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La puerta a un nuevo mundo

James Rhodes

En 2019, sabemos que la tecnología tiene un uso de doble filo. Pero poder reproducir casi todas las piezas de música escritas me parece un hito de una belleza asombrosa

NO SON pocos quienes insisten en convencernos de que —megabyte a megabyte, tuit a tuit— la tecnología corrompe la mente, reduce el cociente intelectual y merma la capacidad de concentración. Nos horroriza ver a esos bebés pegados a un iphone, sentados en las mesas de restaurantes de todo el mundo, pero pasamos por alto el hecho de que, con frecuencia, sus padres hacen justamente lo mismo.

Propongo, pues, un ejercicio de abstracción. Dejemos a un lado tanto las repercusiones nocivas de la tecnología para la salud como sus indiscutiblemente positivas aportaciones a la medicina, le gestión de catástrofes y la ciencia. Así, sostener en la palma de la mano un dispositivo minúsculo, capaz de reproducir prácticamente todas las piezas compuestas en la historia de la música, me parece un hito de una belleza asombrosa.

Durante mucho tiempo, el mundo de la música clásica ha intentado permanecer al margen del resto de corrientes. Se ha enorgullecido de levantar barreras a su acceso y ha restringido su público a una selecta y acaudalada minoría: ese 1% que viste como Dios manda y sabe lo que es la cadenza y cuántos movimientos tiene una sinfonía de Brahms. Una audiencia que solo puede sentirse a gusto en los más reverenciados auditorios del planeta cuando está acompañada de otros asistentes de su misma cuerda.

Esta élite arroja al 99% restante migajas en forma de recopilaciones al estilo de Los 50 mejores clásicos para relajarse. Creen equivocadamente que los aficionados a otras músicas son capaces de aguantar un tema de 3 minutos en un anuncio de televisión, pero no un concierto de 20. Vaya sarta de sandeces. Preferiría comerme una paella de pollo con kétchup que alentar este tipo de gilipolleces.

Evidentemente, si seguimos disfrutando de música creada hace 200 o 300 años ha de ser por buenas razones. Pero ¿cómo demonios vamos a saber qué escuchar si no hemos sido iniciados en este exclusivo universo? Cuando escribo “Quinta sinfonía de Beethoven” en la barra de búsquedas de amazon.com, obtengo más de 20.000 resultados. Si consulto la página web del Teatro Real y soy un neófito, no tendré la menor idea de en qué se diferencian Capriccio e Il trovatore.

Pues bien, hace poco elaboré una lista de reproducción en Spotify. Se puede encontrar en http://bit.do/classica y voy a ir ampliándola con regularidad. Imagínense tener la Mona Lisa o las Pinturas negras en la pared de su casa solo para su disfrute personal. Esta lista es algo así como su equivalente musical. A lo mejor le acaba encantando Prokófiev y aborrece a Rameau, o al revés. Sea como fuere, contiene algunas composiciones inmortales y abre una puerta de entrada a lo que para algunos de ustedes será un mundo nuevo.

Este empleo de la tecnología mejora la vida y ofrece un refugio y un espacio para sentir. Facilita una feliz evasión. En 2019, nadie puede decirme que esto sea algo malo. Si tiene la suerte de tener vacaciones este mes, o incluso si está lidiando con el viaje diario de casa al trabajo y vuelta y los plazos de entrega, llévela con usted y escúchela un rato. Hará que las cosas se transformen en algo un poco mejor. 

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