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Columna
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Bolsonaro se empequeñece al revelar que conoce detalles de las torturas durante la dictadura

Se sabía que el presidente fue un defensor de la dictadura militar, pero ahora acaba de dar a conocer que sabe cómo en aquella época oscura se mataba en Brasil

Juan Arias
Bolsonaro en una ceremonia oficial en Brasilia.
Bolsonaro en una ceremonia oficial en Brasilia. REUTERS

No sé si a los brasileños y al mundo les interesa saber que el presidente Jair Bolsonaro conoce con detalle cómo se torturaba y mataba durante la dictadura brasileña (1964-1985). No se trata de un secreto. Ha sido él mismo quien lo ha revelado. Se sabía que fue un defensor de la dictadura militar, así como era conocida su admiración por los torturadores. Lo que ahora acaba de revelar es que conoce hasta los detalles de cómo en aquella época oscura se torturaba y mataba en Brasil.

La revelación la ha hecho con motivo de un altercado con el actual presidente de la OAB (Orden de los Abogados de Brasil), Felipe Santa Cruz. “Si un día el presidente de la OAB quiere saber cómo su padre desapareció durante la dictadura militar, se lo cuento yo. Él no va a querer oír la verdad”.

El actual presidente de la OAB tenía dos años cuando su padre desapareció para siempre tragado, como tantos otros, por la dictadura militar, acusado de haber participado en la lucha armada, aunque en el registro de Comisión de la Verdad, responsable del estudio de lo acontecido durante la dictadura, no aparece como miembro de grupos armados.

Ahora los brasileños no solo saben que el presidente Bolsonaro nunca escondió sus simpatías por la dictadura y sus métodos, sino que conoce mucho más de lo que se imaginaban de las atrocidades cometidas durante la dictadura. Cabe preguntarse cómo y por qué conoce los horrores cometidos en aquel periodo que la gran mayoría de los brasileños preferiría que nunca hubiese existido. No es difícil imaginar lo que el presidente de la OAB habrá sentido al escuchar del presidente de la República que él sabe cómo murió su padre. Y que si quiere puede contárselo.

En Memorias de una guerra sucia del expolicía de la Dops (Departamento para el orden político y social), Claidio Guerra, se dice que el padre del presidente de la OAB fue “incinerado en el horno de una fábrica de azúcar en Campos”, en el Estado de Río de Janeiro. Ahora Bolsonaro insinúa que él sabe más de aquel asesinato y amenaza con contarlo al hijo, algo que causa disgusto y revela una vena de deshumanidad en quien debería, por su cargo, dar, al revés, ejemplo de defensor de la paz y la armonía entre todos los brasileños.

Seguir manteniendo la política suicida de dividir a los ciudadanos y de presentarse siempre como cercano a todo lo que huele a violencia y al uso de las armas, solo puede conducir a que hasta quienes un día confiaron en él para presidir los destinos del país hoy se sientan no solo arrepentidos, sino hasta escandalizados.

Si un presidente de la República no entiende que una vez elegido debe ser no solo el responsable del país, sino de todos y de cada uno de los brasileños, y que más que sembrador de discordias, debe ser generador de paz y convivencia, los resultados pueden ser perversos.

Mi esperanza es que el desafío de Bolsonaro al presidente de la OAB de revelar la forma atroz en la que mataron a su padre, pueda crear un escalofrío de miedo y desilusión en la gran mayoría de los brasileños que nunca habrían querido que alguien jugara a desafiarlo contándole cómo torturaron a su padre. Hay sentimientos humanos que deben superar todas las ideologías. Cuando, en la lucha política, perdemos el sentido de la dignidad y respeto por el otro, estamos abriendo el camino que, a lo largo de la historia, han engendrado los monstruos de la crueldad.

La revelación macabra de Bolsonaro al presidente de la OAB de que él sabe y si quiere puede contarle cómo eliminaron a su padre, me ha hecho recordar una anécdota durante la dictadura del general Franco en España cuando se torturaba y mataba. Acabada la comida, le presentaban al generalísimo la lista de los que iban a ser fusilados al día siguiente. Franco daba el visto bueno y se divertía dibujando una flor en el nombre de cada uno. En Madrid, un amigo mío, abogado, me contó que una vez le avisaron de que aquella mañana iban a torturar a una persona con la que él un día había discutido y se había roto la amistad. Y le ofrecían la oportunidad de presenciar la tortura y si quería podía “hasta participar en ella”. Mi amigo, solo me dijo: “Son unos canallas”. Siempre soñé con tener un día un presidente capaz de llamar canallas a quienes disfrutan con el dolor ajeno, la venganza y la crueldad.

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