Tampoco al uso perverso de las redes sociales, que favorecen comportamientos patológicos y difunden sin censura mensajes de odio e incluso de incitación a la violencia. Ni tratar su proliferación en Estados Unidos como un riesgo inevitable en sociedades donde los ciudadanos cuentan con derechos constitucionales que consideran inviolables, como es la posesión de armas de asalto.
Un mayor control de los enfermos mentales, de las redes sociales y del comercio de armas seguro que contribuiría a disminuir el saldo terrible de muertos y heridos que provoca la colusión de los tres factores —enfermos, redes y armas—, pero no bastaría si persiste la auténtica causa de unas matanzas, como la de El Paso, que no se han producido únicamente en Estados Unidos, sino también en Noruega, 77 muertos en Utoya en 2011, o en Nueva Zelanda, 51 en Christchurch este mismo año. Y esta es la idea perversa y cada vez más difundida por medios de comunicación, partidos de extrema derecha y políticos irresponsables y racistas, sobre la existencia de una conspiración internacional para sustituir a las poblaciones de los países occidentales por inmigrantes de color y en gran parte de religión islámica o hispanos.
Quienes la sustentan consideran que el llamado mundo occidental se halla ya en una guerra abierta —de la que las matanzas serían episodios ejemplares— contra unos invasores que quieren quedarse con su riqueza, pervertir su cultura y sus creencias y convertirse en una mayoría hegemónica que margine y someta a la antigua mayoría blanca. Si hace unos años estas ideas con orígenes en los totalitarismos responsables de los mayores genocidios de la historia ocupaban un lugar marginal, ahora se están apoderando de espacios cada vez mayores y más preocupantes en Parlamentos y Gobiernos.
Donald Trump no es el autor intelectual ni el responsable directo de las matanzas, pero desde su alta responsabilidad como el gobernante más poderoso del planeta, no basta con que el presidente condene formalmente este terrorismo interior después de sus reiteradas y brutales incitaciones al odio y al resentimiento contra afroamericanos, hispanos e inmigrantes en general. Corresponde a los congresistas y senadores, especialmente a los republicanos, desautorizar al presidente y obligarle a atajar la violenta deriva racista en la que se hallan comprometidos los Estados Unidos y a garantizar además la seguridad de todos.
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